sábado, 22 de julio de 2017

Santa María Magdalena, «apóstol de los apóstoles»

Hoy, 22 de julio, la Iglesia celebra la festividad de santa María Magdalena, una mujer sugestiva que ha cautivado la piedad de los fieles y ha llevado a los artistas a representarla de infinitas formas, siempre con sus cabellos largos de pecadora. Es precisamente esto, el tizne de pecadora con el que ha pasado a la historia lo que la ha hecho cercana a la gente.
Pero no parece claro hoy día que María Magdalena sea esa pecadora anónima, referida por Lucas (7,36-50), de la que se dice que «se le ha perdonado mucho porque ha amado mucho», ni María de Betania, la hermana de Marta y Lázaro.


Jesús y María Magdalena en el Sepulcro (Fray Angélico)

La confusión se produjo en la Iglesia latina al reunir en la liturgia la celebración de tres mujeres del Evangelio, con toda probabilidad distintas entre sí, en una sola. Gregorio Magno fue el primero en aunarlas y confundirlas y desde entonces todos los autores latinos le han seguido, creándose en una sola figura la amalgama de tres mujeres distintas en sus caracteres. La Iglesia griega, por su parte, siempre las distinguió. En la Iglesia latina comenzó a cuestionarse la unicidad de las tres a partir del siglo XVI para retornar a la unidad en el siglo XIX. Hoy día, la exégesis bíblica las distingue y la Iglesia, en el nuevo calendario litúrgico, que conserva la festividad de santa María Magdalena, atiende bajo esta advocación lo que los Evangelios dicen exclusivamente de ella.
Que es esto: Su nombre, María; nacida en Magdala, a orillas del lago Genesaret, a unos diez kilómetros al noroeste de Tiberíades; poseída del demonio y milagrosamente curada por Jesús, al que sigue con otras mujeres hasta el pie de la cruz y recibe el privilegio de ser la primera en verlo resucitado.
A María Magdalena se la ha confundido con la pecadora que lavó los pies del Señor con aromas. Lo cuenta Lucas en el capítulo 7, pero no desvela el nombre de esta mujer. Había sido invitado Jesús a comer por un fariseo y ya estaba reclinado sobre la mesa, cuando llegó una mujer, «conocida como pecadora en la ciudad», que se llegó con un frasco de perfumes, «se colocó detrás de él junto a sus pies, llorando, y empezó a regarle los pies con sus lágrimas; se los secaba con el pelo, los cubría de besos y se los ungía con perfumes». Jesús la despide perdonándole los pecados.
Inmediatamente después, Lucas cuenta que Jesús «fue caminando de pueblo en pueblo y de aldea en aldea proclamando la buena noticia del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María Magdalena, de la que había echado siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana, y otras muchas que le ayudaban con sus bienes» (Lc 8,1-3).
Que Jesús hubiese liberado a María Magdalena de siete demonios no significa que fuese una pecadora. Aunque alguno ha querido ver en el número siete los pecados capitales o el pecado de la carne repetidamente realizado, es una conclusión no válida. María Magdalena se hallaba tal vez afligida por convulsiones malsanas o alguna enfermedad nerviosa. El Señor la curó milagrosamente y ella, por agradecimiento y simpatía, le siguió, formando parte del grupo de mujeres ricas que apoyaba financieramente la misión del Maestro. Mientras la anónima pecadora irrumpe de improviso en escena y perfuma los pies del Señor –gesto grandioso por otra parte–, María Magdalena se encuentra a su lado, discreta en el grupo de mujeres que le acompañan.
Su identificación con María de Betania, la hermana de Lázaro y Marta, ha sido también descartada. Una era de Magdala, en Galilea; la otra de Betania, al lado de Jerusalén. Una, impulsiva, activa, caminante; la otra contemplativa, recluida en casa.
Supuesto que son diferentes, algo sin embargo las une en ese dicho popular de «llorar como una Magdalena». La pecadora anónima regó los pies de Jesús «con sus lágrimas». De María de Betania cuenta el Evangelio de Juan (11,33) cómo se echó a llorar y se postró a los pies del Señor cuando se hallaban ante la tumba de su hermano Lázaro. Actitud que provocó las lágrimas del propio Jesús. Y de María Magdalena, que estuvo al pie de la cruz y debió verter sus lágrimas ante el suplicio del amigo, dato no registrado en los evangelios, sí cuentan cómo lloró el domingo de resurrección.
Se halla María delante del sepulcro y oye una voz que le dice:
–¿Por qué lloras, mujer?
–Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.
Miró hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no supo que era él.
Nuevamente le pregunta Jesús:
–¿Por qué lloras, mujer? ¿A quién buscas?
Confundiéndolo con el hortelano, le dijo:
–Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto que yo lo recogeré.
Y Jesús le dijo:
–María.
Y lo reconoció. ¡Habría oído tantas veces María Magdalena pronunciar su nombre de labios de Jesús! Y vuelto hacia él exclamó:
–Rabboni (que significa Maestro).
Y María Magdalena fue premiada con el gozo no reservado a los Doce de ser el primer testigo de la resurrección del Señor.
–He visto al Señor y me ha dicho esto y esto, anunció a los discípulos.
Por eso recibe con justicia el título de «apóstol de los apóstoles», por ser ante ellos la primera testigo anunciadora de la resurrección.

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