viernes, 18 de agosto de 2017

El Dios justiciero del cardenal Segura

En la noche del lunes 18 de agosto de 1947 –hoy hace de ello setenta años–, a las 9,45 de la noche, ocurrió una terrible explosión en Cádiz con numerosas víctimas y heridos. Unas 150 personas perdieron la vida en la tragedia. Un fuego, iniciado en el Departamento de Química de los Astilleros de Echevarrieta, se corrió a un depósito de defensa submarina causando la terrible explosión que destruyó la barriada de San Severiano.
La explosión del polvorín de la Armada fue una terrible tragedia en aquel Cádiz de la postguerra. Pero mi recuerdo de este trágico suceso, a la distancia de los años, y mirado desde Sevilla, se centra más bien en la interpretación que de ello dio la máxima autoridad eclesiástica de la diócesis hispalense, es decir, el cardenal Segura.


En el siguiente Boletín Oficial del Arzobispado del mes de septiembre publicó una Admonición pastoral que tituló: «El castigo de Dios». Escribe el cardenal Segura:
–Aún estamos bajo la impresión que produjo, en toda España, la horrible catástrofe de Cádiz, en la noche del 18 de agosto próximo pasado, que bien puede decirse ha constituido una desgracia verdaderamente nacional, que ha llevado el pánico a los corazones más esforzados… Esa catástrofe de terribles proporciones es, y así debemos considerarla, una lección de la justicia de Dios, que hemos de aprender con docilidad, y a este fin se encamina exclusivamente, amadísimos Hijos, esta nuestra Admonición pastoral… Publicaba la prensa que el dignísimo Prelado de la Diócesis venía insistentemente llamando la atención en este año, sobre el incremento de la inmoralidad en la playa de Cádiz, sin que su voz fuera debidamente atendida. Tampoco hemos de describir, son sobradamente conocidos, los abusos morales que por desgracia se perpetran a plena luz del día, con falsos pretextos, en los centros de diversión y esparcimientos veraniegos…
Hay aquí, en sus palabras, dos puntos a reflexionar. El concepto de un Dios justiciero y vengador, más propio de una teología jansenista o viejotestamentaria, y esa manía, entre otras muchas del viejo cardenal Segura, de ver en todo fómite de pecado, fustigando los bailes todos los años con admoniciones pastorales cuando llegaba la Feria de Abril y los baños en el mar cuando llegaba el verano.
Era el talante de un cardenal enfermo del hígado –con perdón, para los que padecen este mal–, que percibía con pesar una resistencia pertinaz en sus huestes diocesanas a sus orientaciones admonitorias. Pero más que enfermo de hígado, Domenico Tardini, prosecretario de Estado con Pío XII, creía que Segura era un «enfermo mental», según se lo confesó a José María Castiella, embajador de España ante la Santa Sede. Un cardenal agreste, silvestre, montaraz. O «cardenal selvático», que así le llamara el político sevillano Martínez Barrio, y yo titulé en mi libro sobre Segura.
Teresa de Lisieux –santa Teresita del Niño Jesús– va a hacer su Primera Comunión en una Francia jansenista, que predica como Segura un Dios castigador. En los días previos de preparación, el abate Domin lanzaba a las siete niñas que iban a hacer su Primera Comunión unos sermones cavernarios que hacían temblar a Teresita. A unas niñas de diez y once años, solo se le ocurre a este capellán ceporro hablarles de la muerte, del infierno y de la comunión sacrílega. Es lógico que Teresita escribiera:
–Nos ha dicho cosas que me han dado mucho miedo.
Teresita descubrirá con el tiempo que Dios es lo contrario de lo predicado por este sádico. Pero pasará un calvario hasta despojarse de esta educación jansenista que imperaba en Francia. Ya en el convento, descubrirá el camino de la infancia espiritual, tan bien descrito en su «Historia de un alma». Para Teresa de Lisieux Dios no es más que Amor y Misericordia. Y su misión: Amar a Jesús y hacerlo amar.
También dijo poco antes de morir:
Después de mi muerte, haré descender una lluvia de rosas... cuento con no estar inactiva en el cielo. Mi deseo es seguir trabajando por la Iglesia y por las almas. Se lo pido a Dios y estoy segura de que me escuchará.
¡Y pensar que el cardenal Segura estuvo viviendo un tiempo en Lisieux, cuando fue desterrado de España en 1931, conoció a las hermanas carmelitas de santa Teresita y llegó incluso a escribir un folleto sobre la santa! Pero se ve que no comprendió absolutamente nada. Su Dios castigador era una caricatura del Dios cristiano de Jesús: Dios Padre, Dios de Misericordia, Dios de Amor.

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