He
aquí un santo que goza de gran devoción popular, pregonado por el pueblo como
muy milagrero. Nacido en Portell (Lérida) a finales del siglo XII, se llamaba
Ramón Salón Surrons o Solanis, pero se le conoce con el sobrenombre de Nonato
(no nacido), por el peculiar modo de su nacimiento. Su madre murió en el parto
y él fue extraído del seno materno por intervención quirúrgica. De ahí le viene
su protección especial de las parturientas y también de las matronas y
comadronas.
Se
cuenta que quien encontró a la madre muerta y sacó al niño de su vientre con un
cuchillo de monte fue Guillén Folch, vizconde de Cardona, que se hallaba
cazando por aquellos parajes. Apadrinado por su salvador, tal vez de ahí le
venga el nombre de Ramón, tan usual en la estirpe de la familia Folch. Los
herederos del vizconde, Ramón V y Ramón VI, se llamaron como el santo, y lo
trataron en vida íntimamente.
Los
padres de Ramón Nonato eran humildes, o tal vez nobles, pero venidos a menos.
El santo dedicó su juventud al pastoreo y se dice que, mientras el ganado
pacía, Ramón se pasaba las horas del día en rezos en una ermita cercana
dedicada a san Nicolás. El ganado no se distraía por descuido de su gañán: un
ángel del Señor cuidaba de las ovejas mientras el joven Nonato dirigía sus
súplicas a una bonita imagen de la Virgen que había en la ermita.
Fue
ella, la Virgen ,
según cuenta la tradición, la que le impulsó a ingresar en la orden de la Merced , que había comenzado a
dar sus primeros pasos en Barcelona. Vencida la resistencia de su padre y con
ayuda del vizconde, Nonato se dirigió a la Ciudad Condal y se presentó a la Orden
mercedaria que moraba en sus inicios en el mismo palacio de Jaime I.
En
una España ocupada en buena parte por los moros, surge la necesidad imperiosa
de redimir a los cautivos. Nace así en Barcelona la Orden de la Merced. Se dice que a su
fundador, san Pedro Nolasco, la noche del 1 al 2 de agosto de 1218 se le
apareció la Virgen
y le pidió la fundación de una orden que redimiera cautivos. Con la ayuda de
san Raimundo de Peñafort, que fue su confesor, y la del rey Jaime I el
Conquistador, del que Pedro Nolasco había sido su preceptor, llevó adelante la
empresa. En un principio, la Orden recibió diversos nombres: Orden de la
limosna de los cautivos, Orden de Santa Eulalia, Orden de Santa María de la
Merced o Misericordia de los cautivos. Prevaleció el de la Merced , por imposición de la
curia romana. En un principio concebida como orden militar (mitad caballeresca,
mitad religiosa), pasó posteriormente a incluirse entre las órdenes
mendicantes. Durante los siete generalatos primeros, la Orden mercedaria fue regida
por caballeros laicos. Pero los clérigos comenzaron a ser mayoría y a partir de
1317 ocuparon los cargos principales.
A
Ramón Nonato le tocó vivir los orígenes de esta orden redentora, participando
muy cercanamente con el fundador Pedro Nolasco, que lo estimó profundamente. Y
se convirtió en uno de los más activos en la redención de cautivos. Realizó una
redención al reino moro de Valencia en 1224, acompañando a fray Guillén de Bas,
y otra a Argel en 1226, en compañía de Pedro Nolasco. Ordenado de sacerdote,
volvió a nuevas redenciones a África, acompañado ya por fray Serapio,
entrañable amigo de Nonato, con quien compartió sufrimientos y cautividad.
Fray
Serapio había nacido en Londres en 1178. Era por tanto mayor que Nonato. Siendo
joven, acompañó a su padre a Palestina para guerrear contra los infieles y
después de no pocas aventuras y peripecias, llegó a Barcelona e ingresó en la
orden mercedaria. Participó en la conquista de Mallorca (1230) y pasó a Argel,
donde tuvo varias redenciones. Cautivo de los moros, sufrió martirio el 14 de
noviembre de 1240.
