El 28 de enero, celebró la Iglesia la
memoria de Santo Tomás de Aquino, patrono de las Universidades y Escuelas
católicas, como lo propusiera a finales del siglo XIX el papa León XIII. Debería
haber sido un día de fiesta para los estudiantes universitarios y de
bachillerato, como antaño, aunque en este mundo secularizado de hoy día no creo
que se haya celebrado ni pienso que los estudiantes sepan gran cosa de su santo
patrono. Recuerdo que en mis tiempos de estudiante se celebraba este día –con
vacación– el 7 de marzo, día en que realmente murió el santo allá por el año
1274. Pero como caía en Cuaresma, el nuevo Calendario universal surgido del
Vaticano II trasladó su fiesta al 28 de enero, fecha más templada, aniversario
de la traslación de las reliquias de Santo Tomás a Toulouse en el año 1369.
Quisiera resaltar de su figura –para
ejemplo de estudiantes y particularmente de seminaristas, que ni unos ni otros
pienso yo que me lean– su amor profundo al estudio. Es una época ésta en que,
envueltos en la vorágine de lo audiovisual, se lee más bien poco y así nos luce
el pelo. Como la cosa siga así, la humanidad se convertirá en una inmensa
muchedumbre de analfabetos que sabrá mucho del manejo de un ordenador, tablet,
internet o teléfono móvil con su whatsapp y cosas por el estilo, y pare de
contar. El humanismo se habrá diluido como un azucarillo en el agua, y con él
todas las ciencias del espíritu, incluido el estudio de la Religión.
Pero vayamos a Santo Tomás, que hasta de
las escuelas teológicas parece que ha sido echado, habiendo sido durante siglos
la base de los estudios filosóficos y teológicos de los clérigos. En París, los
estudiantes le apodaban «el buey mudo», por su silencio, su concentración, su
cierta timidez. Y le cantaban –en latín, naturalmente, que era la lengua
oficial de las Universidades– serenatas de este estilo:
Meum est propositum in
taberna mori,
Ut sint vina proxima
morientis ori.
Tunc cantabunt letius
angelorum chori:
«Deus sit propitius huic
potatori».
(Mi propósito es morir en una taberna, para
que haya vino cerca de mi boca moribunda. Así el coro de ángeles cantará más
feliz: « Dios tenga piedad de este borracho»).
Pero Tomás de Aquino seguía con sus libros
y en su defensa salió su profesor San Alberto Magno, que profetizó:
–Sí, es un buey, pero un día los mugidos de
su doctrina serán oídos en todo el mundo.
Por encima de todo, fue un intelectual
preocupado durante toda su vida por dar respuesta a la inquietante pregunta de:
¿Quién es Dios? Y supo condensar toda su doctrina, con su saber excepcional, en
su obra más conocida llamada Suma Teológica, síntesis de extraordinaria
claridad conceptual y estilo sencillo. Su lema era «contemplata aliis
tradere» (llevar a los otros el fruto de la propia reflexión). Y bien que
lo supo hacer este dominico, grande y rechoncho de cuerpo, pero sencillo y
humilde como un ángel. Precisamente así ha pasado a la historia, conocido como
el Doctor Angélico.
Y con el estudio, la oración.
Hombre de profundísima fe, ponía todo su
saber intelectual en las manos de Dios. ¿A quién podía confiar el papa Urbano
IV el oficio del Corpus? Y Santo Tomás nos ha dejado esos versos tan sentidos
que se siguen cantando ante Jesús Sacramentado: Pange lingua... Tantum ergo...
Juan XXII lo llevó a los altares en 1323,
pero surgieron voces que decían que no había realizado grandes prodigios ni en
vida ni después de muerto. Y el Papa respondió:
–Cuantas proposiciones teológicas escribió,
tantos milagros realizó.
Que Santo Tomás interceda por el mundo
estudiantil. Amén.
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