martes, 31 de enero de 2017

El buey mudo

El 28 de enero, celebró la Iglesia la memoria de Santo Tomás de Aquino, patrono de las Universidades y Escuelas católicas, como lo propusiera a finales del siglo XIX el papa León XIII. Debería haber sido un día de fiesta para los estudiantes universitarios y de bachillerato, como antaño, aunque en este mundo secularizado de hoy día no creo que se haya celebrado ni pienso que los estudiantes sepan gran cosa de su santo patrono. Recuerdo que en mis tiempos de estudiante se celebraba este día –con vacación– el 7 de marzo, día en que realmente murió el santo allá por el año 1274. Pero como caía en Cuaresma, el nuevo Calendario universal surgido del Vaticano II trasladó su fiesta al 28 de enero, fecha más templada, aniversario de la traslación de las reliquias de Santo Tomás a Toulouse en el año 1369.


Quisiera resaltar de su figura –para ejemplo de estudiantes y particularmente de seminaristas, que ni unos ni otros pienso yo que me lean– su amor profundo al estudio. Es una época ésta en que, envueltos en la vorágine de lo audiovisual, se lee más bien poco y así nos luce el pelo. Como la cosa siga así, la humanidad se convertirá en una inmensa muchedumbre de analfabetos que sabrá mucho del manejo de un ordenador, tablet, internet o teléfono móvil con su whatsapp y cosas por el estilo, y pare de contar. El humanismo se habrá diluido como un azucarillo en el agua, y con él todas las ciencias del espíritu, incluido el estudio de la Religión.
Pero vayamos a Santo Tomás, que hasta de las escuelas teológicas parece que ha sido echado, habiendo sido durante siglos la base de los estudios filosóficos y teológicos de los clérigos. En París, los estudiantes le apodaban «el buey mudo», por su silencio, su concentración, su cierta timidez. Y le cantaban –en latín, naturalmente, que era la lengua oficial de las Universidades– serenatas de este estilo:

Meum est propositum in taberna mori,
Ut sint vina proxima morientis ori.
Tunc cantabunt letius angelorum chori:
«Deus sit propitius huic potatori».

(Mi propósito es morir en una taberna, para que haya vino cerca de mi boca moribunda. Así el coro de ángeles cantará más feliz: « Dios tenga piedad de este borracho»).
Pero Tomás de Aquino seguía con sus libros y en su defensa salió su profesor San Alberto Magno, que profetizó:
–Sí, es un buey, pero un día los mugidos de su doctrina serán oídos en todo el mundo.
Por encima de todo, fue un intelectual preocupado durante toda su vida por dar respuesta a la inquietante pregunta de: ¿Quién es Dios? Y supo condensar toda su doctrina, con su saber excepcional, en su obra más conocida llamada Suma Teológica, síntesis de extraordinaria claridad conceptual y estilo sencillo. Su lema era «contemplata aliis tradere» (llevar a los otros el fruto de la propia reflexión). Y bien que lo supo hacer este dominico, grande y rechoncho de cuerpo, pero sencillo y humilde como un ángel. Precisamente así ha pasado a la historia, conocido como el Doctor Angélico.
Y con el estudio, la oración.
Hombre de profundísima fe, ponía todo su saber intelectual en las manos de Dios. ¿A quién podía confiar el papa Urbano IV el oficio del Corpus? Y Santo Tomás nos ha dejado esos versos tan sentidos que se siguen cantando ante Jesús Sacramentado: Pange lingua... Tantum ergo...
Juan XXII lo llevó a los altares en 1323, pero surgieron voces que decían que no había realizado grandes prodigios ni en vida ni después de muerto. Y el Papa respondió:
–Cuantas proposiciones teológicas escribió, tantos milagros realizó.
Que Santo Tomás interceda por el mundo estudiantil. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario