Aún
no lo es monseñor Óscar Romero, que fuera arzobispo de San Salvador y asesinado
el 24 de marzo de 1980 en el altar, cuando oficiaba una misa en la capilla de
un hospital para enfermos de cáncer, en los días previos al estallido del
conflicto armado salvadoreño, que duró de 1980 a 1992.
Este
título pertenece a un poema que monseñor Pedro Casaldáliga, obispo de la prelatura de
Sâo Félix do Araguaia (Brasil), le dedicó:
¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro!
Romero de la paz casi imposible en esta tierra en guerra.
Romero en flor morada de la esperanza incólume de todo el Continente.
Romero de la Pascua latinoamericana.
Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa.
Como Jesús, por orden del Imperio.
¡Pobre pastor glorioso,
abandonado
por tus propios hermanos de báculo y de Misa...!
(Las curias no podían entenderte:
ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo).
La
Curia romana no entendía que monseñor Romero fuera un mártir.
Camilo
Maccise, que fuera general de la Orden del Carmen Descalzo, se vio con monseñor
Romero una semana antes de su muerte. La noticia de su crimen le sorprendió en
Puerto Rico. Y cuando dos semanas después llegó a Roma, «pude constatar con
sorpresa –cuenta él– que se daba una interpretación negativa al martirio de
monseñor Romero, fruto claro de los prejuicios de la Curia romana hacia la
iglesia de América latina».
Ocho
años después, en 1988, monseñor Pedro Casaldáliga, a su paso por Roma para la
visita ad limina, acudió a la Congregación
para la Doctrina de la Fe, que presidía el cardenal Ratzinger. Este le formuló
entre otras preguntas:
–Ustedes
fácilmente llaman mártires a monseñor Romero, a Camilo Torres, a… Es bueno
recordar a ciertos personajes que se dedicaron al pueblo, ¡pero llamarlos
márti-res!
Casaldáliga
le respondió:
–Nosotros
sabemos distinguir entre los mártires «canónicos», oficialmente reconocidos por
la Iglesia, y esos otros muchos mártires que llamamos mártires del Reino, que
dieron su vida por la justicia, por la liberación; cristianos muchos de ellos,
y que murieron también explícitamente por causa del Evangelio. Sí, yo escribí
un poema a San Romero de América. Así lo considero, santo, mártir nuestro.
Comenta
Camilo Maccise:
–Mientras
no se quería admitir como martirio la muerte de monseñor Romero, se exaltaba el
martirio de cristianos, sacerdotes y religiosos asesinados en otros contextos
socioculturales dominados por la ideología marxista… Un ejemplo de esta actitud
fue la exaltación del «martirio» del capellán de los obreros siderúrgicos de
Huta (Polonia), el padre J. Popieluszko, torturado y asesinado por la policía
por motivos políticos en 1985. Los pronunciamientos de la Curia romana fueron
totalmente favorables para considerarlo martirio. Recientemente ha sido
beatificado.
Monseñor
Romero había sido asesinado por orden del fundador de la Alianza Republicana
Nacionalista (ARENA), Roberto d'Abuisson, que gobernó El Salvador entre 1989 y 1992, año en que murió, tras un largo
padecimiento de cáncer de garganta o cáncer de esófago. Una amnistía dejó
impune este crimen.
La
Comisión «Justicia, Paz e Integridad de la Creación» (JPIC), que es una
Comisión conjunta de la Unión de Superiores Generales (USG) y de la Unión
Internacional de Superioras Generales (UISG) de los Institutos de religiosos y
religiosas de la Iglesia Católica, que agrupa a más de 2000 institutos
miembros, lanzó la iniciativa de celebrar una misa en Roma en el primer
aniversario de la muerte de monseñor Romero.
–Ningún
cardenal u obispo del Vaticano –cuenta Camilo Maccise– aceptó presidir la
concelebración o participar en ella. Existía el temor de aceptar esa
responsabilidad. Eso significaba estar de acuerdo en que la muerte de monseñor
Romero había sido un martirio y nadie osaba correr ese riego y contrastar la
opinión de la Curia romana.
Y
tuvo que ser el propio Maccise quien presidiera la Eucaristía en la iglesia de
los Santos Cosme y Damián, concelebrada por varias decenas de sacerdotes y la
presencia de unas 500 personas, la mayoría religiosos y religiosas. Maccise
refirió de forma clara en la homilía que monseñor Romero era un mártir.
En
marzo de 1994 se abrió su proceso de beatificación y tras una larga fase de
estancamiento, en 2005 la Congregación para la Causa de los Santos dio el visto
bueno para que continuara, y ya con el papa Francisco se ha producido una
aceleración de su proceso. Romero será beatificado el próximo 23 de mayo en una
ceremonia en San Salvador.
Dijo
monseñor Romero el 17 de febrero de 1980, un mes antes de su muerte:
–Los
pobres han marcado el verdadero caminar de la Iglesia. Una Iglesia que no se
une a los pobres para denunciar desde los pobres las injusticias que con ellos
se cometen, no es verdadera Iglesia de Jesucristo.
Y
dijo también:
–Una
iglesia que no provoca crisis, un Evangelio que no inquieta, una palabra de
Dios que no levanta roncha como decimos vulgarmente, una palabra de Dios que no
toca el pecado concreto de la sociedad en que está anunciándose, ¿qué Evangelio
es ése?
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