Después de misa mayor, el lunes 5 de
febrero de 1624, repicó la Giralda por la elección para el arzobispado de
Sevilla de don Luis Fernández de Córdoba, arzobispo de Santiago. El 23 de mayo
tomó posesión en su nombre el deán don Francisco Monsalve e hizo su entrada
solemne por la puerta de la Macarena donde fue recibido por los dos cabildos,
eclesiástico y secular, el viernes 5 de julio.
El Abad Gordillo, testigo de esta época
sevillana, afirmó que este arzobispo «no tuvo tiempo para conocer su esposa», es
decir, su diócesis, puesto que murió al año de su llegada. Y confiesa que «en
Madrid se sintió de su venida conforme a un pronóstico o proverbio muy antiguo
asentado con que afirma que el Prelado que deja la Iglesia de Santiago no se
logra donde quiera que vaya, y que de esto se han visto ejemplos infinitos».
A los gallegos no les hacía ni chispa de
gracia que sus prelados, que guardaban el depósito sagrado del cuerpo de Santiago,
pudieran apetecer una diócesis por encima de la suya. Y sus canónigos maldecían
a todo aquel pretencioso prelado que así hiciera.
Curiosamente, la maldición tuvo efecto con
el primero que se atrevió a tal cambio. Se llamaba Gaspar de Zúñiga y
Avellaneda, que pasó de la arzobispal de Santiago a la de Sevilla en 1569. Y
aunque su vida se prolongó hasta 1571, no logró entrar en la capital hispalense
sino después de muerto. Enterrado está en la capilla de la Antigua, en la peana
del altar. Con la maldición cumplida de los gallegos.
En 1569 sobrevino sobre Santiago una peste
terrible que produjo gran mortandad, lo que causó en «la complexión delicada»
del arzobispo una fuerte impresión. Solicitó con urgencia la sede de Sevilla,
vacante desde diciembre, y le fue concedida con inusitada prontitud (22 junio
1569). El 13 de octubre tomó posesión en su nombre Alonso de Revenga, arcediano
de Santiago, quedando de gobernador de la diócesis.
En Santiago no fue bien visto que
solicitase su traslado a Sevilla, por ese viejo litigio de considerarse Santiago
más importante que la archidiócesis hispalense, al extremo de que se lee en un
viejo papel del cabildo compostelano que «los viejos de Santiago dixeron luego
que no lo gozaría mucho, porque nunca se dexara Santiago por Sevilla». Y así
fue: no llegó a Sevilla sino después de muerto.
Fue creado cardenal por Pío V el 7 de mayo
de 1570. Curiosamente, mientras Felipe II acude a visitar Andalucía a la espera
de la llegada de Alemania de su cuarta esposa, su sobrina Ana de Austria, y
llega a Sevilla en abril de 1570, el arzobispo de Sevilla aún no ha pisado
tierra andaluza. Comisionado por el rey acude a Santander a esperar la llegada
de la nueva soberana. Esta desembarcó el 3 de octubre y, llegada a Segovia, se
desposó el 12 de noviembre.
Tras estos acontecimientos, Gaspar de
Zúñiga decide visitar por primera vez su nueva diócesis, pero puesto en camino
enfermó en Jaén, muriendo el 2 de enero de 1571. En su testamento disponía que
«me lleven a Sevilla, a aquella Santa Iglesia, et pedimos a los señores Deán y
Cabildo, nos fagan merced et limosna de darnos enterramiento junto a la postrera
grada de la puerta, por do habíamos de entrar en aquella Iglesia, et allí se
nos ponga una losa rasa, sin que pueda ocupar nada y diga: Aquí yace el
Arzobispo Cardenal de Sevilla D. Gaspar de Zúñiga, que murió antes que entrase
en esta Iglesia y se mandó enterrar en ella de limosna». Pero, por disposición
del cabildo, fue enterrado en la capilla de Ntra. Sra. de la Antigua.
