Tarascón tiene por patrona a santa Marta,
cuya festividad se celebra hoy 29 de julio. Y cuenta como monumento más notable
la iglesia de Santa Marta, uno de los santuarios más célebres de la Provenza
francesa, donde dicen poseer los restos de la santa. La urna que contiene sus
supuestos restos es una preciosa labor de joyería y en la cripta de la iglesia
se muestra un antiguo sepulcro con una estatua yacente.
La leyenda cuenta que santa Marta
evangelizó este país y lo libró de un horrible monstruo, llamado tarasca.
Santiago de Vorágine, en su Leyenda dorada, lo describe con todo lujo de
detalles: «Un dragón, cuyo cuerpo más grueso que el de un buey y más largo que
el de un caballo, era una mezcla de animal terrestre y de pez; sus costados
estaban provistos de corazas y su boca de dientes cortantes como espadas y
afilados como cuernos».
Marta acude en auxilio de aquella población
aterrada por el dragón que, «si se sentía acosado, lanzaba sus propios
excrementos contra sus perseguidores en tanta abundancia que podía dejar
cubierta con sus heces una superficie de una yugada; y con tanta fuerza y
velocidad como la que lleva la flecha al salir del arco; y tan calientes que
quemaban como el fuego y reducían a cenizas cualquier cosa que fuera alcanzados
por ellos». Pero llega Marta y encuentra a la bestia en el bosque devorando a
un hombre; «acercóse la santa, la asperjó con agua bendita y le mostró una
cruz. La terrible fiera, al ver la señal de la cruz y al sentir el contacto con
el agua bendita, tornóse de repente mansa como una oveja. Entonces Marta se
arrimó a ella, la amarró por el cuello con el cíngulo de su túnica y, usando el
ceñidor a modo de ramal, sacóla de entre la espesura del bosque, la condujo a
un lugar despejado, y allí los hombres de la comarca la alancearon y la mataron
a pedradas».
Esto dio origen a una fiesta popular en
Tarascón, la más célebre de la
Provenza. Consiste en dos procesiones anuales, una el domingo
segundo después de Pascua de Resurrección y otra en la festividad de santa
Marta. En la primera, aparece la representación de la tarasca como un
monstruo furioso que agita su enorme cola amenazando a los que se aproximan. En
la segunda, la fiera se muestra tranquila, conducida por una niña. Esta fiesta
fue instituida por el rey Renato, que la presidió en 1469. Y de ahí vinieron,
me imagino, las célebres tarascas, que aparecían en las procesiones del
Corpus en España, entre ellas la de Sevilla.
Aclaremos este embrollo francés de querer
situarnos en Tarascón los restos de esta santa. En 1187 apareció una vida de santa
Marta, que identificó sus restos entre unas reliquias traídas a Francia, hacia
el siglo V o VI, pertenecientes a unas santas martirizadas en Persia en el año
347. Una se llamaba María, otra Marta, y una tercera, Sara. No importa que las
reliquias de esta Marta fueran de una supuesta mártir persa. La leyenda
medieval coloreó y dio vida a estos cuerpos, incluido el cambio de los
personajes y la cronología. En Tarascón, la susodicha Marta adelantó su
existencia al siglo primero y se transformó en la que aparece en los
evangelios. Y así se formó la leyenda que cuenta que, después de la
resurrección del Señor, con la dispersión de los discípulos, los hermanos
Lázaro, María y Marta, con otros muchos, arribaron a Marsella, donde
desembarcaron. A Marta tocó cristianizar la región de la Provenza. Y ahí la vemos, en
un magnífico sarcófago en la basílica levantada en su honor en Tarascón, templo
en su origen románico, consagrado en 1197.
Pero vayamos a los hechos históricos,
contados en los evangelios de Lucas (10,38-42) y Juan (11,1-44 y 12,1-8). Marta
tenía otros dos hermanos, María y Lázaro. Y vivían en la aldea de Betania, a
tres kilómetros de Jerusalén. Los árabes la llaman hoy al-Azariye, tal
vez deformación de Lazarium (Lázaro), nombre dado al lugar en el siglo
IV por los cristianos, en recuerdo de la resurrección del hermano de Marta.
