sábado, 17 de febrero de 2018

Nacimiento de Gustavo Adolfo Bécquer

En el Parque de María Luisa, junto a un taxodio, ese mágico árbol indiano de patético recuerdo en la Noche Triste de Hernán Cortés, se encuentra el majestuoso monumento a Gustavo Adolfo Bécquer, el más grande poeta que ha dado Sevilla. Obra del escultor Coullaut Valera, fue inaugurado el 9 de diciembre de 1911 y cedido a la ciudad de Sevilla por los hermanos Alvarez Quintero, que destinaron a este fin los derechos de autor de su obra La rima eterna.

  
Glorieta de Bécquer, en el Parque de María Luisa de Sevilla.

El escolapio Enrique Iniesta, nieto del escultor Coullaut, escribió de este monumento, que se encuentra en la glorieta de Bécquer al comienzo del Parque de María Luisa: «Gustavo Adolfo desemboza su capa sobre plinto modernista sin flor que falte. Tres muchachas se han sentado a su pie. En ellas –y sobre ellas– el Amor pasa: o lo esperan lo viven o lo recuerdan o está muriendo. Las tres mujeres están duplicadas en las que miran el grupo. Allí van las mocitas a esperar el amor, a vivirlo y a añorarlo. En los bancos que rodean la glorieta nunca sola, las parejas y los solitarios repiten en vivo el monumento. El árbol es un taxodio o ciprés de agua. Es romántico (fue plantado en 1870, justamente el año de la muerte de Bécquer) y es exótico (originario de la cuenca del Mississippi). Ampara a unos y a otros, los amantes de mármol, bronce o carne».
Explorador de los más hondos sueños y sentires del corazón, Gustavo Adolfo Bécquer nació en Sevilla el 17 de febrero de 1836, en la calle Conde de Barajas, junto a la plaza de San Lorenzo. Su padre, José Domínguez Insausti, pintor mediano, murió cuando Bécquer tenía cinco años. Su madre, Joaquina Bastida Vargas, falleció cuando el poeta cumplía los once años. En realidad, el apelativo Bécquer, que lo ha inmortalizado, es el quinto en el orden de sus apellidos. Si lo utilizó, lo mismo que su padre, fue por razón de prestigio. Los Bécquer habían llegado a Sevilla a finales del siglo XVI procedentes de Flandes y tenían en la catedral una pequeña capilla con esta inscripción: «Esta capilla y entierro es de Miguel y Adam Bécquer, hermanos, y de sus herederos y sucesores. Acabóse de construir el año 1622». Gustavo Adolfo Bécquer es el poeta que inaugura la lírica moderna española al mismo tiempo que nos conecta con la poesía tradicional, popular y anónima.
La primera edición de las Rimas de Bécquer se publicó en Madrid en 1871, un año después de la muerte del poeta. Después se han hecho innumerables ediciones, convirtiéndose las Rimas en el libro de poesía en castellano más veces reeditado.
La corta existencia de Bécquer como poeta se desarrolló en Madrid, adonde marchó en 1854, a los dieciocho años, con treinta duros en el bolsillo. La villa y corte era el deseo de sus sueños, la capital del reino se rendiría a los pies del poeta incipiente. Pero Madrid le acogerá con más pena y miseria que otra cosa. Lo recordará más tarde en la Rima LXV:

Llegó la noche y no encontré un asilo;
¡Y tuve sed!... Mis lágrimas bebí.
¡Y tuve hambre! ¡Los hinchados ojos
cerré para morir!

Pero su vena poética se amamantó de los recuerdos de su niñez en Sevilla y larvado en su corazón llevó siempre el embrujo de su ciudad natal. Narciso Campillo, uno de sus mejores amigos, evoca aquellos tiempos sevillanos en los que creaban fábulas y leyendas al recorrer las amplias naves de la catedral o al rumor de las aguas del Guadalquivir:
–¡Con qué placer me recordaba Bécquer nuestros paseos en lancha por el Guadalquivir, donde bogábamos los dos entre márgenes cubiertas de álamos, sauces, palmeras, cipreses y naranjos, llenos de penetrantes perfumes de azahar y alumbrados por un sol de fuego, o por la redonda y ancha luna que hacía brillar el río como si fuese plata fundida! ¡Cómo gozaba también al recordar nuestros solitarios paseos a las ruinas de Itálica; las cien y cien leyendas que formábamos en voz baja, ya vagando por las gigantescas naves de la desierta catedral, ya inmóviles o contemplando entre la sombra de algún ángulo apartado el sepulcro de un sabio, de un santo, de un guerrero, o las innumerables estatuas de ángeles, vírgenes, profetas, salmistas, reyes y apóstoles que, desde los huecos de sus hornacinas o desde los pintados vidrios, parecían mirarnos tristemente a nosotros, tan jóvenes y tan entusiastas!
En Madrid murió el 22 de diciembre de 1870, casi desconocido. La Correspondencia de España, el periódico más importante de Madrid, no reseñó su fallecimiento. Otros periódicos le dedicaron algunas líneas. La Ilustración de Madrid, de la que Bécquer era director, dio la noticia de su muerte... ¡cinco días después! Sus amigos Narciso Campillo, Ramón Rodríguez Correa y Augusto Ferrán se encargan de recoger su obra poética dispersa. La primera edición de las Rimas sale en 1871. Y las ediciones se suceden. Bécquer resurge de sus cenizas y se inmortaliza. Como el Cid, su gran y definitiva batalla la gana después de morir.

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