Hace unos diez días llegaba a Sevilla un
camión, que atravesó toda España, desde Vergara (Guipúzcoa), a un ritmo lento,
no superior a los noventa kilómetros por hora. Dentro de un enorme cajón venía
un preciado tesoro que se venera en aquella localidad guipuzcoana: el Cristo de
la Agonía de Juan de Mesa, imagen extraordinaria de la imaginaría barroca
sevillana. Lo acompañaban, dándole escolta, el arcipreste y deán de la Catedral
de San Sebastián. Y ha sido traído para ser restaurado en el IAPH (Instituto Andaluz
de Patrimonio Histórico).
De Sevilla salió este Cristo, poco después
que lo esculpiera la gubia de Juan de Mesa, en 1626, por encargo de Juan Pérez
de Irazábal, contador de Su Majestad, para que presidiera en una capilla de la
parroquia de San Pedro de Vergara el lugar de su enterramiento. Desde entonces,
el Cristo preside el altar de su capilla, aunque su mecenas Juan Pérez no fuese
allí enterrado. Allá fue en carro tirado por bueyes y a saber los días que le
llevó acarrear el Cristo al pueblo guipuzcoano. Desde entonces, solo ha salido
de Vergara en dos ocasiones. Y las dos a Sevilla, su lugar de origen.
Primero, en 1983, para la exposición
«Sevilla en el XVII», organizada por el Ministerio de Cultura, con otras muchas
obras escultóricas y pictóricas del barroco sevillano. Y esta última llegada,
para su restauración. El próximo mes de marzo será expuesto en la iglesia del
Santo Ángel, de los carmelitas descalzos, antes de ser devuelto a su iglesia, y
podrá ser contemplado, junto
al de Martínez Montañés y al Cristo del Seminario Mayor de Granada, de Pablo de
Rojas.
Hay quien considera el Cristo de la Agonía como
el mejor salido de las manos de Juan de Mesa. Pero en verdad, tendrá que
competir en gustos con el Cristo del Amor, el Cristo de la Buena Muerte de los
Estudiantes y el Cristo de la Misericordia del convento de Santa Isabel, que no
le van a la zaga. Todos ellos, a cual mejor, son de una factura prodigiosa.
El Cristo de la Agonía es un Cristo vivo,
ya en sus últimas exhalaciones, con la boca entreabierta, la mirada implorante de
ojos hacia el cielo, como diciendo: «¿Padre, por qué me has abandonado?», y una
anatomía de 2,10 metros. Un Cristo que bien podría ser procesionado en Semana Santa,
como los de Sevilla, pero en Vergara no se estila eso. Y el Cristo permanece en
su capilla, la única exenta de la parroquia de San Pedro, a la espera de un cristiano
que le rece.
Fue el sexto Cristo que esculpía Juan de
Mesa y ya tenía esa experiencia que hace que la obra que le ocupa sea una
genialidad. El catedrático de Arte José Hernández Díaz lo considera su obra más
personal y perfecta:
–El de Vergara es la reafirmación de su
propia personalidad… Creo que entre los Crucificados de Mesa es el mejor y el
más personal; y en la producción de su autor, su obra más perfecta. Su
advocación –Agonía– le cuadra a maravilla; Cristo va a morir y su Humanidad
acusa el postrer estertor. Su cabeza afirma el proceso, que se goza
íntegramente por pérdida parcial de la corona. Mesa acertó totalmente en esta
imagen: es versión cumbre de la imaginería pasionista barroca, según el ambiente
religioso y estético andaluz.
No ha habido dudas sobre la autoría de este
Cristo de la Agonía. Porque Juan de Mesa, discípulo predilecto de Martínez
Montañés, sufrió durante muchos años la suplantación de autoría de dos de sus
Cristos, el del Amor y el de la Misericordia, y del simpar Nazareno del Señor
del Gran Poder, atribuidos hasta los primeros años del siglo XX como de Martínez
Montañés.
Pero documentos fehacientes, encontrados en
el Archivo de Protocolos de Sevilla, fueron descubriendo, con pesar de no
pocos, que esas bellas imágenes que se decían de Martínez Montañés eran en
realidad de su discípulo Juan de Mesa. En 1930, Sevilla rindió a Juan de Mesa
un homenaje de desagravio y colocó una placa en la fachada de la iglesia de San
Martín, donde yacen sus restos. El humor asomó en las páginas de El Noticiero Sevillano en la pluma
poética de José García Rufino, bajo el seudónimo de Don Cecilio de Triana. Bajo el título: ¿De quién es El Cachorro?, espigamos solo unos versos:
Primero
le tocó el turno
al
Señor del Gran Poder,
que
se dijo no era obra
de
Martínez Montañés;
luego,
el Cristo del Amor
dicen
no es suyo también,
y
ahora salen con que el Cristo
que
está en Santa Isabel,
tampoco
lo hizo Martínez;
y
a ese paso saldrá que
el
escultor que creíamos
de
más fama y de más prez,
lo
que hacía no eran imágenes
pues
se ocupaba en hacer
en
la Alcaicería muñecos
para
el Portal de Belén...
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