Esta maldición gallega tuvo efecto, al
decir de los gallegos, en don Luis Fernández de Córdoba al morir poco después
de su entrada y no poder gozar de tan pingüe diócesis.
Pero a pesar de esta maldición, los
prelados, cuando podían, solían solicitar Sevilla como un paso grande en su
promoción episcopal. Y parece ser que la maldición dejó de cumplirse, porque el
cardenal Agustín Spínola fue arzobispo de Sevilla de 1645 a 1649 y murió, no
por la maldición, sino por esa maldita peste que se propagó en Sevilla y dejó
diezmada la ciudad. Su sobrino Ambrosio Spínola, que también pasó por Santiago,
rigió la sede hispalense de 1669 a 1684. Y en nada se cumplió tampoco con don
Luis de Salcedo y Azcona, arzobispo de Sevilla de 1722 a 1741, cuyo sepulcro
puede contemplarse en la capilla de la Antigua frente al del cardenal Mendoza,
en un deseo de réplica trabajado por Duque Cornejo.
Salcedo dejó buena memoria en Santiago,
visitando personalmente toda la diócesis, cosa que no se hacía desde el tiempo
del arzobispo Sanclemente, que rigió la diócesis compostelana de 1587 a 1602.
Pero su imagen quedó empañada por su aceptación de la mitra hispalense. Salcedo
escribió a su cabildo notificándole que había sido presentado para la sede de
Sevilla, noticia que había recibido del rey «tan no esperada de la complacencia
y superior consuelo con que me hallaba sirviendo a Ntro. Sto. Apóstol e igual
deseo de merecer la sepultura a vista de su Sagrado Cuerpo». A saber hasta qué
punto estas palabras no dejan de ser una floritura estilística. Así lo debieron
entender los canónigos compostelanos. Su cabildo nombró una comisión para expresar
al prelado «la estimación que hace de las expresiones en su carta de su amor a
esta Sta. Iglesia y juntamente expresan a Su Illma. el sentimiento de el
Cabildo por dejar ésta por otra Silla por las circunstancias que su Illma.
tendrá bien presente así de el amor de el Cabildo a su persona, como las demás
tan privilegiadas que concurren en esta Sta. Iglesia y Casa Apostólica de nro.
Patrón Santiago, las que haciendo siempre dolorosas estas mutaciones de sus Prelados,
no podrá ser menos sensible en la de su Illma., y que solo el que en este
tránsito pueda algún motivo grande particular que sea de la conveniencia de su
Illma. haberle empeñado a esta resolución, podrá servir al Cabildo de algún
consuelo...».
Salcedo se ausentó a Soria, lugar de su
familia, a esperar las bulas de Roma y el cabildo le despidió con evidente
frialdad y despego.
Salcedo había vivido en Sevilla unos años
de joven estudiante, al ser nombrado su padre Asistente de la ciudad de 1683 a
1685. Estudió gramática y filosofía en el Colegio Mayor de Santo Tomás y leyes
y cánones en Santa María de Jesús. En ese tiempo optó a una canonjía en la
catedral, pero el cabildo le rechazó aduciendo su corta edad. Cuando años después
tomó posesión del arzobispado, surgió en él aquel recuerdo de juventud que se
tradujo en la siguiente anécdota.
El 17 de marzo de 1723 hizo su entrada en
la ciudad como arzobispo de Sevilla y el 19, fiesta de San José, tomó posesión
de su asiento en el coro de la catedral, puesto que no había podido lograr en
su juventud. El arzobispo, maliciosamente, exclamó aquella sentencia bíblica:
Lapidem quem reprobaverunt aedificantes, hic factus est caput anguli
(La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular). Y el
deán, muy atento y sin inmutarse, continuó el versículo bíblico: A Domino
factum est istud, et est mirabile in oculis nostris (La ha puesto el
Señor: ¡qué maravilla para nosotros!).
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