Fray Luis de León, junto con San Juan de la
Cruz, fue una de las principales figuras de la poesía religiosa del Siglo de
Oro. Personajes ambos que tienen algunas cosas más en común. El carmelita Juan
de la Cruz fue alumno del agustino Luis de León en la Universidad de Salamanca;
los dos padecieron cárcel, uno por sus colegas carmelitas calzados, el otro por
la Inquisición; y los dos murieron el mismo año, 1591, primero fray Luis de
León, el 23 de agosto en Madrigal de las Altas Torres (Ávila), junto al palacio
donde había nacido Isabel la Católica; después san Juan de la Cruz, el 14 de diciembre
en Úbeda (Jaén).
Y los dos tuvieron que ver con santa Teresa
de Jesús. Juan de la Cruz fue su primera vocación descalza, e intimó con esta
mujer durante la vida de ambos al punto que Teresa le apodó como «hombre
celestial y divino». Fray Luis de León no conoció a la Santa de Ávila, pero a
su tesón se debe la publicación de los primeros escritos de Teresa de Jesús.
Ana de Jesús, una de las hijas predilectas
de Teresa, estando en Madrid después de fundar en Granada, recogió sus escritos,
incluso el Libro de la Vida que estaba en manos de la Inquisición, y los
entregó a fray Luis de León, que preparó la edición. Logró reunir la Vida,
Camino, Moradas y Fundaciones.
Dice ella:
–Yo, con licencia y orden de los prelados,
los junté –que estaban en diferentes partes–, para darlos al Maestro fray Luis
de León, que fue a quien los remitió el Consejo Real.
La madre Catalina de San Francisco
confiesa:
–Con muchos trabajos y contradicciones de
religiosos de órdenes bien graves hizo en Madrid imprimir los libros de
nuestra madre santa Teresa, y costó harto sacar los originales de las personas
que los tenían, y de la Inquisición donde había años estaban algunos.
Fray Luis de León, que llegó a la Corte en
noviembre de 1586, por mandato del rector de la Universidad de Salamanca para
defender un pleito pendiente, se encontró con este encargo del definitorio carmelita
y del Consejo Real de publicar las obras de Teresa de Jesús. Su estancia en
Madrid se prolongó hasta 1589. Y una amistad profunda e intensa surgió con las
carmelitas, especialmente con Ana de Jesús.
El trabajo de fray Luis de León es
detallado por él mismo en carta dedicatoria de la primera edición de las obras
de Teresa de Jesús, que apareció un año más tarde, en 1588, en Salamanca, en la
imprenta de Guillermo Foquel:
–No solamente he trabajado en verlos y
examinarlos, que es lo que el Consejo mandó, sino también en cotejarlos con los
originales mismos, que estuvieron en mi poder muchos días y en reducirlos a su
primera pureza, en la misma manera que los dejó escritos de su mano la Santa
Madre, sin mudarlos ni en palabras ni en cosas, de que se habían apartado mucho
los traslados que andaban, o por descuido de los escribientes, o por
atrevimiento y error. Que hacer mudanza en las cosas que escribió un pecho en
quien Dios vivía, y que se presume le movía a escribirlos, fue atrevimiento
grandísimo y error muy feo querer enmendar las palabras; porque si entendieran
bien castellano, vieran que el de la Madre es la misma elegancia.
Fray Luis de León se halla ya en los
últimos años de su vida. Pintado por Pacheco en su Libro de retratos, dice de él que:
–En lo natural, fue pequeño de cuerpo, en
debida proporción, la cabeza grande, bien formada, poblada de cabellos algo
crespos, y el cerquillo cerrado, la frente espaciosa, el rostro más redondo que
aguileño, trigueño el color, los ojos verdes y vivos. En lo moral, con especial
don de silencio, el hombre más callado que sea conocido, si bien de singular
agudeza en sus dichos, con extremo abstinente y templado en la comida, bebida y
sueño…
Durante sus años de prisión –que fueron
cinco años y medio, en Valladolid, en una mazmorra inmunda–, fray Luis escribió
parte de su obra De los Nombres de Cristo y varias poesías,
entre ellas la Canción a Nuestra Señora, que contiene la famosa
décima: «Aquí la envidia y mentira / me tuvieron encerrado. / Dichoso el
humilde estado / del sabio que se retira / de aqueste mundo malvado, / y con
pobre mesa y casa, / en el campo deleitoso, / con solo Dios se compasa, / y a
solas su vida pasa / ni envidiado ni envidioso.»
Cuando fue absuelto, volvió a Salamanca el
30 de diciembre de 1577.
–Entró con atabales, trompetas y gran
acompañamiento de caballeros, doctores, maestros… No quedó persona, ni en la
Universidad ni en la ciudad, que no le saliese a recibir.
Su cátedra ya se hallaba en posesión de
otro, un benedictino. Y aunque la sentencia absolutoria del Santo Oficio
conllevaba el que se le restituyera a su cátedra, renunció a ella y suplicó a
la Universidad que se le hiciera merced con lo que hubiere lugar.
Se le concedió «leyese» dos tratados de
teología provisionalmente mientras se presentaba a oposición. El 29 de enero de
1578 comenzó una nueva clase, repleta de alumnos y profesores, y en ella la
legendaria frase:
–Decíamos ayer…
Quien primero afirma este comienzo de clase
de fray Luis –para otros meramente legendaria– es el historiador Nicolás
Crusenio, fraile agustino del siglo XVII, quien en su Monasticum Agustinianum, edición de Munich, 1623, refiere la
anécdota de la célebre frase.
Aunque de pronunciarlo, lo diría en latín:
–Dicebamus hesterna die…
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