Debía ser un lugar apacible y una casa amiga y acogedora, donde Jesús se
retiraba a descansar cuando se hallaba en Jerusalén.
El pasaje de Lucas (10,38-42) refiere la
primera visita de Jesús a casa de Marta y María. No aparece aquí Lázaro. Ni
refiere el nombre de la aldea. Dice simplemente: «Por el camino entró Jesús en
una aldea, y una mujer por nombre Marta lo recibió en su casa». En ella estaba
María, que «se sentó a los pies del Señor para escuchar sus palabras», mientras
Marta «se distraía con el mucho trajín» de la cocina.
En cierto momento, ya cansada de trajinar
sola, le dijo a Jesús:
—Señor, ¿no te da nada de que mi hermana me
deje trajinar sola? Dile que me eche una mano.
La cortesía hubiera indicado una respuesta
positiva de Jesús. Es lo lógico: cualquiera de nosotros, un hombre común,
habría encontrado justo esta lamentación de Marta y hubiera accedido a pedir a
María que ayudase a su hermana a hacer la comida. Pero Jesús trasciende el
momento, y su respuesta se convierte en doctrina.
—Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa
con tantas cosas; sólo una es necesaria. Sí, María ha escogido la parte mejor,
y esa no se le quitará.
Los padres de la Iglesia presentan a Marta y a
su hermana María como modelos de vida mística: la primera de ellas activa, la
segunda contemplativa. Sin embargo, en el santoral de la Iglesia sólo aparece el
nombre de santa Marta. Curiosamente, María, considerada como modelo evangélico
de la vida contemplativa por san Basilio y san Gregorio Magno, no consta en el
santoral. Ni su hermano Lázaro. El nuevo Calendario de la Iglesia ha conservado como
memoria obligatoria la celebración de santa Marta el 29 de julio.
Las dos referencias siguientes se hallan en
el evangelio de Juan. En el capítulo 11,1-44, se narra la muerte de Lázaro y su
resurrección. El capítulo 12,1-8 relata una cena en Betania, seis días antes de
la Pascua judía. Marta sirve la cena, Lázaro está a la mesa con Jesús, y María,
con «una libra de perfume de nardo puro», le ungió los pies, llenándose la casa
de fragancia. Lo que ocasionó la reacción de Judas Iscariote.
—¿Por qué razón no se ha vendido ese
perfume a buen precio y no se ha dado a los pobres?
Y esto lo dijo, puntualiza el evangelista,
«no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón y, como tenía la
bolsa, cogía de lo que le echaban».
Y aquí terminan las referencias evangélicas
de santa Marta, la hermana activa, y de María, la hermana contemplativa. Todo
lo demás, relatado anteriormente, es pura leyenda. Aunque hermosa leyenda.
Santa Marta es patrona de los hoteleros, lo
que parece evidente, dada su solicitud en atender y hospedar a Jesús cuando se
acercaba por Betania. Los primeros en dedicarle una celebración litúrgica
fueron los franciscanos en 1262, el 29 de julio, ocho días después de la fiesta
de Santa María Magdalena, que por aquel entonces se la identificaba
impropiamente con la hermana de Marta. En Roma, más tarde, se le dedicó una
iglesia, a petición de san Ignacio de Loyola. Y en Sevilla, el arcediano de Écija
Ferrán Martínez fundó a finales del siglo XIV el Hospital de Santa Marta, en el
lugar que ocupaba la antigua mezquita de los Osos, «para que estuviesen en él los
pobres de Dios que fueran hombres buenos de buena vida y clérigos». Ahora, este
lugar está ocupado por las agustinas del convento de la Encarnación, que vieron
derribado su convento en 1811 por los franceses, cuando ocuparon la ciudad,
para formar una plaza.
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