Será difícil sintetizar la maravillosa
aventura de este sacerdote italiano que se definió como «el peón de Dios». Hoy, 12 de marzo, se
celebra su fiesta. Apóstol de la Misericordia, la divina Providencia guió los
pasos de este humilde sacerdote, fundador de varias congregaciones religiosas,
que recorrió Italia y América del Sur consagrando su vida a los más pobres y
desventurados. Dirá y repetirá que «solo la caridad salvará al mundo» y que «la
perfecta alegría está sólo en la entrega perfecta de sí a Dios y a los hombres,
a todos los hombres».
Nació en 1872 en Pontecurone, un
pueblecito agrícola italiano entre el Piamonte y la Lombardía, cuarto hijo de
Víctor Orione, picapedrero, generoso y de pocas palabras, no practicante pero
tolerante de la religiosidad de su esposa, Carolina Feltri, ama de casa. Se
habían casado el 11 de febrero de 1858, el mismo día que la Virgen se apareció
en Lourdes. ¿Un presagio tal vez de la devoción de su hijo Luis por la
Santísima Virgen?
A sus trece años, septiembre de 1885,
fue acogido en el convento franciscano de Voghera (Pavia). Su madre le ha
preparado un pequeño baúl con la mejor ropa que ha podido encontrar. Sus padres
no le pudieron acompañar porque eran pobres. Subido a un carro llevado por un
burro y conducido por un buen hombre, llegó Luis a un convento grande y
hermoso. Un fraile le salió al encuentro:
–¿Qué traes en esa cosa? –y le señala el
baúl–. ¿Tus trapos?
Luis pensaba para sus adentros que en ese
baúl iba lo mejor que su madre le ha podido reunir. Y se dijo:
–Si Jesús quiere que sea sacerdote no
quiero ser como este fraile.
Pero el guardián del convento era otra
cosa, paternal y cariñoso. Pronto Luis Orione se aclimatará a la vida
franciscana, pero cuando estaba a punto de tomar el hábito, con capucha y
cordón blanco, le vino una pulmonía que a punto estuvo de costarle la vida y
hubo de volver a casa en junio de 1886 con lágrimas en los ojos.
En octubre de ese año entrará de alumno
en el Oratorio de Valdocco en Turín, donde conocerá a san Juan Bosco. Aquí permanecerá
durante tres años. Don Bosco notó enseguida las cualidades de Luis Orione y lo
contó entre sus predilectos, diciéndole:
–Nosotros seremos siempre amigos.
En Turín conocerá también las obras de
caridad de san José Benito Cottolengo, vecino al Oratorio salesiano. Recuerda
cómo veía a los hospicianos que «iban de cuatro en cuatro y se tenían de la
mano de dos en dos: lisiados, ciegos, cojos, jóvenes y viejos… el sol les
embestía… y la primavera caía sobre aquellos infelices, que se sostenían a
duras penas, como el polen sobre la flor… Los que pasaban los miraban atónitos
y después movían la cabeza: ¡cosas del Cottolengo!... Yo los miraba, sin
embargo, y deseaba encontrarlos; los sentía hermanos, los amaba…».
Estando en Valdocco, murió don Bosco (31
enero 1888) y Luis, un año después (16 octubre 1889), inició el curso de
filosofía en el seminario de Tortona.
Siendo aún seminarista, abrió su primer
Oratorio en Tortona con una buena pandilla de chavales en dos salas de la
planta baja del palacio episcopal, con permiso de su obispo, y uso de los
jardines. La madre del obispo, mujer piadosa pero buena floricultora, veía
desde su ventana cómo estos chavales de Luis Orione devastaban los domingos sus
flores del jardín en la lucha feroz que sostenían los chicos en el juego de
policías y ladrones.
Pero… aún no tenía el Oratorio un año de
vida y fue suspendido «ad tempus» por el desorden que ocasionaban los chicos.
