Hoy,
festividad de santa Teresa de Jesús, concluye el Año Teresiano dedicado a esta
excepcional figura de la mística española a los quinientos años de su
nacimiento en 1515.
Hace
cuatro años dediqué un libro a la Santa de Ávila, que titulé precisamente
«Teresa de Jesús, esa mujer» (traducido al italiano como «Teresa d’Avila,
coraggio al femminile», y recientemente otro libro titulado: «Teresa de Jesús.
Vida, mensaje y actualidad de la Santa de Ávila».
Le
dedicaré hoy aquí, cómo no, un pequeño recordatorio.
Teresa
confiesa que Dios le ha dado un ánimo «harto más que de mujer» y eso es lo que
percibían cuantos doctos e ilustrados de este mundo —obispos, teólogos,
confesores, inquisidores…— se acercaban a ella.
El
jesuita Pablo Hernández, buen amigo de Teresa a quien ayudó en la fundación de
Toledo y en menesteres de más calado en Madrid cuando la descalcez se
encontraba en grave aprieto con el nuncio Sega, decía de ella:
–La madre Teresa de Jesús es muy gran mujer de
tejas abajo, y de las tejas arriba muy mejor.
Teresa
distinguía a su buen amigo Pablo Hernández con el apodo de Padre eterno. Eso de etiquetar a los personajes que se cruzaban en
su camino nace de su temperamento divertido. Y a fe que tenía imaginación y
gracia maliciosa en colocar motes. Al nuncio Ormaneto, viejo y achacoso, le
llamaba Matusalén. A sus hijas, carmelitas descalzas, las apodaba Mariposas.
Las carmelitas calzadas eran Cigarras. Los carmelitas calzados,
Gatos. Los descalzos, Águilas. El demonio, Patilla.
Jesucristo, José. Su querido Gracián, Pablo y también Eliseo.
Juan de la Cruz ,
Senequita. Y ella solía apodarse Ángela y Lorencia.
Juan
de Salinas, provincial de los dominicos e insigne predicador, preguntó a
Domingo Báñez, también dominico y teólogo:
–¿Quién
es una Teresa de Jesús, que me dicen es mucho vuestra? ¡No hay que confiar de
virtud de mujeres!
Y
Domingo Báñez le respondió:
–Vuestra
paternidad va a Toledo a predicar y la verá, y experimentará que es razón de
tenerla en mucho.
Salinas
predicó esa cuaresma en Toledo y tuvo ocasión de tratarla y confesarla. Cuando
pasado un tiempo se encontró con Domingo Báñez, le reprochó:
–¡Me
habéis engañado! ¡Me habíais dicho que era mujer, y a fe que no es sino hombre
varón y de los muy barbados!
Será
Teresa quien diga al padre Mariano:
–¡No
somos tan fáciles de conocer las mujeres!
Y
añadió:
–Muchos
años las confiesan y después ellos mismos se espantan de lo poco que han
entendido.
En
un mundo misógino como aquel del siglo XVI Teresa de Jesús supo marcar sus
fronteras y hacer valer su condición de mujer donde quiera que estuviese. Su
feminismo es proverbial. Es ella quien elige a los hombres. En Medina del
Campo, al principio de sus fundaciones, se fijó en un jovencito Juan de la Cruz , ¡menudo fichaje! En
Beas se prendará de Jerónimo Gracián, que se convertirá para ella en su hombre,
el hombre que embride a los hombres en las fundaciones masculinas. Ello servirá
para que más de una vez le echasen en cara a Gracián que estaba sujeto a una
mujer. A Gracián le producía congoja. A Teresa le daba la risa:
—¡No
me afrento yo y se ha de acongojar él!
Teresa
fue fundadora de mujeres y de hombres, caso insólito en aquellos tiempos. En
medio de los azares del Carmelo tras su muerte, cuando se pone en cuestión que
fuera también fundadora de hombres, vino de Roma el breve Salvatoris, de junio de 1590, donde el papa Sixto V elogia a «una
mujer llamada Teresa de Jesús… a quien honran por madre y fundadora sesenta
monasterios y conventos, más de hombres que de mujeres».
Fundadora
de hombres es Teresa, esa mujer.
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