Con
fray Serapio, desembarcó Ramón Nonato en Argel en 1229, donde a punto
estuvieron de perder la vida, y en Bugía en 1232. Pero será la redención de 1236 a Argel la más conocida y
celebrada por los historiadores y devotos del santo. Cuando los fondos enviados
por la Orden no
dieron más de sí, el mismo Nonato se ofreció en cautividad en rescate de algunos
prisioneros cristianos que vacilaban en su fe.
Su
vida corrió serio peligro porque el santo resultaba un cautivo incómodo. Sus
prédicas no sólo mantenían la fe viva de los cristianos reclusos, sino que
movían el corazón de los guardianes bereberes. La forma de callarlo fue tan
gráfica como cruel. Le hicieron dos agujeros en los labios y se lo sellaron con
un candado, que sólo se lo quitaban para darle de comer. Pero se cuenta que ni
aun así su prédica cesaba. Hasta que le llegó el rescate enviado por san Pedro
Nolasco.
Ramón
pudo salir por fin de aquel infierno del que había librado a tantos en sus
varias redenciones. Cuando llegó a Barcelona, fue recibido triunfalmente, pero
él, lleno de humildad, fue a refugiarse en el sagrario, siendo la Eucaristía el
sustento de su vida junto al amor a la Virgen María.
Su
fama llegó a Roma y el papa Gregorio IX —gran amigo de Francisco de Asís, a
quien canonizó en 1229—, lo creó cardenal con el título de san Eustaquio. Era
el año 1239. Cuando al año siguiente Ramón Nonato se dirigía a Roma para
recibir el capelo, pasó por el castillo de Cardona para despedirse del vizconde
Ramón VI, del que era confesor. Y en Cardona le vino la muerte, en el verano de
1240. Se cuenta que, al sentirse morir, pidió el viático y no había nadie que
le pudiera sacramentar. El mismo Jesucristo se acercó a él, en medio de un
cortejo de ángeles, y le dio la comunión.
Y
llegó entonces la discusión. ¿Dónde enterrar un cuerpo tan venerable? El
vizconde deseaba que quedara sepultado en el castillo de Cardona, donde había
muerto; los mercedarios luchaban por llevárselo consigo. La decisión final
—cosas de la Edad Media —
quedó al arbitrio de una mula ciega. Montaron sobre ella el ataúd con el cuerpo
del santo y dejaron que la acémila decidiera el camino. El animal pateó
aquellos montes y no paró hasta quedar exhausta... ante la ermita de San
Nicolás, de Portell, donde Ramón solía rezar en sus años jóvenes de pastor. Y
allí han sido venerados secularmente los restos de san Ramón Nonato, hasta su
desaparición en el año 1936 con el estallido de la guerra civil. Portell ha
sido lugar de peregrinación durante siglos y testigo de los numerosos milagros
y favores que el santo ha tenido para con sus devotos.
San
Román Nonato, llamado en su juventud el «hijo de María», por su grande amor a la Virgen , y mártir de la
caridad por su dedicación redentora hasta sufrir castigos atroces, pertenece
también al núcleo de santos enamorados perdidamente del Santísimo Sacramento.
Así aparece representado en todas sus imágenes: vestido de cardenal con la
custodia en una mano y la palma del martirio en la otra. Su fiesta se celebra
el 31 de agosto. Urbano VIII, en 1626, extendió a toda la Iglesia el culto que se le
tributaba en Cataluña y en la orden mercedaria. A él han acudido en otras
épocas cuando arreciaba una epidemia, pero su singular protección la han
sentido las parturientas, especialmente mediante el agua bendita y la candela
llamada de San Ramón, en memoria de haber venido a la luz, es decir, a este
mundo, de forma tan prodigiosa.
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