viernes, 8 de mayo de 2015

María de la Purísima, una sonrisa de cielo

Madre María de la Purísima será canonizada este otoño próximo en Roma. Segunda Hermana de la Cruz, después de santa Ángela, fundadora de la Compañía de la Cruz, y una gloria más para la Iglesia de Sevilla.
Hace unos días, 4 de mayo, el papa Francisco recibió en audiencia al cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, y autorizó a la Congregación a promulgar el decreto referente a un milagro atribuido a la intercesión de la beata Madre María de la Purísima. Era el paso último exigido para la canonización. En un Consistorio que ha de celebrarse antes del verano, el Papa hará pública la fecha de la canonización, «que tendrá lugar en este año», según el postulador de la causa, el capuchino Alfonso Ramírez.


Y es así cómo esta sencilla Hermana de la Cruz ha pasado en el corto espacio de cinco años de su beatificación, acaecida en Sevilla en el año 2010, a la santificación.
Yo la conocí y traté alguna que otra vez a la que fuera sexta Superiora General de las Hermanas de la Cruz. Y me doy de cantos en los dientes de no haber olido qué persona santa se escondía bajo ese hábito de estameña con que visten. Escribí bajo su mandato de Madre General el libro «Pequeñeces de Sor Ángela de la Cruz», aparecido en Sevilla en 1982, con motivo de la beatificación de la Madre fundadora. Solo pude apreciar, en los escasos momentos que hablé con ella, esa sonrisa callada de quien entierra el yo de por vida, como hiciera y aconsejara a sus hijas sor Ángela de la Cruz.
Madre María de la Purísima solía repetir:
–De lo poco, poco.
Y trabajó incansablemente por hacer vida, como fiel reflejo de su santa fundadora, el ideal de santa Ángela de la Cruz:
–Hacerse pobre con los pobres para llevarlos a Cristo.
Y también:
–Pobreza, limpieza, antigüedad.
En estas sencillas palabras resume sor Ángela la fisonomía espiritual de la Hermana de la Cruz. También la antigüedad, la fidelidad perenne a los orígenes del Instituto. Y lo explica:
–Ese hábito tan pobre y tan basto, esas alpargatas, ese sello de sencillez, de poca instrucción; no tener criadas, no darnos importancia, alegrándonos de que no nos atiendan, preferir los asientos más incómodos, las advertencias, los permisos y tantas menudencias que ayudan a conservar nuestra manera de ser y las costumbres como cuando empezamos. No dar oído a las voces del mundo, de que en todas partes se hace esto o aquello; nosotras siempre lo mismo, sin inventar variaciones, y siguiendo la manera (establecida) de hacer las cosas, para que en todo se conozca somos hermanas de la Cruz.
Que le pregunten a un sevillano quién es sor Ángela de la Cruz.
—Sor Ángela de la Cruz es sor Ángela de la Cruz, y basta.
Que una voz forastera trate siquiera de empañar su nombre, y verá.
Amigos, en lo tocante a sor Ángela, en Sevilla no existen montes­cos y capuletos, o séase, béticos y sevillistas, o si me apuran, y con perdón, de la Esperanza Macarena o de la Esperanza de Triana.
Aquí todo el mundo en general es de sor Ángela de la Cruz.
Y también de sus Hijas.
Una ya es beata y va camino de ser santa. Nació en Madrid de familia bien, pero vivió prácticamente toda su vida en Sevilla. Es pues una santa sevillana.
Curiosamente nació en Madrid en el mismo edificio donde murió el poeta Gustavo Adolfo Bécquer. Una placa puesta por el Ayuntamiento madrileño así lo dice en el número 25 de la calle Claudio Coello, en el barrio de Salamanca. Animo al próximo alcalde o alcaldesa que salga en las próximas elecciones a que ponga una placa adyacente en que se diga también: «Aquí nació el 20 de febrero de 1926 santa María de la Purísima, Hermana de la Cruz, en el mundo María Isabel Salvat Romero. Murió en Sevilla el 31 de octubre de 1998, en la Casa Madre de la Compañía de la Cruz».
El poeta sevillano Gustavo Adolfo Bécquer dejará escrito en sus Rimas ese verso que dice:
–Por una sonrisa, un cielo.
Pues la niña, que nació en esa casa madrileña donde el poeta murió, ha rectificado el verso para convertirlo en vida propia y ser especialmente para los pobres de este mundo a los que ella sirvió con heroica virtud:
–Una sonrisa de cielo.

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