El 11 de febrero de 2013, festividad de la
Virgen de Lourdes, el papa Benedicto XVI anunció su renuncia al papado durante un
consistorio ordinario público, o reunión del colegio cardenalicio. Dijo en un
latín que algunos cardenales no occidentales no llegaron a captar:
–Tras haber examinado repetidamente mi
conciencia ante Dios, he llegado a la certeza de que mis fuerzas, dada mi
avanzada edad, ya no se corresponden con las de un adecuado ejercicio del
ministerio petrino… Por esta razón, y muy consciente de la gravedad de este
acto, con plena libertad declaro que renuncio al ministerio de obispo de Roma,
sucesor de san Pedro… Queridos hermanos, les agradezco muy sinceramente todo el
amor y el trabajo con el que me apoyaron en mi ministerio y les pido perdón por
todos mis defectos.
Papa Francisco y Benedicto
XVI
La renuncia a la sede apostólica se haría efectiva
días después, 28 de febrero a las 20 horas de Roma, y se daría comienzo a un
cónclave para elegir al siguiente sumo pontífice. Quien primero dio la noticia
al mundo, antes que Radio Vaticana, fue la reportera italiana Giovanna Chirri,
de la agencia de noticias ANSA, que sabía latín.
Por ser lunes de carnaval, en Alemania,
patria de Benedicto XVI, lo tomaron como una broma. Pero la renuncia era cierta
y de ello se enteraron pronto y con estupor los cardenales no duchos en la
lengua de la Iglesia católica.
Tenía Benedicto XVI 85 años y cerca de ocho
de pontificado, habiendo sido elegido papa el 19 de abril de 2005. Ahora pasará
a denominarse Papa Emeritus. Y el uso
de la sotana blanca y el hecho de residir en el Vaticano, fue decisión propia. Cosa
que creará ciertas críticas.
Hans Küng, viejo compañero de cátedra en
Alemania y decidido opositor a su pontificado, escribirá:
–Me parece preocupante que Joseph
Ratzinger, como «papa emérito», no se retire a su patria bávara o a algún bello
lugar en Italia, sino que vaya a residir en el futuro en el centro de poder que
es el Vaticano, justo al lado del Palacio Apostólico. Y ello, no en un
monasterio, como erróneamente se difunde, sino en un antiguo convento
reconvertido en una hermosa y espaciosa residencia, donde seguirá siendo
atendido, como hasta ahora, por cuatro hermanas de un instituto laical italiano
y donde, sobre todo, tendrá también a su disposición a quien ha sido su
secretario particular, Georg Gánswein. El futuro dirá si esto es sensato o si
propicia, en cuestiones controvertidas, polarizaciones en la curia y la
Iglesia. Sea como fuere, en una entrevista publicada en Der Spiegel (18 de febrero de 2013) advierto del peligro de un papa en la sombra, que, aunque haya renunciado
a la cátedra de Pedro y prometido «obediencia absoluta» a su sucesor, pueda y
quiera seguir influyendo indirectamente. Pues el hecho de que el papa, antes de
hacerse efectiva su renuncia, haya ordenado arzobispo a su secretario, para
enfado de muchos curiales, nombrándolo incluso a última hora prefecto del
Palacio Apostólico, lo considero inquietante de cara al futuro. A algunos,
incluso en la curia, esto les parece nepotismo de nuevo cuño. Pero aún más
inquieta a muchos el nombramiento del reaccionario obispo de Ratisbona y editor
del legado teológico de Ratzinger, Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe.
Será el papa Francisco quien haga cardenal a
Müller en febrero de 2014, en su primer consistorio, y quien no le renueve el
cargo de prefecto para la Congregación
para la Doctrina de la Fe en 2016, eligiendo en su lugar el hasta entonces
secretario de la Congregación, el arzobispo y jesuita español Luis Ladaria Ferrer.
El cardenal conservador Gerhard Müller se había mostrado no pocas
veces desleal y desde su destitución en un opositor a la figura del papa
Francisco.
Pero volvamos a la renuncia de Benedicto
XVI. Hay que reconocer que ha sido un acto valiente y generoso. Insólito por
otra parte, sólo se conoce el caso de Celestino V (1294), monje que renunció al
papado a los cinco meses de su elección. Dante lo colocó en el infierno en
la Divina Comedia porque «hizo por cobardía el gran rechazo».
Pero Clemente V lo canonizó «santo confesor» en Aviñón en 1313.
Contemplada está la renuncia en el Código
de Derecho Canónico, canon 332, 2:
–Si el Romano Pontífice renunciase a su
oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste
formalmente, pero no que sea aceptada por nadie.
Muy otro fue el parecer de su antecesor
Juan Pablo II, quien sostenía que renunciar al papado era como abandonar la
cruz y advertía «como grave obligación de conciencia el deber de continuar
desarrollando la tarea a la que Cristo mismo me ha llamado». En 1994, durante su permanencia en el hospital Gemelli, Juan
Pablo II expresó: «No hay lugar en la Iglesia para un papa emérito».
Pero la situación de Juan Pablo II, en sus
últimos días, cayéndosele la baba y sin poder siquiera pronunciar palabra,
resultaba penosa y preocupante. Su sucesor, Benedicto XVI, piensa que la cruz
también se lleva desde la renuncia y ello, a la distancia de cinco años, es de
una evidencia palmaria.
Hace unos días, Benedicto XVI, que cumplirá
91 años en abril y vive retirado en el pequeño monasterio Mater Eclessiae,
dentro del Vaticano, escribió a un periodista del Corriere della Sera una
breve carta ante el deseo de los lectores de saber cómo transcurre el «último
periodo de su vida». Comentando su salud actual, ha escrito:
–Puedo decir solo que, en el lento
disminuir de las fuerzas físicas, interiormente voy en peregrinaje hacia la
Casa.
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