sábado, 17 de octubre de 2015

Tres de los cuatro santos canonizados, biografiados por mí

Mañana, 18 de octubre, el papa Francisco canonizará a cuatro beatos: junto al sacerdote italiano Vincenzo Grossi, fundador del Instituto de las Hijas del Oratorio, los padres de Teresa de Lisieux y la religiosa Hermana de la Cruz María de la Purísima. Tres de estos santos han sido biografiados por mí. Haré una breve reseña de ellos.


Luis y Celia Martin, padres de santa Teresa de Lisieux, se muestran unos santos cercanos al común de los mortales. No son consagrados, ni célibes, no han hecho voto de castidad, sus vidas están tejidas por el trabajo –él de relojero, ella de encajera–, vida de familia numerosa, pertenecientes a asociaciones parroquiales, vecinos de sus vecinos. Vivieron con todas sus consecuencias y circunstancias la espiritualidad propia de su tiempo en una Francia del XIX aún convulsa por las secuelas de la revolución, el anticlericalismo, y cierto jansenismo espiritual que vislumbra un Dios de Justicia frente a un Dios del Amor, con peligro de convertir las almas buenas en escrupulosas.
Luis y Celia han sido santos en la humilde realidad de sus vidas, con una sencilla fe sustentada en la oración en familia, educación de sus hijas, la misa diaria, lecturas piadosas al atardecer, el mes de María, el amor a Dios y al prójimo y fidelidad a la Iglesia…
Estuvieron siempre en perfecto acuerdo de corazón y de pensamiento. Él se refería a ella ante sus hijas como nuestra «santa madre». Y Celia escribía a su hermano Isidoro refiriéndose a Luis: «¡Qué hombre más santo es mi marido! Me gustaría que tuvieran uno parecido todas las mujeres».
Sus cinco hijas –cuatro carmelitas descalzas, una salesa– son su corona. Tras la canonización de la más pequeña, santa Teresita del Niño Jesús, y ahora la de los padres, se anuncia el comienzo de la causa de beatificación de Leonia, la monjita salesa. Pero yo, que he hecho un largo recorrido describiendo las vidas santas de esta familia, tengo que reconocer que las otras hermanas dejaron tras de sí igualmente una viva impresión de santidad y ejemplaridad en sus vidas. ¡Qué bueno sería que un día toda la familia, al alimón, los padres y las cinco hijas religiosas, se vieran en los altares como juntos están ya en el reino de los cielos!
*  *  *

María de la Purísima de la Cruz será la segunda Hermana de la Cruz que suba a los altares, después de santa Ángela, fundadora de la Compañía de la Cruz en 1875, y nueva gloria y honor para la Iglesia de Sevilla al contar con una santa más.
¿Cómo es posible que haya ascendido en tan corto espacio de tiempo a la gloria de los altares una religiosa que ha muerto hace tan solo 17 años? Porque todos sabemos que Roma no gusta de las prisas y las cosas de palacio van despacio.
Se lo he preguntado a María del Redentor, que vive en el convento de las Hermanas de la Cruz en Roma. ¿Qué digo convento? Es un piso en la cuarta planta de un viejo caserón de la Via Pellegrino de Roma, propiedad de la Embajada de España. Allá llegó una patrulla de monjitas en 1966, todas jóvenes con la madre Loreto al frente, estupenda mujer, para agilizar el proceso de beatificación de su santa fundadora Ángela de la Cruz.
Las conocí un año después, yo estudiante en Roma, y todavía quedan de aquella pa-trulla primera dos Hermanas, entre ellas la siempre animosa María del Redentor.
Le pregunto:
–¿Cómo es posible que se haya logrado bullir las posaderas de los monseñores ro-manos para que esta causa de canonización discurra a velocidades de vértigo? ¿Qué bula tenéis? ¿Quién os ampara? ¿Tenéis padrino?
Y María del Redentor me contesta:
–Nadie, ella sola, ella sola desde el cielo.
Pues séase.
Porque en verdad esta sencilla Hermana de la Cruz, María de la Purísima, ha pasado en el corto espacio de doce años de su muerte a la beatificación y cinco años después a la canonización.
¡Todo un récord!

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