domingo, 12 de marzo de 2017

San Luis Orione, «el peón de Dios»

Será difícil sintetizar la maravillosa aventura de este sacerdote italiano que se definió como «el peón de Dios». Hoy, 12 de marzo, se celebra su fiesta. Apóstol de la Misericordia, la divina Providencia guió los pasos de este humilde sacerdote, fundador de varias congregaciones religiosas, que recorrió Italia y América del Sur consagrando su vida a los más pobres y desventurados. Dirá y repetirá que «solo la caridad salvará al mundo» y que «la perfecta alegría está sólo en la entrega perfecta de sí a Dios y a los hombres, a todos los hombres».


 Nació en 1872 en Pontecurone, un pueblecito agrícola italiano entre el Piamonte y la Lombardía, cuarto hijo de Víctor Orione, picapedrero, generoso y de pocas palabras, no practicante pero tolerante de la religiosidad de su esposa, Carolina Feltri, ama de casa. Se habían casado el 11 de febrero de 1858, el mismo día que la Virgen se apareció en Lourdes. ¿Un presagio tal vez de la devoción de su hijo Luis por la Santísima Virgen?
A sus trece años, septiembre de 1885, fue acogido en el convento franciscano de Voghera (Pavia). Su madre le ha preparado un pequeño baúl con la mejor ropa que ha podido encontrar. Sus padres no le pudieron acompañar porque eran pobres. Subido a un carro llevado por un burro y conducido por un buen hombre, llegó Luis a un convento grande y hermoso. Un fraile le salió al encuentro:
–¿Qué traes en esa cosa? –y le señala el baúl–. ¿Tus trapos?
Luis pensaba para sus adentros que en ese baúl iba lo mejor que su madre le ha podido reunir. Y se dijo:
–Si Jesús quiere que sea sacerdote no quiero ser como este fraile.
Pero el guardián del convento era otra cosa, paternal y cariñoso. Pronto Luis Orione se aclimatará a la vida franciscana, pero cuando estaba a punto de tomar el hábito, con capucha y cordón blanco, le vino una pulmonía que a punto estuvo de costarle la vida y hubo de volver a casa en junio de 1886 con lágrimas en los ojos.
En octubre de ese año entrará de alumno en el Oratorio de Valdocco en Turín, donde conocerá a san Juan Bosco. Aquí permanecerá durante tres años. Don Bosco notó enseguida las cualidades de Luis Orione y lo contó entre sus predilectos, diciéndole:
–Nosotros seremos siempre amigos.
En Turín conocerá también las obras de caridad de san José Benito Cottolengo, vecino al Oratorio salesiano. Recuerda cómo veía a los hospicianos que «iban de cuatro en cuatro y se tenían de la mano de dos en dos: lisiados, ciegos, cojos, jóvenes y viejos… el sol les embestía… y la primavera caía sobre aquellos infelices, que se sostenían a duras penas, como el polen sobre la flor… Los que pasaban los miraban atónitos y después movían la cabeza: ¡cosas del Cottolengo!... Yo los miraba, sin embargo, y deseaba encontrarlos; los sentía hermanos, los amaba…».
Estando en Valdocco, murió don Bosco (31 enero 1888) y Luis, un año después (16 octubre 1889), inició el curso de filosofía en el seminario de Tortona.
Siendo aún seminarista, abrió su primer Oratorio en Tortona con una buena pandilla de chavales en dos salas de la planta baja del palacio episcopal, con permiso de su obispo, y uso de los jardines. La madre del obispo, mujer piadosa pero buena floricultora, veía desde su ventana cómo estos chavales de Luis Orione devastaban los domingos sus flores del jardín en la lucha feroz que sostenían los chicos en el juego de policías y ladrones.
