viernes, 19 de enero de 2018

Don Marcelo Spínola, el beato mendigo

En aquel cuerpo tan flaco, ascético y sencillo, ocultaba el buen arzobispo don Marcelo Spínola una madera recia de santo. Luis Montoto, contemporáneo suyo y que trabajó en el palacio arzobispal de Sevilla, cono­ciendo hasta los tosidos del clero, lo retrató así:
–Algo ha­bía en su gesto y en su figura que delataba al noble de ra­za... Señoril gravedad, distin­ción exquisita. ¿Quién puede olvidar el perfil elegante de aquel anciano de aniñado rostro y dulce mirada? A los que sepan leer en las fisonomías, aquellos ojos francos y efusivos, aquella frente despejada y aquel perfil de asceta, dirán más de cuanto se puede escri­bir... ¡Qué alma tan fina debió animar su cuerpo de tan deli­cados trazos! De él se ha escri­to «era hombre ante el cual no tenía puesto la indiferencia: había que amarle o adorar­le»... Era la amabilidad, la atención, la benevolencia, la cortés ayuda lo que se cifraba en su actitud... Apenas se com­prende cómo alentaba en cuer­po tan endeble un corazón tan esforzado.


Siendo obispo auxiliar de Sevilla hubo de padecer la chochera de su arzobispo el cardenal Lluch, que tenía algo reblandecido el cerebro, y los malos modos de su secretario parti­cular, un tal Bernabé, que trajo de Barcelona y acabó de canónigo de Sevilla, no preci­samente por sus méritos ni buenos modales. Yo digo que aquí se muestra la madera de santo, en saber aguantar estoi­camente con humildad y en silencio, los muchos agravios que le llegaron de la cúpula arzobispal.
Tachado de carlista por su mismo arzobispo Lluch, que era liberal, hubo de soportar este sambenito durante toda su vida. Hasta hubo de escribir una vez una carta a la reina regente donde exclamó aque­llo de que «el arzobispo de Sevilla, Señora, no es hombre de partido; es sólo un prelado de la Iglesia católica».
En 1905 Sevilla sufre una terrible sequía. En agosto la situación es desesperante. Don Marcelo reúne una junta en su palacio para que ingenie la recogida de dinero y organice cocinas económicas que palíen el hambre de la gente. No contento con ello, sale a la calle, y puerta a puerta, como un mendigo, pide limosnas pa­ra los pobres. Ese mismo año, 11 de diciembre, Pío X le creó cardenal. ¡Al fin, después de vencidos los mil obstáculos de la política reinante! A los pocos días llegó a Sevilla el legado pontificio que le impu­so el solideo. El 31 de di­ciembre, en Madrid, el rey le colocó la birreta. Don Marcelo, flaco y decaído, sufre de este vaivén de ir y venir en tren a Madrid. El 12 de enero debe volver a la corte: se casa la hermana del rey, infanta María Teresa, y resultaría feo que el nuevo cardenal de Sevilla no estuviera presente. Que no se le pueda achacar una vez más de carlista. De vuelta a Sevilla el 13 de enero, don Marcelo acude al santuario de la Virgen de Regla en Chipiona para la bendición de la nueva iglesia. No se le puede convencer de que permanezca en Sevilla. A la vuelta de Chi­piona se echó a morir. Falleció el 19 de enero de 1906, rodeado de los suyos y con el clamor en los labios de los sevillanos de que había muerto un prelado santo.
Las Esclavas Concepcionistas, congregación fundada por don Marcelo, no sólo celebran este día de su fundador sino toda esta semana, que para ellas, sus hijas, es la «Semana de don Marcelo». Y tienen razón por la feliz coincidencia de estas fechas significativas: 14 de enero de 1835, nacimiento en San Fernando (Cádiz); 15 de enero del mismo año, su bautismo; 16 de enero (san Marcelo), su onomástica, y 19 de enero de 1906, como hemos visto, su muerte santa. A estas fechas han añadido otra: 29 de marzo (1987), día en que el papa Juan Pablo II lo beatificó elevándolo a la gloria de los altares. El único cardenal del siglo XX –¡ya es mérito!– que logró tan bienaventurado puesto. Sus restos mortales se hallan en la capilla de los Dolores de la catedral hispalense.

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