Fue un golpe para Orione. Al salir del palacio episcopal, donde se le comunicó
la noticia, se dirigió a la estatua de la Virgen María existente en el Oratorio
y puso las llaves a sus pies con una carta:
–¡Oh Madre mía, no abandones a este, tu
pobre y último hijo! Ya no puedo más... Sálvame, Madre querida, sálvame con mis
jóvenes y con mi Oratorio. Todos nos calumnian y nos abandonan... Si tú no
vienes, me ahogo con mis muchachos. Ven, Madre querida, ven y no tardes... ¡Aquí
tienes la llave del Oratorio! Dejo en tus manos las almas de los jóvenes que me
diste. Mi misión ha terminado. En tus manos quedan las almas de los
innumerables hermanitos y todo el Oratorio. De ahora en adelante, tú eres
nuestra patrona... ¡Tú eres nuestra Madre!
Y tuvo un sueño. Se le apareció la
Virgen con el Niño en brazo y con un larguísimo manto azul que cubría una
multitud de chavales de todos los colores y razas. Luis comprendió que no todo
se ha acabado para él y sus queridos jóvenes.
Contar la larga aventura de su vida con
las fundaciones que llevó a cabo en todo el mundo necesitaría un libro. A
sus actividades les pondrá un nombre: Pequeña Obra de la Divina Providencia. Con
un fin: fidelidad amorosa a la Iglesia y al Papa y la redención social de los
humildes y de los pobres. Las palabras «Divina Providencia», «¡Almas y Almas!»,
«Instaurar todo en Cristo», «Jesús, Papa, Almas, María», son los carteles
indicadores de su acción personal y de la finalidad del Instituto, mientras
escoge a Don Bosco y al Cottolengo como sus principales inspiradores y
maestros. Para sus colonias agrícolas, fundará los Ermitaños de la Divina
Providencia.
Y envió misioneros a Brasil (1913), a Argentina
y Uruguay (1921), a Palestina (1921), a Polonia (1924), a Estados Unidos
(1934), a Inglaterra (1935), a Albania (1936)… Él mismo, en 1921-22 y en
1934-37, hará dos largas visitas misioneras a América del Sur, visitando
Argentina, Brasil, Chile y Uruguay. A su vuelta de América del Sur envía
misioneros a Albania y a Inglaterra y funda nuevas casas en Italia.
En el invierno de 1940, intentando
aliviar los problemas de corazón y pulmones que sufría, Don Orione fue llevado
a una Casa de la Obra en San Remo. Él decía que aquello era comodidad, lujo y
trataba de excusarse de ir. Pero obedece, aunque confiesa:
–No es entre las palmeras donde deseo
vivir y morir, sino entre los pobres que son Jesucristo… Os recomiendo de estar
y vivir siempre humildes y pequeños a los pies de la Iglesia, como niños… Amad
a las tres grandes Madres: la Virgen, la santa Iglesia, nuestra Obra… Quered
bien a los que lloran, a los que sufren… Veo cercana la muerte, nunca la he
visto ni sentido tan cercana…
En la Villa Santa Clotilde, un
pensionado llevado por sus Hermanas, vivió Don Orione tres días, del 9 al 12 de
marzo de 1940 en oración y trabajo. En la tarde del 12, una llamada telefónica
de Roma le implora que acoja en el Pequeño Cottolengo de Génova una pobrecita
necesitada. Respondió que sí. El último sí a los hombres. Envía al papa Pío XII
un telegrama con un mensaje de paz… A las 22,45 horas murió, reclinando la
cabeza sobre el pecho del enfermero. Sus últimas palabras fueron: «¡Jesús,
Jesús, Jesús… Voy!».
Su lema era: «Haz el bien siempre, a
todos, el mal a ninguno». Y comenzaba sus cartas con este encabezado: «¡Jesús!
¡Almas! ¡Papa!».
Beatificado el 26 de octubre de 1980 por
el papa Juan Pablo II, fue proclamado santo por el mismo Papa el 16 de mayo de
2004.
–Solo la caridad salvará al mundo –frase
que repetía continuamente a los suyos.
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