jueves, 15 de octubre de 2015

Teresa de Jesús, esa mujer

Hoy, festividad de santa Teresa de Jesús, concluye el Año Teresiano dedicado a esta excepcional figura de la mística española a los quinientos años de su nacimiento en 1515.
Hace cuatro años dediqué un libro a la Santa de Ávila, que titulé precisamente «Teresa de Jesús, esa mujer» (traducido al italiano como «Teresa d’Avila, coraggio al femminile», y recientemente otro libro titulado: «Teresa de Jesús. Vida, mensaje y actualidad de la Santa de Ávila».
Le dedicaré hoy aquí, cómo no, un pequeño recordatorio.
  

Teresa confiesa que Dios le ha dado un ánimo «harto más que de mujer» y eso es lo que percibían cuantos doctos e ilustrados de este mundo —obispos, teólogos, confesores, inquisidores…— se acercaban a ella.
El jesuita Pablo Hernández, buen amigo de Teresa a quien ayudó en la fundación de Toledo y en menesteres de más calado en Madrid cuando la descalcez se encontraba en grave aprieto con el nuncio Sega, decía de ella:
 –La madre Teresa de Jesús es muy gran mujer de tejas abajo, y de las tejas arriba muy mejor.
Teresa distinguía a su buen amigo Pablo Hernández con el apodo de Padre eterno. Eso de etiquetar a los personajes que se cruzaban en su camino nace de su temperamento divertido. Y a fe que tenía imaginación y gracia maliciosa en colocar motes. Al nuncio Ormaneto, viejo y achacoso, le llamaba Matusalén. A sus hijas, carmelitas descalzas, las apodaba Mariposas. Las carmelitas calzadas eran Cigarras. Los carmelitas calzados, Gatos. Los descalzos, Águilas. El demonio, Patilla. Jesucristo, José. Su querido Gracián, Pablo y también Eliseo. Juan de la Cruz, Senequita. Y ella solía apodarse Ángela y Lorencia.
Juan de Salinas, provincial de los dominicos e insigne predicador, preguntó a Domingo Báñez, también dominico y teólogo:
–¿Quién es una Teresa de Jesús, que me dicen es mucho vuestra? ¡No hay que confiar de virtud de mujeres!
Y Domingo Báñez le respondió:
–Vuestra paternidad va a Toledo a predicar y la verá, y experimentará que es razón de tenerla en mucho.
Salinas predicó esa cuaresma en Toledo y tuvo ocasión de tratarla y confesarla. Cuando pasado un tiempo se encontró con Domingo Báñez, le reprochó:
–¡Me habéis engañado! ¡Me habíais dicho que era mujer, y a fe que no es sino hombre varón y de los muy barbados!
Será Teresa quien diga al padre Mariano:
–¡No somos tan fáciles de conocer las mujeres!
Y añadió:
–Muchos años las confiesan y después ellos mismos se espantan de lo poco que han entendido.
En un mundo misógino como aquel del siglo XVI Teresa de Jesús supo marcar sus fronteras y hacer valer su condición de mujer donde quiera que estuviese. Su feminismo es proverbial. Es ella quien elige a los hombres. En Medina del Campo, al principio de sus fundaciones, se fijó en un jovencito Juan de la Cruz, ¡menudo fichaje! En Beas se prendará de Jerónimo Gracián, que se convertirá para ella en su hombre, el hombre que embride a los hombres en las fundaciones masculinas. Ello servirá para que más de una vez le echasen en cara a Gracián que estaba sujeto a una mujer. A Gracián le producía congoja. A Teresa le daba la risa:
—¡No me afrento yo y se ha de acongojar él!
Teresa fue fundadora de mujeres y de hombres, caso insólito en aquellos tiempos. En medio de los azares del Carmelo tras su muerte, cuando se pone en cuestión que fuera también fundadora de hombres, vino de Roma el breve Salvatoris, de junio de 1590, donde el papa Sixto V elogia a «una mujer llamada Teresa de Jesús… a quien honran por madre y fundadora sesenta monasterios y conventos, más de hombres que de mujeres».
Fundadora de hombres es Teresa, esa mujer.

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