domingo, 30 de agosto de 2015

San Ramón Nonato, protector de las parturientas

He aquí un santo que goza de gran devoción popular, pregonado por el pueblo como muy milagrero. Nacido en Portell (Lérida) a finales del siglo XII, se llamaba Ramón Salón Surrons o Solanis, pero se le conoce con el sobrenombre de Nonato (no nacido), por el peculiar modo de su nacimiento. Su madre murió en el parto y él fue extraído del seno materno por intervención quirúrgica. De ahí le viene su protección especial de las parturientas y también de las matronas y comadronas.
Se cuenta que quien encontró a la madre muerta y sacó al niño de su vientre con un cuchillo de monte fue Guillén Folch, vizconde de Cardona, que se hallaba cazando por aquellos parajes. Apadrinado por su salvador, tal vez de ahí le venga el nombre de Ramón, tan usual en la estirpe de la familia Folch. Los herederos del vizconde, Ramón V y Ramón VI, se llamaron como el santo, y lo trataron en vida íntimamente.


Los padres de Ramón Nonato eran humildes, o tal vez nobles, pero venidos a menos. El santo dedicó su juventud al pastoreo y se dice que, mientras el ganado pacía, Ramón se pasaba las horas del día en rezos en una ermita cercana dedicada a san Nicolás. El ganado no se distraía por descuido de su gañán: un ángel del Señor cuidaba de las ovejas mientras el joven Nonato dirigía sus súplicas a una bonita imagen de la Virgen que había en la ermita.
Fue ella, la Virgen, según cuenta la tradición, la que le impulsó a ingresar en la orden de la Merced, que había comenzado a dar sus primeros pasos en Barcelona. Vencida la resistencia de su padre y con ayuda del vizconde, Nonato se dirigió a la Ciudad Condal y se presentó a la Orden mercedaria que moraba en sus inicios en el mismo palacio de Jaime I.
En una España ocupada en buena parte por los moros, surge la necesidad imperiosa de redimir a los cautivos. Nace así en Barcelona la Orden de la Merced. Se dice que a su fundador, san Pedro Nolasco, la noche del 1 al 2 de agosto de 1218 se le apareció la Virgen y le pidió la fundación de una orden que redimiera cautivos. Con la ayuda de san Raimundo de Peñafort, que fue su confesor, y la del rey Jaime I el Conquistador, del que Pedro Nolasco había sido su preceptor, llevó adelante la empresa. En un principio, la Orden recibió diversos nombres: Orden de la limosna de los cautivos, Orden de Santa Eulalia, Orden de Santa María de la Merced o Misericordia de los cautivos. Prevaleció el de la Merced, por imposición de la curia romana. En un principio concebida como orden militar (mitad caballeresca, mitad religiosa), pasó posteriormente a incluirse entre las órdenes mendicantes. Durante los siete generalatos primeros, la Orden mercedaria fue regida por caballeros laicos. Pero los clérigos comenzaron a ser mayoría y a partir de 1317 ocuparon los cargos principales.
A Ramón Nonato le tocó vivir los orígenes de esta orden redentora, participando muy cercanamente con el fundador Pedro Nolasco, que lo estimó profundamente. Y se convirtió en uno de los más activos en la redención de cautivos. Realizó una redención al reino moro de Valencia en 1224, acompañando a fray Guillén de Bas, y otra a Argel en 1226, en compañía de Pedro Nolasco. Ordenado de sacerdote, volvió a nuevas redenciones a África, acompañado ya por fray Serapio, entrañable amigo de Nonato, con quien compartió sufrimientos y cautividad.
Fray Serapio había nacido en Londres en 1178. Era por tanto mayor que Nonato. Siendo joven, acompañó a su padre a Palestina para guerrear contra los infieles y después de no pocas aventuras y peripecias, llegó a Barcelona e ingresó en la orden mercedaria. Participó en la conquista de Mallorca (1230) y pasó a Argel, donde tuvo varias redenciones. Cautivo de los moros, sufrió martirio el 14 de noviembre de 1240.
Con fray Serapio, desembarcó Ramón Nonato en Argel en 1229, donde a punto estuvieron de perder la vida, y en Bugía en 1232. Pero será la redención de 1236 a Argel la más conocida y celebrada por los historiadores y devotos del santo. Cuando los fondos enviados por la Orden no dieron más de sí, el mismo Nonato se ofreció en cautividad en rescate de algunos prisioneros cristianos que vacilaban en su fe.
Su vida corrió serio peligro porque el santo resultaba un cautivo incómodo. Sus prédicas no sólo mantenían la fe viva de los cristianos reclusos, sino que movían el corazón de los guardianes bereberes. La forma de callarlo fue tan gráfica como cruel. Le hicieron dos agujeros en los labios y se lo sellaron con un candado, que sólo se lo quitaban para darle de comer. Pero se cuenta que ni aun así su prédica cesaba. Hasta que le llegó el rescate enviado por san Pedro Nolasco.
Ramón pudo salir por fin de aquel infierno del que había librado a tantos en sus varias redenciones. Cuando llegó a Barcelona, fue recibido triunfalmente, pero él, lleno de humildad, fue a refugiarse en el sagrario, siendo la Eucaristía el sustento de su vida junto al amor a la Virgen María.
Su fama llegó a Roma y el papa Gregorio IX —gran amigo de Francisco de Asís, a quien canonizó en 1229—, lo creó cardenal con el título de san Eustaquio. Era el año 1239. Cuando al año siguiente Ramón Nonato se dirigía a Roma para recibir el capelo, pasó por el castillo de Cardona para despedirse del vizconde Ramón VI, del que era confesor. Y en Cardona le vino la muerte, en el verano de 1240. Se cuenta que, al sentirse morir, pidió el viático y no había nadie que le pudiera sacramentar. El mismo Jesucristo se acercó a él, en medio de un cortejo de ángeles, y le dio la comunión.
Y llegó entonces la discusión. ¿Dónde enterrar un cuerpo tan venerable? El vizconde deseaba que quedara sepultado en el castillo de Cardona, donde había muerto; los mercedarios luchaban por llevárselo consigo. La decisión final —cosas de la Edad Media— quedó al arbitrio de una mula ciega. Montaron sobre ella el ataúd con el cuerpo del santo y dejaron que la acémila decidiera el camino. El animal pateó aquellos montes y no paró hasta quedar exhausta... ante la ermita de San Nicolás, de Portell, donde Ramón solía rezar en sus años jóvenes de pastor. Y allí han sido venerados secularmente los restos de san Ramón Nonato, hasta su desaparición en el año 1936 con el estallido de la guerra civil. Portell ha sido lugar de peregrinación durante siglos y testigo de los numerosos milagros y favores que el santo ha tenido para con sus devotos.
San Román Nonato, llamado en su juventud el «hijo de María», por su grande amor a la Virgen, y mártir de la caridad por su dedicación redentora hasta sufrir castigos atroces, pertenece también al núcleo de santos enamorados perdidamente del Santísimo Sacramento. Así aparece representado en todas sus imágenes: vestido de cardenal con la custodia en una mano y la palma del martirio en la otra. Su fiesta se celebra el 31 de agosto. Urbano VIII, en 1626, extendió a toda la Iglesia el culto que se le tributaba en Cataluña y en la orden mercedaria. A él han acudido en otras épocas cuando arreciaba una epidemia, pero su singular protección la han sentido las parturientas, especialmente mediante el agua bendita y la candela llamada de San Ramón, en memoria de haber venido a la luz, es decir, a este mundo, de forma tan prodigiosa.

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