Cuando hace unos años, yo daba clases de
Religión en el Instituto Velázquez de Sevilla, tuve que dedicar toda una clase de
bachillerato a «desfacer entuertos», o mejor a «enderezar tuertos», que es en verdad lo
que dijo don Quijote.
Porque cierto profesor de Historia acababa
de decir en su clase que san Fernando, rey de Castilla y León, cuya fiesta
conmemora mañana, 30 de mayo, la Iglesia, no era muy santo cuando asesinó a su
propia madre doña Berenguela. Y se quedó tan pancho el profesor, cuyo nombre ya
no recuerdo, y ante unos alumnos indefensos en su ignorancia y crédulos ante su
profesor de Historia.
Exploté de indignación. Y les dije a mis
alumnos:
–Tengo un libro escrito que se titula
«Fernando III el Santo. El monarca que plantó las raíces de la Sevilla de hoy».
Desde este momento no os hablo como profesor de Religión, sino de Historia.
Para escribir ese libro me he tenido que documentar con documentos escritos. Y
ahí están las crónicas latinas y la Crónica
General, donde no se dice nada de ello, sino todo lo contrario: el cariño
que siempre mostró san Fernando hacia su madre doña Berenguela. Que vuestro
profesor muestre siquiera una prueba documental que avale lo que él
gratuitamente dice. Me temo que ni siquiera ha leído las crónicas latinas de
los reyes castellanos, sencillamente porque no sabe latín.
Cosas así les dije a mis alumnos para
probar a continuación lo que en resumen os quiero decir también a vosotros.
Doña Berenguela ya había tenido de Alfonso
IX de León dos hijas cuando le vino el nacimiento de Fernando III en 1201.
Leonor, nacida en la segunda mitad del año 1198 y muerta prematuramente el 12
de diciembre de 1202, y Constanza, que terminaría de monja en Las Huelgas de
Burgos. Después de Fernando, llegaron Alfonso, el de Molina, y Berenguela,
futura reina de Jerusalén.
La Crónica General subraya el esmero
y dedicación de doña Berenguela para con su hijo Fernando:
–Esta noble reyna enderezó siempre este su
fijo en buenas costumbres, et buenas obras, et le dio su leche, et lo crió
mucho dulcemente, de guisa que maguer que fuese ya varón fecho, la Reyna Doña
Berenguela su madre non quedaba de enseñarle aguciosamente las cosas que placen
a Dios et a los omes: et nunca le mostró las costumbres nin las cosas que
pertenescien a las mugeres, si non lo que facien menester a grandeza de
corazón, et a grandes fechos, et a devoçión: ca era muy buena dueña esta Reyna
Doña Berenguela, et mesurada, et seguie las buenas obras de su padre D. Alfonso
Rey de Castiella... et por esta lozanía et mesuramiento se maravillaban della
los Moros et los Christianos de los nuestros tiempos: ca non vino y fembra que
la semejase.
Y le decía a su hijo aquellos requiebros
maternos que también han quedado consignados:
–Hijo dulcísimo, mi gloria y mi gozo.
La Crónica se recrea en señalar que
la misma reina amamantó a su hijo, cosa no frecuente en la realeza de aquella
época que se valía de nodrizas. Las Partidas establecen que la nodriza
—en caso de príncipe, incluso dos— debía ser sana, de buenas costumbres y de
linaje. Pues doña Berenguela no las necesitó, como consigna la Crónica.
Una gran figura la de esta mujer. Si
Fernando le debe su formación y su piedad, su tiempo le debió una paz estable y
la unión de Castilla y León. Sólo por ello —o también por ello, además de ser
la madre de Fernando III— merece un puesto destacado en las páginas de la
historia de España.
Un aroma de respeto asoma siempre en todas
las crónicas al referirse a la madre de Fernando III. Hija mayor de Alfonso
VIII de Castilla y Leonor de Inglaterra, nació hacia 1180 en Segovia o en
Burgos.
En 1197, en las cortes castellanas y
leonesas se pensó que la joven doña Berenguela no sólo podría paliar la soledad
del rey leonés Alfonso IX sino lograr traer la paz a los dos reinos, enzarzados
en continuas peleas. Y se concertó la boda. Que resultó nula canónicamente por
el parentesco de ambos cónyuges. En el enlace tuvo parte importante su madre
doña Leonor. Con buena diplomacia inglesa supo doblegar las reticencias de su
marido, Alfonso VIII, que no veía con buenos ojos el casamiento de su hija con
el leonés. Pero la reina pensaba que este enlace matrimonial era «más merced
que non pecado» por los bienes que acarrearía a los dos reinos; y que «este
casamiento podría durar fasta tiempo que le ficiesen algunos herederos».
Se celebró el 17 de diciembre de 1197 en
Valladolid, ante las cortes castellana y leonesa, que rivalizaban en
ostentación y con el jolgorio del pueblo soberano que se veía gratificado con
fiestas populares.
Los nuevos esposos eran primos segundos,
grado de consanguinidad prohibido en aquel entonces por la Iglesia. Y esto se
sabía. Pero doña Leonor y la curia regia de Castilla estaban dispuestos a
resistir los anatemas de la Iglesia con tal de conseguir la paz con León.
Pasarán unos años (daremos un salto en la
Historia) y Fernando III es ya rey de Castilla y León. Ha atravesado
Despeñaperros hacia la conquista de Al-Andalus. En el otoño e invierno de 1244
se encuentra en Córdoba, ciudad que ha conquistado a los moros en 1236. A la
primavera siguiente, 1245, recibe una llamada urgente de su madre. Quiere verse
con él. Es más, doña Berenguela ha salido de Toledo y camina al encuentro de su
hijo. Este le sale al paso y se encuentra con su madre en Pozuelo (luego Ciudad
Real) y estuvieron juntos mes y medio (marzo-abril 1245). Los últimos momentos
que pasarán juntos, madre e hijo, tan compenetrados los dos en el amor y
respeto mutuo. ¿Por qué ha deseado su madre este encuentro? ¿Presentía su
muerte? ¿Corazonada de madre?
Despedida emocionada. Un abrazo muy fuerte,
¿hasta el próximo invierno?, ¿hasta siempre?...
Cuando Fernando atravesó el puerto del
Muradal para dirigirse a Córdoba, ¿sabía, presentía acaso, que no vería más a
su madre?
Doña Berenguela murió en Burgos el 8 de
noviembre de 1246 y fue enterrada en el monasterio de Santa María la Real de
Las Huelgas.
Otro cosa más no sabía el rey castellano.
Que, una vez pisada la línea de Despeñaperros, no volvería a ver las estepas de
Castilla.
Su vida, desde ahora y
hasta su muerte, se desarrollará en al-Andalus. Tomó Sevilla en 1248 y murió en
su Alcázar el 30 de mayo de 1252.
O sea, que en el siglo XIII, en el reinado de Fernando III, rey de Castilla y León y además el reino de Aragón y Portugal hasta el Alenteyo, todo era según usted An-Andalus. En el siglo XIII, Al-Andalus solo era Despeñaperros para abajo. Y Fernando III se ocupó de reducirlo aún más con las conquistas de Córdoba, Jaén y Sevilla.
ResponderEliminarFernando III fue rey de Castilla y de León, no de Castilla y León que es un engendro del siglo xx. Por favor no mezclemos fronteras del siglo XIII con las actuales, pues hacemos un flaco favor a la historia y su divulgación y pasamos al lado de la manipulación.
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