Desde el 1 de diciembre de 2017 hasta el 16
de junio de 2018 está abierto en Madrid la «Exposición Auschwitz», una emotiva y rigurosa muestra sobre
el mayor campo nazi alemán, con más de 600 objetos originales. Se encuentra en el
Centro de Exposiciones Arte Canal, Plaza de Castilla, Paseo de la Castellana,
214. Ocasión propicia para recordar una vez más la barbarie humana que supuso
el Holocausto, cuyo lugar más emblemático de tanto odio y horror es
precisamente el campo de exterminio Auschwitz-Birkenau.
Los tres últimos Papas han visitado este
tétrico lugar. Juan Pablo II lo visitó el 7 de junio de 1979 y lo llamó «Gólgota
del mundo moderno»:
–Vengo pues y me arrodillo en este Gólgota
del mundo moderno, sobre estas tumbas, en gran parte sin nombre, como la gran
tumba del Soldado Desconocido. Me arrodillo delante de todas las lápidas de
Birkenau, en las que se ha grabado la conmemoración de las víctimas de
Auschwitz en las siguientes lenguas: polaco, inglés, búlgaro, cíngaro, checo,
danés, francés, griego, hebreo, yidis, español, flamenco, serbo-croata, alemán,
noruego, ruso, rumano, húngaro, italiano. En particular, me detengo junto con
vosotros, queridos participantes de este encuentro, ante la lápida con la
inscripción en lengua hebrea. Esta inscripción suscita el recuerdo del pueblo,
cuyos hijos e hijas estaban destinados al exterminio total. Este pueblo tiene
su origen en Abrahán, que es padre de nuestra fe (cf. Rom 4, 12), como dijo
Pablo de Tarso. Precisamente este pueblo, que ha recibido de Dios el
mandamiento de «no matar», ha probado en sí mismo, en medida particular, lo que
significa matar. A nadie le es lícito pasar delante de esta lápida con indiferencia.
Quiero detenerme, además, delante de otra lápida: la que está en lengua rusa.
No añado ningún comentario. Sabemos de qué nación habla. Sabemos qué parte ha
tenido esta nación, durante la última guerra por la libertad de los pueblos.
Tampoco ante esta lápida se puede pasar con indiferencia. Finalmente, la última
lapida: la que está en lengua polaca. Son seis millones de polacos los que
perdieron la vida durante la segunda guerra mundial: la quinta parte de la
nación. Una etapa más de las luchas seculares de esta nación, de mi nación, por
sus derechos fundamentales entre los pueblos de Europa. Un nuevo alto grito por
el derecho a un puesto propio en el mapa de Europa. Una dolorosa cuenta con la
conciencia de la humanidad. He elegido tres lápidas. Sería necesario detenerse
ante cada una de ellas, y así lo haremos…
Benedicto XVI visitó Auschwitz-Birkenau el domingo 28 de mayo de
2006. Comenzó su discurso diciendo:
–Tomar la palabra en este lugar de horror,
de acumulación de crímenes contra Dios y contra el hombre que no tiene parangón
en la historia, es casi imposible; y es particularmente difícil y deprimente
para un cristiano, para un Papa que proviene de Alemania. En un lugar como este
se queda uno sin palabras; en el fondo sólo se puede guardar un silencio de
estupor, un silencio que es un grito interior dirigido a
Dios: ¿Por qué, Señor, callaste? ¿Por qué
toleraste todo esto?
El Papa Francisco lo visitó el 28 de julio
de 2016, tercer día de su visita apostólica a Polonia, con ocasión de la
Jornada Mundial de la Juventud Cracovia 2016. Ingresó al campo de concentración
a pie, pasando por el portal en el que los nazis escribieron «Arbeit macht frei»
(el trabajo te hace libre). Rezó en soledad durante un largo rato para besar
después uno de los postes del complejo carcelario. Tuvo un encuentro con sobrevivientes
de Auschwitz y oró ante el «muro de la muerte», donde fueron asesinados, con un
disparo en la nuca, muchos prisioneros. Visitó también la «celda del hambre», en
la que falleció San Maximiliano Kolbe. Escribió en el cuaderno de recuerdos del
Museo de Auschwitz un mensaje de piedad y perdón: «Señor, perdona tanta
crueldad». Y con una oración en silencio frente al monumento en Auschwitz, el
Papa Francisco rindió homenaje a los Justos entre las Naciones, reconocimiento
judío para quienes, sin profesar esa religión, los ayudaron durante la
persecución alemana en la II Guerra Mundial.
Auschwitz,
a 50 kilómetros de Cracovia, en la Alta Silesia, montado sobre un antiguo
campamento del ejército polaco, es el símbolo de la barbarie nazi, sinónimo de
Shoah, sinónimo de Holocausto. Construido en mayo de 1940, en la línea férrea
entre Katowice y Cracovia cerca de Oswiecim, fue concebido en principio como
campo de concentración de prisioneros polacos, pero en 1942 se transformó,
cuando se tomó la decisión de la «solución final», en un verdadero campo de
exterminio, donde murieron más de un millón de personas, la mayoría de ellas
judíos.
Entre
ellos, también Edith Stein, filósofa judía convertida al cristianismo,
ingresada en un convento de carmelitas descalzas
con el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz y gaseada en Auschwitz el 9 de
agosto de 1942. La Iglesia la ha elevado a los altares y la ha proclamado
patrona de Europa.
Auschwitz era, como dejó escrito un
superviviente ruso:
—Muerte, muerte, muerte: muerte por la
noche, muerte por la mañana, muerte por la tarde… La muerte estaba presente en
todo momento.
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