Hoy es la fiesta de santa Beatriz de Silva, portuguesa
que vino a la corte de Castilla formando parte del grupo reducido de doncellas
de la infanta Isabel, nieta de Juan I de Portugal e hija del infante don Juan,
de trece o catorce años, que casó con don Juan II de Castilla, de cuyo
matrimonio nacerá la que será Isabel la Católica. También Beatriz era «de poca
edad», unos once años.
Con los años será fundadora en Toledo de las
Concepcionistas u Orden de la Inmaculada Concepción. Pero solo me quiero
referir aquí a la belleza de la pequeña Beatriz que creará los celos de la
reina. En la Vida de Beatriz, escrita
por una religiosa contemporánea de la Santa, se dice que «era muy graciosa
doncella y excedía a todas las demás en su tiempo en hermosura y gentileza».
En qué consista su belleza, solo tenemos un presunto
retrato en un óleo sobre tabla de fines del siglo XV, que representa el Abrazo de Santa Ana y San Joaquín en la
Puerta Dorada, posiblemente un encargo de Beatriz de Silva a un pintor del
círculo de Juan Rodríguez de Segovia, el Maestro de los Luna, y que se halla en
el altar de San José de la iglesia de la Purísima Concepción de Toledo. En él
aparece una joven de rodillas con un rosario entrelazado en sus manos.
Cabe preguntarse qué cánones regían el ideal de
belleza femenino en la Edad Media. Los gustos debían ser tan diversos como los
de hoy. Pero siempre existirá una valoración predominante. Por ejemplo, en una
sociedad clasista como la medieval, la belleza ha de ser concomitante con la
nobleza, cosa que no poseen las clases inferiores de moros, judíos, negros,
serranas y villanos. Y el color rubio prevalece sobre el moreno o el negro, con
lo que a través de los gustos se ponía cota y frontera en la diferenciación
racial. Se dice que Alfonso XI era «blanco y rubio, de ojos verdes» y la misma
descripción sirve para Enrique III y Juan II. Fernando de Antequera es descrito
como «blanco y mesuradamente colorado». Isabel la Católica era «muy blanca y
rubia, los ojos entre verdes y azules».
El Arcipreste de Hita, en su Libro del Buen Amor, considera que toda «Dueña de buen linaje e de
mucha nobleza» ha de ser así: «Alto cuello de garza, color fresco de grana». O
como describe más adelante: «Ansí dueña pequeña tiene mucha beldat, / fermosura,
donaire, amor e lealtad». Considerando como ideal a la dueña pequeña, la mujer
menuda: «Por ende de las mujeres la mejor es la menor».
¿Imaginamos así a Beatriz de Silva? ¿Por qué no? Para
el Marqués de Santillana, la mujer debe tener el cabello dorado o rubio, los
ojos hermosos, el cutis inmaculado, blanco y suave, los labios de carmín y el
cuerpo esbelto.
Con lo que se demuestra que el ideal de belleza
femenino no ha cambiado gran cosa a través de los siglos. He aquí, al menos,
unos pequeños esquemas para imaginarnos la belleza de Beatriz de Silva y la
estimación de la corte de Juan II y los celos de la reina Isabel.
El matrimonio era el destino de las doncellas de la
reina, con algún cortesano o señor del reino. A los trece o catorce años, al
llegar a la edad núbil, no elegían ellas, sino su señora. Y a Beatriz no le
resultaría difícil escoger un buen partido, dada su belleza. En un manuscrito
de la época, se dice:
–Por su grande hermosura y linaje, fue demandada de
muchos condes y duques en casamiento.
Pero Beatriz no quiso casarse, había hecho voto de
castidad «en medio de estos combates del mundo». ¿Cuáles eran estos combates?
Ocurrió, según relata la Historia manuscrita de 1526, que la reina doña Isabel de Portugal tuvo celos
de su doncella –posiblemente por creer que su marido, el rey Juan II, podía
asediarla para tenerla de concubina, cosa normal en aquella época– y ordenó
encerrarla en un sótano dentro de un cajón, donde estuvo tres días sin comer ni
beber. Se cuenta que se le apareció la Virgen, que la consoló en la prueba,
vestida con los colores concepcionistas de blanco y azul. Una vez rescatada,
«acordándose de la merced señalada que en la visión había recibido, hizo luego
voto de limpieza y perpetua castidad a Nuestra Señora». Y Beatriz, como dice la
Historia manuscrita, fallecerá
«dejando el cuerpo a la tierra tan limpio y entero como le había sacado del
vientre de su madre».
A partir de este momento, Beatriz de Silva abandonó la
corte y se fue a vivir a un convento.
El episodio del encerramiento en el cajón debió
suceder en Tordesillas, donde vivía la reina o estaría de paso, y será en
Toledo, en el monasterio de Santo Domingo el Real, de monjas dominicas, donde
Beatriz de Silva quiso recluirse y llevar una vida penitente y austera durante
más de treinta años.
Después, en 1484 fundó las Concepcionistas, vestidas
las monjas con túnica blanca y toca azul, los colores concepcionistas. Murió en
agosto de 1491, fue beatificada por Pío XI en 1926 y canonizada por Pablo VI en
1976.
No hay comentarios:
Publicar un comentario