Hoy, 22 de julio, la Iglesia celebra la
festividad de santa María Magdalena, una mujer sugestiva que ha cautivado la
piedad de los fieles y ha llevado a los artistas a representarla de infinitas
formas, siempre con sus cabellos largos de pecadora. Es precisamente esto, el
tizne de pecadora con el que ha pasado a la historia lo que la ha hecho cercana
a la gente.
Pero no parece claro hoy día que María
Magdalena sea esa pecadora anónima, referida por Lucas (7,36-50), de la que se
dice que «se le ha perdonado mucho porque ha amado mucho», ni María de Betania,
la hermana de Marta y Lázaro.
Jesús y María Magdalena en
el Sepulcro (Fray Angélico)
La confusión se produjo en la Iglesia
latina al reunir en la liturgia la celebración de tres mujeres del Evangelio,
con toda probabilidad distintas entre sí, en una sola. Gregorio Magno fue el
primero en aunarlas y confundirlas y desde entonces todos los autores latinos
le han seguido, creándose en una sola figura la amalgama de tres mujeres
distintas en sus caracteres. La
Iglesia griega, por su parte, siempre las distinguió. En la Iglesia latina comenzó a
cuestionarse la unicidad de las tres a partir del siglo XVI para retornar a la
unidad en el siglo XIX. Hoy día, la exégesis bíblica las distingue y la Iglesia , en el nuevo
calendario litúrgico, que conserva la festividad de santa María Magdalena,
atiende bajo esta advocación lo que los Evangelios dicen exclusivamente de
ella.
Que es esto: Su nombre, María; nacida en
Magdala, a orillas del lago Genesaret, a unos diez kilómetros al noroeste de
Tiberíades; poseída del demonio y milagrosamente curada por Jesús, al que sigue
con otras mujeres hasta el pie de la cruz y recibe el privilegio de ser la
primera en verlo resucitado.
A María Magdalena se la ha confundido con
la pecadora que lavó los pies del Señor con aromas. Lo cuenta Lucas en el
capítulo 7, pero no desvela el nombre de esta mujer. Había sido invitado Jesús
a comer por un fariseo y ya estaba reclinado sobre la mesa, cuando llegó una
mujer, «conocida como pecadora en la ciudad», que se llegó con un frasco de
perfumes, «se colocó detrás de él junto a sus pies, llorando, y empezó a
regarle los pies con sus lágrimas; se los secaba con el pelo, los cubría de
besos y se los ungía con perfumes». Jesús la despide perdonándole los pecados.
Inmediatamente después, Lucas cuenta que
Jesús «fue caminando de pueblo en pueblo y de aldea en aldea proclamando la
buena noticia del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que
él había curado de malos espíritus y enfermedades: María Magdalena, de la que había
echado siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana, y
otras muchas que le ayudaban con sus bienes» (Lc 8,1-3).
Que Jesús hubiese liberado a María
Magdalena de siete demonios no significa que fuese una pecadora. Aunque alguno
ha querido ver en el número siete los pecados capitales o el pecado de la carne
repetidamente realizado, es una conclusión no válida. María Magdalena se
hallaba tal vez afligida por convulsiones malsanas o alguna enfermedad
nerviosa. El Señor la curó milagrosamente y ella, por agradecimiento y
simpatía, le siguió, formando parte del grupo de mujeres ricas que apoyaba
financieramente la misión del Maestro. Mientras la anónima pecadora irrumpe de
improviso en escena y perfuma los pies del Señor –gesto grandioso por otra
parte–, María Magdalena se encuentra a su lado, discreta en el grupo de mujeres
que le acompañan.
Su identificación con María de Betania, la
hermana de Lázaro y Marta, ha sido también descartada. Una era de Magdala, en
Galilea; la otra de Betania, al lado de Jerusalén. Una, impulsiva, activa,
caminante; la otra contemplativa, recluida en casa.
Supuesto que son diferentes, algo sin
embargo las une en ese dicho popular de «llorar como una Magdalena». La
pecadora anónima regó los pies de Jesús «con sus lágrimas». De María de Betania
cuenta el Evangelio de Juan (11,33) cómo se echó a llorar y se postró a los
pies del Señor cuando se hallaban ante la tumba de su hermano Lázaro. Actitud
que provocó las lágrimas del propio Jesús. Y de María Magdalena, que estuvo al
pie de la cruz y debió verter sus lágrimas ante el suplicio del amigo, dato no
registrado en los evangelios, sí cuentan cómo lloró el domingo de resurrección.
Se halla María delante del sepulcro y oye
una voz que le dice:
–¿Por qué lloras, mujer?
–Porque se han llevado a mi Señor y no sé
dónde lo han puesto.
Miró hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero
no supo que era él.
Nuevamente le pregunta Jesús:
–¿Por qué lloras, mujer? ¿A quién buscas?
Confundiéndolo con el hortelano, le dijo:
–Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde
lo has puesto que yo lo recogeré.
Y Jesús le dijo:
–María.
Y lo reconoció. ¡Habría oído tantas veces
María Magdalena pronunciar su nombre de labios de Jesús! Y vuelto hacia él
exclamó:
–Rabboni (que significa Maestro).
Y María Magdalena fue premiada con el gozo
no reservado a los Doce de ser el primer testigo de la resurrección del Señor.
–He visto al Señor y me ha dicho esto y
esto, anunció a los discípulos.
Por eso recibe con justicia el título de
«apóstol de los apóstoles», por ser ante ellos la primera testigo anunciadora
de la resurrección.
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