El próximo martes 27 de enero se conmemora el Día
Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto y la Prevención de los
Crímenes contra la Humanidad. Ese día se cumple el 70 aniversario de la
liberación del más simbólico campo de exterminio de los nazis, Auschwitz.
El
arzobispo de Cracovia, cardenal Stanislaw Dziwisz, representará al Estado del
Vaticano en los actos de conmemoración, al que asistirán cerca de 300
supervivientes del Holocausto.
Intentaré, en recuerdo de esta triste efeméride, recrear
el clima perverso de Auschwitz, el «Gólgota del mundo moderno», como lo definió
Juan Pablo II. En la puerta principal del campo aparecía un lema
sarcástico que decía: Arbeit macht frei,
el trabajo os hará libres. El comandante del campo, el malvado criminal Rudolf
Höss, dirá con descaro:
–Esto no es un sanatorio sino un campo de
concentración alemán, en el que no se sale sino por el camino del horno
crematorio. Si a alguno no le gusta esto, puede arrojarse enseguida a los
cables de alta tensión que circundan el campo. Si entre vosotros hay judíos,
esos no tienen derecho a vivir más que dos semanas; los sacerdotes, un mes; los
otros, tres meses. El pueblo alemán os ha rechazado y excluido del derecho a
pertenecer a la vida…
Auschwitz, a 50 kilómetros de Cracovia, en la
Alta Silesia, montado sobre un antiguo campamento del ejército polaco, es el
símbolo de la barbarie nazi, sinónimo de Holocausto o Shoah. Construido en mayo
de 1940, en la línea férrea entre Katowice y Cracovia cerca de Oswiecim, fue
concebido en principio como campo de concentración de prisioneros polacos, pero
en 1942 se transformó, cuando se tomó la decisión de la «solución final», en un
verdadero campo de exterminio, donde murieron más de un millón de personas, la
mayoría de ellas judíos.
Auschwitz
es un gran complejo compuesto de tres campos: Auschwitz I, Auschwitz
II-Birkenau y Auschwitz III-Monowitz. Auschwitz I, abierto el 20 de mayo de
1940, es el campo principal, ocupado primero por prisioneros de guerra y
enemigos políticos polacos y soviéticos; después por judíos y resistentes de
todas las nacionalidades; Auschwitz II-Birkenau, a tres kilómetros de Auschwitz
I, abierto el 8 de octubre de 1941, construido por prisioneros rusos, fue
destinado al exterminio de los judíos en las cámaras de gas; Auschwitz
III-Monowitz, abierto el 31 de mayo de 1942, fue un campo de trabajo para las
fábricas IG Farben, el complejo químico más importante en la segunda guerra
mundial.
El
exterminio a gran escala comenzó en Auschwitz II-Birkenau en la primavera de
1942 como resultado de la aceleración de la «solución final» tratada en la
Conferencia de Wannsee. En verano, comenzó a recibir grupos de judíos enviados
directamente desde Eslovaquia, Francia, Bélgica y los Países Bajos. Pero su
capacidad de exterminio era aún limitada porque no disponía todavía de hornos
crematorios y solo contaba con dos cámaras de gas, las llamadas «Casita Roja» o
Búnker 1, con capacidad para unas ochocientas personas, y la «Casita Blanca» o
Búnker 2, con capacidad para unas mil doscientas personas. Más de un año
tardarían en levantar en las cercanías cuatro hornos crematorios.
Los trenes llegan al apeadero
de los judíos (la Judenrampe). Se abren las puertas de los vagones y
unos seres vencidos por el cansancio de tantas horas de viaje, sentados si
acaso sobre sus maletas y desfallecidos de hambre y sed, saltan al andén. Los
hombres son colocados en una fila, las mujeres y los niños en otra, bajo la
mirada de las SS que maldicen a gritos y con perros a sus lados. Pasan el
control médico, es decir la selección de los «hábiles para el trabajo»,
principalmente hombres sanos de 17 a 50 años, y también algunas mujeres, que
pasan a la izquierda, y los ancianos, mujeres mayores, niños, mujeres encintas
y las que llevan niños en sus brazos, enviados a la derecha. Los médicos,
dirigidos por el criminal Josef Mengele, conocido como «El ángel de la muerte»,
se muestran bastante atentos con los prisioneros, para enmascarar la operación
de selección y dar confianza a unos presos cansados y confusos de tan largo
viaje.
Para
Rudolf Höss, comandante del campo, no pasó inadvertido que separar a los
hombres de las mujeres, a los maridos de sus esposas, era un problema. Pero
sobre todo, no tardó en darse cuenta que separar de sus hijos a unas madres
jóvenes, que podrían ser una mano de obra de gran valor, era un problema mayor.
Para evitar escenas enloquecedoras e incluso motines, decidió prescindir de
esas madres y colocarlas con sus hijos pequeños, ancianos y mujeres en la fila
de la derecha, es decir, los que irán directamente a la cámara de gas.
Estos
son trasladados al crematorio en un extremo del campo de Birkenau. Para evitar
el pánico, se les informa a las víctimas que recibirán una ducha. Un oficial de
las SS les decía:
–Ahora
se os dará un baño y se os desinfectará: no queremos epidemias en el campo de
concentración. Luego os conducirán a vuestros barracones, donde se os dará sopa
caliente. A cada uno de vosotros le será asignada una tarea en consonancia con
sus aptitudes profesionales. Ahora, desvestíos y colocad vuestra ropa en el
suelo, delante de vosotros.
Incluso
se permitían alguna broma:
–¡No
os vayáis a quemar con la ducha!
Y
aquellos infelices se desnudaban, hombres, mujeres y niños, sufriendo así una
nueva humillación.
Al
principio, los hacían entrar a patadas y golpes. Pero resultaba más práctico
hacerles creer que los iban a desinfectar mediante una ducha, en lugar de
decirles que los iban a ejecutar.
–Por
favor, disponed de forma ordenada vuestras pertenencias.
Y
todos doblaban su ropa y unían sus zapatos atando los cordones uno con otro. Y
los hacían entrar en la cámara de gas, que era una enorme sala con alcachofas
en el techo como simulando que por ella caería el agua de ducha. Cerradas las
puertas, en vez de agua salía por el techo el Zyklon B, ácido cianhídrico
empleado hasta ese momento como desinfectante, que acabará con sus vidas en
cinco minutos.
Desde
fuera, a pesar de los gruesos muros, un griterío ensordecedor rompía las
paredes hasta hacerse cada vez más leve y terminar en silencio total.
Veinticinco minutos más tarde, cuando abrían las puertas, allí estaban los
cuerpos desnudos, amontonados unos sobre otros, sin un hálito de vida. Actuaban
entonces los llamados Sonderkommandos,
(comandos especiales), prisioneros judíos y no judíos, seleccionados para
trabajar en las cámaras de gas y en los crematorios. Procedían a evacuar y
ventilar el recinto y a retirar los cuerpos. En esta revisión se les extraían los
dientes postizos de oro, anillos, pendientes u otros objetos y se revisaban los
orificios corporales por si habían escondido alhajas en la boca, el recto o la
vagina. Cuando aún no existían los crematorios, los llevaban a unas enormes
fosas al aire libre donde eran echados y sepultados.
Auschwitz
era, como dejó escrito un superviviente ruso:
–Muerte,
muerte, muerte: muerte por la noche, muerte por la mañana, muerte por la tarde…
La muerte estaba presente en todo momento.
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