martes, 29 de mayo de 2018

Canonización de Fernando III el Santo


El 12 de marzo de 1622 fueron canonizados en Roma Isidro Labrador, Ignacio de Loyola, Francisco Javier y Teresa de Jesús, junto al italiano Felipe Neri. Un buen lote de santos españoles de primera magnitud. En Sevilla lo celebraron con especial gozo los jesuitas.
Esto estimuló a la ciudad para promover el proceso de beatificación de Fernando III. El pueblo lo tuvo de siempre por santo, y así había pasado a la historia, con el apelativo de «el Santo». Y se inició un proceso que tuvo su culminación años después, cuando el 4 de febrero de 1671 Clemente X firmó el decreto de canonización.


La noticia llegó a Sevilla el 3 de marzo de 1671. La Giralda repicó como nunca. La ciudad se engalanó para celebrar un acontecimiento tan importante. En la grandiosa ornamentación de la Catedral participaron los artistas más apreciados de Sevilla. Sobresalieron en pintura, Murillo y Valdés Leal; en escultura, Pedro Roldán; en arquitectura, Francisco de Ribas y Bernardo Simón de Pineda. Valdés Leal ideó una máquina triunfal, colocada en el trascoro, en el lugar del monumento al Santísimo el día de Jueves Santo, que llegaba hasta la bóveda. Trataba de ensalzar la Iglesia y Religión cristiana por su héroe triunfador, san Fernando, que la defendió con la espada. En su ornamentación trabajaron cerca de un centenar de maestros. Pedro Roldán realizó la efigie del Santo Rey, que coronaba el grandioso monumento de Valdés Leal. Acabó la imagen en madera de cedro en unos días y representó al rey Fernando de pie, con manto real bordado de castillos y leones, en su mano derecha, la espada, y en su izquierda, la bola del mundo, siguiendo la iconografía que ideara Murillo.
Fuera del templo, la Giralda, engalanada con colgantes «gallardetes, flámulas y otras diversas formas de estandartes y banderas», parecía una novia ataviada camino del templo. Murillo se encargó de ornamentar las calles adyacentes a la Catedral por donde había de discurrir la procesión.
El domingo, 24 de mayo, fiesta de la Santísima Trinidad, hubo canto de vísperas en la que participaron solamente las representaciones de la ciudad. Al día siguiente, lunes de la Trinidad (25 mayo), ofició misa de pontifical el arzobispo don Ambrosio Spínola. Por la tarde salió la procesión. Una multitud ingente abarrotaba las calles y, como surgieron conflictos de precedencias, se determinó que se actuase como en el día del Corpus. Allá iban abriendo la marcha las mojarrillas, tarascas y gigantes, seguidos de las comunidades religiosas con sus santos. En fin, la larga lista de todas las corporaciones religiosas y civiles. La imagen del Santo Rey iba en andas acompañada por los cofrades sastres de la hermandad de San Mateo. Y la Virgen de los Reyes, también en andas con cuatro varas de plata sobre las que pende el palio, era llevada por sus capellanes reales. Las crónicas cuentan que el pueblo le echaba piropos a san Fernando.
Y Miguel Mañara, ¿estuvo en la procesión? ¿Salió la Santa Hermandad con sus insignias?
No, no acudieron.
Días antes, ante los conflictos de precedencias, el arzobispo Spínola solicitó de Mañara qué lugar deseaba ocupar en la procesión la Hermandad de la Santa Caridad, compuesta de la mayor nobleza de Sevilla. Y Mañara le contestó:
–Al principio, junto a la Tarasca, en el ínfimo lugar de toda la Procesión. Y con diez pobres acompañando una imagen del Señor, porque de este modo Dios nuestro Señor sea más servido y glorificado en sus pobres.
Llevado de su humildad, Mañara quería que los hermanos de la Santa Caridad se revistiesen también de esta virtud y la practicasen delante de todo el pueblo. El arzobispo Spínola reconoce «el buen celo y cristiana humildad del hermano mayor y Hermandad y la buena edificación que causarán en acto tan solemne». Se lo permite por esta vez, pero sin que la Hermandad pierda el derecho de antigüedad que le corresponde. O tal vez, sí. Eso de que los Hermanos de la Santa Caridad le dijeran a Mañara, su presidente, que todo tiene un límite.

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