Pero… aún no tenía el Oratorio un año de vida y fue suspendido «ad tempus» por el desorden que ocasionaban los chicos. Fue un golpe para Orione. Al salir del palacio episcopal, donde se le comunicó la noticia, se dirigió a la estatua de la Virgen María existente en el Oratorio y puso las llaves a sus pies con una carta:
–¡Oh Madre mía, no abandones a este, tu pobre y último hijo! Ya no puedo más... Sálvame, Madre querida, sálvame con mis jóvenes y con mi Oratorio. Todos nos calumnian y nos abandonan... Si tú no vienes, me ahogo con mis muchachos. Ven, Madre querida, ven y no tardes... ¡Aquí tienes la llave del Oratorio! Dejo en tus manos las almas de los jóvenes que me diste. Mi misión ha terminado. En tus manos quedan las almas de los innumerables hermanitos y todo el Oratorio. De ahora en adelante, tú eres nuestra patrona... ¡Tú eres nuestra Madre!
Y tuvo un sueño. Se le apareció la Virgen con el Niño en brazo y con un larguísimo manto azul que cubría una multitud de chavales de todos los colores y razas. Luis comprendió que no todo se ha acabado para él y sus queridos jóvenes.
Contar la larga aventura de su vida con las fundaciones que llevó a cabo en todo el mundo necesitaría un libro. A sus actividades les pondrá un nombre: Pequeña Obra de la Divina Providencia. Con un fin: fidelidad amorosa a la Iglesia y al Papa y la redención social de los humildes y de los pobres. Las palabras «Divina Providencia», «¡Almas y Almas!», «Instaurar todo en Cristo», «Jesús, Papa, Almas, María», son los carteles indicadores de su acción personal y de la finalidad del Instituto, mientras escoge a Don Bosco y al Cottolengo como sus principales inspiradores y maestros. Para sus colonias agrícolas, fundará los Ermitaños de la Divina Providencia.
Y envió misioneros a Brasil (1913), a Argentina y Uruguay (1921), a Palestina (1921), a Polonia (1924), a Estados Unidos (1934), a Inglaterra (1935), a Albania (1936)… Él mismo, en 1921-22 y en 1934-37, hará dos largas visitas misioneras a América del Sur, visitando Argentina, Brasil, Chile y Uruguay. A su vuelta de América del Sur envía misioneros a Albania y a Inglaterra y funda nuevas casas en Italia.
En el invierno de 1940, intentando aliviar los problemas de corazón y pulmones que sufría, Don Orione fue llevado a una Casa de la Obra en San Remo. Él decía que aquello era comodidad, lujo y trataba de excusarse de ir. Pero obedece, aunque confiesa:
–No es entre las palmeras donde deseo vivir y morir, sino entre los pobres que son Jesucristo… Os recomiendo de estar y vivir siempre humildes y pequeños a los pies de la Iglesia, como niños… Amad a las tres grandes Madres: la Virgen, la santa Iglesia, nuestra Obra… Quered bien a los que lloran, a los que sufren… Veo cercana la muerte, nunca la he visto ni sentido tan cercana…
En la Villa Santa Clotilde, un pensionado llevado por sus Hermanas, vivió Don Orione tres días, del 9 al 12 de marzo de 1940 en oración y trabajo. En la tarde del 12, una llamada telefónica de Roma le implora que acoja en el Pequeño Cottolengo de Génova una pobrecita necesitada. Respondió que sí. El último sí a los hombres. Envía al papa Pío XII un telegrama con un mensaje de paz… A las 22,45 horas murió, reclinando la cabeza sobre el pecho del enfermero. Sus últimas palabras fueron: «¡Jesús, Jesús, Jesús… Voy!».
Su lema era: «Haz el bien siempre, a todos, el mal a ninguno». Y comenzaba sus cartas con este encabezado: «¡Jesús! ¡Almas! ¡Papa!».
Beatificado el 26 de octubre de 1980 por el papa Juan Pablo II, fue proclamado santo por el mismo Papa el 16 de mayo de 2004.
–Solo la caridad salvará al mundo –frase que repetía continuamente a los suyos.

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