Once
de la noche, 15 de noviembre de 1989. El coronel Benavides ha finalizado una
reunión con el Alto mando y se ha dirigido a la Escuela Militar de El Salvador.
En su oficina se reunió con el teniente Mendoza Vallecillos (destacado en la
Escuela Militar), el teniente Espinoza y el subteniente Guevara Cerritos, estos
dos miembros del batallón Atlacatl. Una hora antes el teniente Mendoza había
recibido órdenes de reunir sus tropas en la Escuela Militar.
El
coronel Benavides dijo:
–Son
ellos o somos nosotros. Vamos a comenzar por los cabecillas. Dentro del sector
de nosotros tenemos la Universidad y ahí está Ellacuría.
Y
dirigiéndose al teniente Espinoza:
–Hay
que eliminarlo y no quiero testigos.
Poco
después de medianoche, ya estaban apostadas las tropas ante la UCA, la
Universidad Católica que los jesuitas regentan en El Salvador. De 45 a 50
hombres armados. Espinoza explicó a los jefes de patrulla que había recibido
órdenes de eliminar a los cabecillas intelectuales de la guerrilla.
Golpean
la puerta. Les abre el P. Martín-Baró, que acompañó a un soldado para abrir el
siguiente portón. Muy cerca se hallaba una casita, donde dormía la mujer de la
limpieza con su marido y su hija pequeña. La mujer, Lucía de Cerna, al
despertarse, oyó decir al jesuita:
–Esto
es una injusticia. Ustedes no son más que carroña.
Cinco
padres jesuitas fueron conducidos a la parte trasera de la residencia y
obligados a ponerse boca abajo. El teniente Espinoza preguntó al subsargento
Avalos cuándo iba a proceder. Este se acercó al soldado Amaya Grimaldi y le
dijo:
–Procedamos.
Y
comenzaron a disparar. Ávalos asesinó al P. Juan Ramón Moreno y al P. Amando
López Quintana con un fusil M-16. El soldado Amaya, utilizando un AK-47,
disparó contra el P. Ellacuría, el P. Martín-Baró y el P. Montes.
En
otro lugar, el soldado Tomás Zarpate encañonaba a la cocinera de los jesuitas,
Elba Julia Ramos, y a su hija Celina, de 15 años de edad, descubiertas por los
soldados en el cuarto de huéspedes ubicado en el edificio donde residían los
jesuitas. Zarpate oyó la voz de mando y disparó contra las mujeres.
En
ese momento, otro jesuita, el P. López y López, salvadoreño, apareció en la
puerta de la residencia. Al intentar huir, fue perseguido por un soldado que le
disparó. Otro soldado, Pérez Vázquez, que salía del edificio, notó cómo el P.
López le agarraba el tobillo. Pérez Vázquez le asestó cuatro disparos.
Al
salir, Ávalos Vargas –el «Sapo» y el «Satanás», como era apodado por sus
compañeros– pasó por el cuarto de huéspedes y oyó los gemidos de las dos
mujeres, madre e hija, acurrucadas en la oscuridad, mortalmente heridas y
abrazadas entre sí. Encendió un fósforo y ordenó al soldado Sierra Ascensio que
las rematara. Sierra Ascensio disparó diez tipos sobre las indefensas mujeres.
Dos meses más tarde, en diciembre, este soldado desertó del ejército y se hallaba
en paradero desconocido.
Cumplida
la misión, lanzaron una bengala, para alertar a la Escuela Militar que la
«hazaña militar» se había cumplido con éxito. Simularon entonces un
enfrentamiento, utilizando una ametralladora, un mortero anti-tanque y otras
armas y dejaron sobre el portón de entrada un cartel en el que aparecía
escrito: «El FMLN hizo un ajusticiamiento a los orejas contrarios. Vencer o
morir. FLMN». Simulando que
los crímenes habían sido cometidos por la guerrilla.
Ocurrió
hace ahora exactamente 25 años. Cinco jesuitas españoles, un jesuita
salvadoreño, la cocinera y su hija, fueron brutalmente asesinados en el campus
de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), en San Salvador.
El
16 de noviembre de 2009, el Gobierno salvadoreño condecoró de manera póstuma a
los seis sacerdotes con la Orden José Matías Delgado, recibida por familiares y
amigos de los religiosos.
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