Fray Bartolomé de las
Casas, obispo de Chiapas, hace testamento en el convento dominico de Santa
María de Atocha, en Madrid, ante el escribano público Gaspar Testa el 17 de
marzo de 1564 –hoy hace 451 años–. Tiene noventa años el «Procurador de los
indios», todo un puñado de años tras de sí en la lucha por sus ideales de
siempre. Tras su protestación de fe de «morir y vivir lo que viviere en la fe
católica», deja todos sus escritos a favor del colegio de San Gregorio de
Valladolid, en el que habitó por espacio de unos diez años, y lanza un último
grito «profético» de que Dios habrá «de derramar su furor e ira» sobre España
por los males perpetrados en las Indias. Dos años después, en plena lucidez, a
sus noventa y dos años, muere el 19 de julio de 1566 y es enterrado en la
capilla mayor antigua del convento de Nuestra Señora de Atocha, «con pontifical
pobre y báculo de palo», como él mismo ordenó.
Fray Bartolomé de las
Casas es sevillano, nacido en 1474, hijo de Pedro de las Casas, de origen
segoviano, y de Isabel de Sosa, de familia sevillana que poseía una tahona y
horno de cocer pan en la calle de la Carpintería (hoy Cuna). Su padre, Pedro de
las Casas, acompañó a Colón en su segundo viaje a Indias en 1493 y volvió en
1499, trayendo consigo un indio esclavo, que regaló a su hijo Bartolomé. Pero
lo poseyó tan sólo unos meses. Una orden de Isabel la Católica acabó con estos
caprichos de Colón y sus gentes y los indios fueron reintegrados a sus tierras
de origen.
La reina se mostró
inflexible ante aquella primera trata de esclavos:
–¿Qué poder tiene mío el
Almirante para dar a nadie mis vasallos?
Y los que sobrevivieron,
fueron devueltos a las Indias.
–El indio que yo en
Castilla tuve –cuenta Las Casas– y algunos días anduvo conmigo, tornó a esta
isla con el Comendador Bobadilla... y después yo lo vide y traté acá.
Según cuenta Fabié, en su
biografía publicada en 1879, «una tradición muy general afirma que nació en el
barrio de Triana, donde sin duda residió largo tiempo parte de su familia, que
hizo varias fundaciones piadosas en la iglesia parroquial de aquel barrio». Por
eso, en 1859, el Ayuntamiento de Sevilla rotuló la antigua calle de los
Caballeros, en Triana, por la de Procurador, en memoria de fray Bartolomé de
las Casas, «Procurador de los indios». Años después, en 1893, Sevilla le dedicó
nueva calle con su propio nombre, no lejos del convento dominico de San Pablo,
donde fue consagrado obispo. Y es así cómo, según creo, es el único sevillano
que tiene dos calles dedicadas a su persona.
En ninguna parte, que se
sepa, firmó Las Casas como procurador, pero ciertamente respondía al ejercicio
y cargo que llevó durante buena parte de su vida, «Procurador universal de
todos los indios de las Indias», que le confirió el cardenal Cisneros.
La vida de Las Casas es
larga y compleja. Imposible de sintetizar en pocas palabras la biografía de
este luchador tan controvertido. Valgan tan sólo estas pinceladas. Pasó a
Indias por primera vez en 1502, embarcado en una flota de 32 naves y navíos
mandada por Nicolás de Ovando. Iba de doctrinero, considerado como clérigo por
sus estudios en la Escuela de San Miguel de la catedral de Sevilla. Ordenado de
sacerdote, ofició su primera misa en la Isla Española en 1510, a los 36 años de
edad. Posiblemente, el primer misacantano de América.
En 1513 participó como
capellán en la conquista de Cuba por Diego Velázquez y presenció la bárbara
matanza de indios ejecutada por Narváez en Caonao. Velázquez le había otorgado
una encomienda con un tal Pedro de Rentería, que prosperó. Pero Las Casas
comenzó a plantearse dudas sobre la legalidad de obtener beneficios de los
indios encomendados. En 1511 había oído el célebre sermón del dominico fray
Antonio Montesinos, condenando la encomienda y la esclavitud del indio. «Todos
estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que
usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia
tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad
habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras
mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muerte y estragos nunca
oídos, habéis consumido?». Y continuaban las diatribas del fraile: «Estos ¿no
son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a
vosotros mismos?».
En 1514 le vino la
«conversión» a Bartolomé de las Casas, preparando su sermón de Pentecostés, al
leer un pasaje del libro del Eclesiástico (34, 18-26). «Se determinó de
predicallo», como él mismo confiesa, y «acordó, para libremente condenar los
repartimientos o encomiendas como injusticias o tiranías, dejar luego los
indios y renunciarlos en manos del gobernador Diego Velázquez».
A partir de ese momento, y
a lo largo de su extensa vida –ingresa en la orden dominicana en 1522 y es
consagrado obispo de Chiapas en 1543–, Bartolomé de las Casas luchará denodadamente,
con su palabra, sus obras y sus escritos, por la defensa del indio. Con un
ideario tal vez simplista y con la tozudez de un carácter impetuoso, carga
sobre el indio todos los derechos y sobre el español todas las obligaciones,
encastillado en sus ideas sin calibrar muchas veces la evolución de las cosas.
Su obra más célebre, Brevísima
relación de la destruición de las Indias, tuvo una enorme repercusión en
Europa y sirvió en buena medida para la difusión de la Leyenda negra.
Más crítica su figura en
Europa, idealizado en América como un santo, fray Bartolomé de las Casas se ha
convertido hoy en un símbolo indigenista y anticolonialista, prescindiendo de
su condición religiosa.
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