Pretendía hablar hoy del papa Francisco y solo del
Papa, y recomendar un libro que me ha encantado, escrito por Austen Ivereigh, El gran reformador. Francisco, retrato de un
Papa radical.
Pero mientras está en África, en el viaje más peligroso
de su pontificado, sobre todo cuando visite el sábado próximo la República
Centroafricana, un nuevo escándalo salta a la prensa italiana.
El periódico Il
Fatto Quotidiano titula en portada: «Obispo de Comunión y Liberación: Francisco
debe tener el mismo final que el otro Papa». Es decir, igual que Juan Pablo I,
que solo duró 33 días.
–¿Quién es el prelado capaz de desearle la muerte al
Sumo Pontífice? –escribe José M. Vidal en Religión
Digital–. Se trata de Luigi Negri, titular de la diócesis de Ferrara y
perteneciente al movimiento Comunión y Liberación, 'cazado' mientras hablaba
por teléfono en un tren… Según el diario italiano, el prelado viajaba en el
'Bala Roja', un tren parecido al AVE español, desde Roma a Ferrara, el pasado
28 de octubre y su conversación fue escuchada y grabada por varios viajeros,
mientras discutía con su secretario y, después, mientras despotricaba por
teléfono con el político y periodista Renato Farina, también perteneciente a su
mismo movimiento. Monseñor Negri habría afirmado en voz alta: «Esperemos que,
con Bergoglio, la Virgen haga el mismo milagro que hizo con el otro», en
referencia a Juan Pablo I. El obispo cielino no sólo le deseó la muerte al
Papa, sino que, además, se puso a criticar a voces los últimos nombramientos
episcopales realizados por Francisco en Italia.
El problema del papa Francisco es que la oposición a
su persona no está fuera de la Iglesia, sino dentro y muy dentro. Incluso dentro
del Vaticano, aparte ciertos obispos como este miserable prelado de Ferrara y ciertos
cardenales, incluso de Curia.
Por eso, en su viaje a África, un periodista le dijo
en el avión:
–Por favor, que las
resistencias no le frenen.
Y el Papa le contestó:
–Las resistencias no
frenan… (y tras una pausa). Impulsan.
Y ahora hablemos del Papa,
algunas pinceladas curiosas que he recogido del libro antes mentado.
Ya dijo en una ocasión que «debemos aprender a ser
normales». Y esto es lo que fastidia a estos obispos o cardenales. Que no son
normales. Y por ello Francisco gusta a la gente… normal. Como vosotros, como
yo.
¿Sabéis qué decía este obispo en el tren a su amigo
periodista sobre los nombramientos de obispos hechos por el papa Francisco?
–Son nombramientos hechos con el más absoluto
desprecio de todas las reglas. Con una metodología que no respeta nada ni a
nadie. El nombramiento para Bolonia es increíble. Al nombrado no le voy a pasar
ni una. El otro nombramiento, el de Palermo, es todavía peor. El nombrado
escribió un libro sobre los pobres –¿qué sabrá éste de los pobres?–, y sobre
Lercaro y Dosetti, sus modelos, dos que destruyeron la Iglesia italiana.
Evidentemente, este es un obispo «no normal», por no
decir «anormal», que es lo que se aprecia.
Pues sí, Francisco es un Papa normal.
A los trece años, le dio una calentura de ser cura o
de tener novia. Las dos cosas. Como dijo él en una ocasión:
–A esa edad se le ocurre a uno ser cura como se le
ocurre ser ingeniero, médico o músico.
Y se enamoró de una vecina de su edad, llamada Amalia
Domonte. Su declaración de amor fue de lo menos romántica que se puede pensar.
Le dijo en una carta:
–Si no me hago cura, me casaré contigo.
Eso sí, dibujó una casita preciosa con tejado de
tejas rojas en la que, según decía, vivirían los dos.
El padre de la pretendida novia vio la carta, le dio
un bofetón a Jorge Bergoglio y le dijo que no volviera más por allí.
De su padre heredó la pasión por el fútbol y el
equipo del barrio, el San Lorenzo, fundado por el padre Lorenzo Massa,
misionero salesiano, allá por 1907, el más modesto de los tres equipos principales
de Buenos Aires.
Curiosamente, su padre murió de un infarto mientras
asistía a un partido de fútbol en el estadio, con solo 51 años. Alberto, el
hermano menor de Jorge, que estaba con él ese día, no regresó más a un campo de
fútbol.
Morris West, autor de libros de gran éxito como Las sandalias del pescador, publicó una última
novela que trataba sobre un cardenal argentino que era elegido Papa. Pero no
hay nada en común de ese Luca Rossini, protagonista de Eminencia, y Jorge Bergoglio. El escritor australiano jamás pudo imaginar
para su novela un Papa argentino que le encantara el tango, bebiera mate y
fuera hincha del San Lorenzo. Y que fuera jesuita. No entraba en sus cálculos
imaginativos. Sin embargo, se ha hecho realidad.
Tenemos un Papa que es normal, como la gente, como
la gente que él abraza y besa, con la que se mezcla. ¿No hacía Jesús lo mismo?
Pero ciertos obispos y cardenales prefieren guardar
las distancias, porque hay que preservar la dignidad. Es decir, que no son
gente normal.
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