miércoles, 10 de mayo de 2017

Juan de Ávila: –¡Sevilla será tus Indias!

Año 1527, principios de verano. Aparece por Sevilla un clérigo que aguarda la llegada de fray Julián Garcés, obispo de Tlaxcala (México), para embarcarse a Indias. Se llama Juan de Ávila y es un joven clérigo manchego de veintiocho años. El sacerdote Fernando de Contreras le dio cobijo en su casa probablemente porque se conocieran en la Universidad de Alcalá, o tal vez porque, como dice Mosquera, tenía la costumbre «cada vez que veía algún clérigo forastero preguntarle si quería decir misa, y luego le daba su pitanza para que la dijese a su intención, y así consolaba a los pobres sacerdotes».


 Juan Díaz, sacerdote, discípulo y sobrino del Maestro Ávila, da esta versión en el prólogo al Libro del Santísimo Sacramento de Juan de Ávila, publicado en Sevilla en 1596:
–Comunicóle Dios (habla del Maestro Ávila) una singular devoción y alteza en celebrar el santo y tremendo sacrificio de la Misa y predicar deste divino misterio; el cual, por mucho que él quiso encubrirse al prelado que al presente estaba en Sevilla, no lo permitió nuestro Señor; porque estando en ella celebrando un día, le descubrió por medio de un santo varón el Padre Contreras, cuya caridad y grandes virtudes fueron bien conocidas en estos reinos. Este descubrió el tesoro escondido al cardenal de Sevilla don Alonso Manrique, inquisidor general, que al presente era allí prelado, persona de grande vigilancia y santidad en el gobierno de las almas; el cual le llevó a su casa y trató con mucha familiaridad, teniéndole consigo por algún tiempo; y después con muchos ruegos y mandándoselo por obediencia, le apartó del viaje de las Indias, donde la codicia de las almas le llevaba, queriéndose servir de él.
El P. Ambrosio de Torres, jesuita, es más expeditivo en su exposición, pero viene a confirmar lo dicho. Confiesa haber oído al P. Diego de Guzmán, también jesuita, hijo del conde de Bailén y sobrino del arzobispo don Alonso Manrique, que «habiendo venido a esa ciudad el Padre Maestro Juan de Ávila para pasar a Indias en compañía del obispo de Tlaxcala y oídole el dicho Venerable Padre Fernando de Contreras una plática al dicho Padre Ávila, fue tanto lo que conoció de su espíritu, que se fue al señor arzobispo (que lo era entonces el Sr. D. Alonso Manrique) y dándole voces, le dijo: No dejéis salir de aquí un clérigo que ha venido para pasar a Indias, que es lo que conviene a vuestro Arzobispado: en que se conoce el trato paternal con que trataba al dicho señor Arzobispo».
Y así ha pasado a la historia cómo fue Fernando de Contreras quien llamó la atención del arzobispo Alonso Manrique sobre el virtuoso sacerdote que había llegado a Sevilla. Y la respuesta del arzobispo Manrique a Juan de Ávila:
Juan de Ávila, dispuesto a embarcar a Indias, quedó amarrado aquí por el arzobispo Alonso Manrique. Predicaría en las Indias del Mediodía español. Pero, como insistiese en marchar, obligado por la palabra que había dado al obispo de Tlaxcala, el arzobispo Manrique «le mandó por precepto de obediencia que se quedase en su arzobispado, y así se quedó», según refiere fray Luis de Granada en su Vida del venerable Maestro Juan de Ávila.
¡Y cómo lo hizo! Se convirtió en el gran predicador de la tierra andaluza, de modo y manera que recibió el honroso título de «Apóstol de Andalucía». Su elocuencia resultará rotunda. Movía los corazones como el labrador desbroza los terrones para la siembra. Cuando sus colegas le preguntaban las reglas retóricas que utilizaba para armar tan bellos discursos, les contestaba: «No me cuido de eso para nada». Y confesaba que su único secreto era amar mucho a Dios.
Un dominico, que le escuchó en Córdoba, llegó al convento diciendo: «Vengo de oír al propio san Pablo comentándose a sí mismo». O aquel rector de Granada, ampuloso en su saber, que dijo a su camarilla: «Vamos a oír a ese idiota». Y «el idiota» lo convirtió en uno de sus discípulos predilectos.
Su primera prédica fue en la Colegiata del Salvador de Sevilla, un 22 de julio, día de la Magdalena. Presentes el arzobispo Manrique y Fernando de Contreras. Juan de Ávila, avergonzado y temeroso, volvió sus ojos a un crucifijo y brotó de él esta oración suplicante:
–Señor mío, por aquella vergüenza que Vos padecisteis, cuando os desnudaron para poneros en esa cruz, me quitéis, os suplico, esta demasiada vergüenza y me deis vuestra palabra para que en este sermón gane alguna alma para vuestra gloria…
Lo hizo tan bien que todos quedaron admirados del predicador y cuando, al terminar el sermón, le colmaron de alabanzas, respondía:
–Eso mismo me decía el demonio al subir al púlpito.
El mismo arzobispo, vuelto hacia el Padre Contreras, exclamó:
–¡Gran negocio habemos hecho en detener a este gran varón en Sevilla!
Le preguntó años después un discípulo al Maestro Ávila cómo había pasado los primeros años en Sevilla cuando comenzó a predicar y no era tan conocido como después lo fue. Y Ávila le contestó, según refiere fray Luis de Granada:
–Que moraba en unas casillas con un padre sacerdote, sin tener nadie que le sirviese. Y cuando iba a decir misa, pedía a alguno de los que allí se hallaban, que le ayudase a misa. Y cuanto a la comida, dijo que comía de lo que pasaba por la calle, leche, granadas y fruta, sin haber cosa que llegase a fuego; mas algunas personas devotas le hacían a veces limosnas con que compraba lo dicho.
Y en otro lugar, puntualiza fray Luis de Granada:
–Su celda y cama y todo lo que había para su servicio estaba dando olor de pobreza.
El sacerdote con el que vivía no era otro que el Padre Contreras, del que dice Luis Muñoz, en su Vida y virtudes del venerable padre Juan de Ávila, publicada en Madrid en 1635, hablando de su abstinencia:
–La templanza en el manjar, afirman los cercanos a su tiempo, que fue rara; apenas sabían cuándo comía; jamás admitió convite, aunque le convidasen personas de autoridad por no aventurar un solo día su abstinencia.
La casita, donde moraban Contreras y Ávila, se hallaba junto a la Puerta del Arenal.

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