martes, 11 de julio de 2017

Santa Olga, primera princesa cristiana de Rusia

Hoy, 11 de julio, celebra la Iglesia la fiesta de santa Olga, primera princesa cristiana que conoció Rusia. Santa Olga se halla entre los primeros santos rusos inscritos en el calendario católico, considerada como el anillo de enlace entre la época pagana y cristiana. Una tradición tardía la hace nacida hacia el año 890 en el pueblo de Vuibutskoi sobre el río Velika, a pocos kilómetros de Pskov, ciudad al noroeste de Rusia, al este de la frontera con Estonia. El nombre de Olga abunda en Pskov, ciudad que cuenta con un malecón que lleva su nombre, con un puente y una capilla. En Pskov se puede admirar también el monumento a la santa princesa Olga, erigido para conmemorar los once siglos de la primera mención de la ciudad en la Crónica de Néstor, atribuida a un monje de este nombre, o Primera crónica del Estado medieval del Rus de Kiev, recopilada aproximadamente en 1113, en la que se cuenta «de dónde salió la Tierra Rusa y quién empezó primero a gobernar en ella», y donde se ofrece los datos más precisos sobre nuestra santa.


 Tras la muerte de Igor, su esposa Olga gobernó Rusia como tutora de su hijo Svjatoslav (945-969). Había en Kiev algunos restos de la cristiandad rusa fundada en 870, en tiempos de Oskold y Dir. Esta cristiandad se reunía en una capilla llamada de San Elías. Olga quiso conocer a un sacerdote. Lo llamó y le dijo:
–¿De dónde vienes?
–De mi iglesia.
–¿Qué es lo que haces?
–Instruyo a mis fieles.
–¿No te gustaría mejor servir al ejército?
–Yo he escogido la viña del Señor y en ella deseo morir.
–¿Quiénes son tus fieles?
–Todos los que tienen necesidad de mí.
–¿Incluso los que te hubieran ofendido?
–Incluso esos.
–¿Pero si ellos queman tus casas, matan a los tuyos…?
–Yo debo perdonarlos y amarlos.
–¿Quién te enseña esto?
–La doctrina que yo profeso.
–¿Ella te aconseja esta abnegación?
–No es un consejo, es un precepto.
–Y si yo te ordenara sacrificar a Perún, ¿qué harías?
–No iría.
–¿Desprecias mi cólera?
–Temo menos la vuestra que la de mi Dios.
–¿Y si yo te hago morir?
–No se muere más que una vez.
–Pero antes de la muerte, puedo infligirte los más crueles sufrimientos.
–Eso me será tenido en cuenta.
–¿Así que tú afrontarás los suplicios, la muerte, antes que llevar una ofrenda a un dios que no es el tuyo?
–Mil veces.
–¿Qué ha hecho él para que tú le seas fiel?
–Él ha muerto por mí.
–¿Qué dices?
–Digo que mi Dios ha muerto para asegurarme la felicidad eterna, y esta seguridad me da la fuerza para sufrir todo en su nombre.
Así discurría esta larga conversación. Olga, envuelta en su orgullo, ¿podía soportar la audacia de este sacerdote que no se doblegaba ante su grandeza como princesa regente? Pero la irritación de la princesa se fue doblegando ante la firmeza y convicción del sacerdote. Y acabó por sofocar sus aires de princesa y consintió en verse de nuevo.
Los encuentros se sucedieron y el sacerdote le habló de la encarnación del Verbo, la vida y la muerte de Dios hecho carne. La princesa escuchaba y parecía que salía de un mundo de tinieblas para entrar en otro universo que aclaraba su corazón con la verdad del cristianismo. Pero la ley de Cristo es exigente. Es inflexible y no admite compromiso. Olga, naturalmente altiva, debía volverse accesible a todos; imperiosa, debía ser sumisa; violenta, tenía que ser dulce; orgullosa por encima de todo, estaba obligada a practicar la humildad. Olga está en vías de conversión… Tocada por la bondad del cristianismo, resolvió abrazarla. Y para estudiarla mejor, habiendo dejado las riendas del gobierno a su hijo, marchó a Constantinopla, acompañada de un sacerdote llamado Gregorio; tenía entonces más de sesenta años.
En el año 955, Olga visitó Bizancio y el emperador Constantino VII Porfirogéneta se prendó de ella, al ver que era hermosa de rostro y muy lista. Y la pidió en matrimonio, diciendo:
–Eres digna de gobernar con nosotros en esta capital.
Pero Olga le dijo al emperador:
–Yo soy pagana. Si quieres bautizarme, bautízame tú mismo; si no, no me bautizaré.
La bautizó el patriarca Teofilacto, que se hallaba en comunión con la Iglesia romana. Este la instruyó en la fe, diciéndole:
–Bendita tú eres entre las mujeres rusas, que amaste la luz y dejaste las tinieblas. Te bendecirán los hijos de los rusos hasta la última generación de tus nietos.
En el bautismo recibió el nombre cristiano de Helena en honor de la madre de Constantino el Grande y el emperador fue el padrino.
Después del bautizo, el emperador le dijo:
–Te quiero tomar por esposa.
Pero ella respondió:
–¿Cómo es que te quieres casar conmigo, si tú mismo me bautizaste y me llamaste hija? Entre los cristianos eso no está permitido, y tú lo sabes.
Y el emperador le dijo:
–Has sido más astuta que yo, Olga.
Le dio muchos regalos, oro y plata, y telas preciosas, y vasijas de distintos tipos y la despidió después de haberla llamado hija suya. Ella, disponiéndose a volver a casa, fue ante el patriarca a pedirle la bendición para el viaje a su país, y le dijo:
–Mi gente y mi hijo son paganos, que Dios me proteja de todo mal.
El patriarca la bendijo y Olga se dirigió en paz a Kiev, donde vivió con su hijo Svjatoslav, al que la madre trataba de persuadir para que se bautizara.
–¿Cómo –le dijo él– puedo recibir una fe extranjera? Mi droujina (sus guerreros) se reiría de mí.
Su propio ejército se opuso:
–No nos conviene esa religión a nosotros que no somos mujeres, sino guerreros y hombres.
Pero Olga trataba de convencer a su hijo:
–Si tú te bautizas, todos harán lo mismo.
Pero él no hacía caso a su madre, y seguía viviendo según sus costumbres paganas. Olga se decía:
–¡Que sea la voluntad del Señor! Si Dios quiere apiadarse de mi estirpe y del pueblo ruso, que les insufle en el corazón que se vuelvan hacia Dios, igual que a mí me lo regaló.
Hablando así, rezaba por su hijo y por su gente todos los días, criando a su hijo hasta que se hizo hombre y fue adulto. Olga fue regente de Kiev de 945 a 964, año en el que su hijo comenzó a reinar.
Olga murió, 11 de julio de 969, y lloraron por ella su hijo, sus nietos y todo el pueblo. Olga había ordenado que no se celebrara el rito funerario pagano en su honor, pues tenía a un sacerdote, y este le dio sepultura en Kiev. Unos cien años después de su muerte, Yakov Mnikh (+1072) escribió Memoria y elogio de Vladimiro, donde dice:
–Dios glorificó el cuerpo de su servidora Olga y su cuerpo permanece intacto hasta nuestros días.
No logró convertir a su hijo Sviatoslav I de Kiev, por lo que la tarea de hacer del cristianismo la religión de estado la cumpliría su nieto y pupilo san Vladimiro I de Kiev.

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