La villa de Madrid
celebró en 1982 el noveno centenario del nacimiento de Isidro Labrador. Pero no
existe documento histórico que avale esta fecha. Ni se sabe el año de su nacimiento
ni el de su muerte. Isidro debió nacer en una fecha incierta de finales del
siglo XI o tal vez en los primeros años del XII. Y su muerte debió ocurrir
hacia el año 1170. Digamos, pues, que su vida transcurre en los dos primeros
tercios del siglo XII.
Nació en Madrid, de
esto nadie duda. Un Madrid recién conquistado por las huestes cristianas de
Alfonso VI. Un Madrid pequeño y murado, como un enclave al norte de Toledo,
creado por los árabes como avanzadilla de defensa de la ciudad imperial. La
conquista de Madrid, hacia 1083, servirá a Alfonso VI de base para la
acariciada conquista de Toledo, que tiene lugar el 25 de mayo de 1085.
Cristianizada la villa, convertidas las mezquitas en iglesias, a principios
del siglo XII, Madrid cuenta con una población cercana a los dos mil habitantes
y una serie de iglesias que harán las delicias de Isidro en su paseo matinal
antes de acudir al trabajo. En el fuero de Madrid, concedido por Alfonso VIII
en 1202, cuando ya Isidro había muerto, aparece la lista de sus iglesias
parroquiales. Eran éstas: Santa María, San Salvador, San Andrés, San Miguel de
los Octoes, San Juan, San Miguel de la Sagra, San Pedro, San Justo, San Nicolás
y Santiago. En esta relación no aparece la iglesia de Santa María Magdalena,
referida por Juan Diácono, su primer biógrafo, donde Isidro solía refugiarse a
rezar y donde le ocurrió el prodigioso suceso del lobo que se quería comer a su
borrico.
Santa María, la
primera en la relación de iglesias madrileñas, llamada de la Almudena, ocupaba
el lugar de la mezquita principal del Madrid moro y estaba regida por canónigos
regulares que observaban la regla de san Benito. Cuenta la leyenda que una
imagen de la Virgen apareció al derruirse un muro de la muralla, junto a la
Alhóndiga del trigo, cuyas medidas se llaman en árabe almudes. Y
almudit, la casa del depósito del trigo. De ahí el nombre de Almudena dada a la
Virgen hallada en ese lugar. Esto debió ocurrir hacia el año 1085, cuando tal
vez Isidro Labrador aún no había nacido. Pero su parroquia es San Andrés,
situada cerca de la Puerta de Moros, al otro extremo de la ciudad. Junto a ella
se hallaba la casa de su amo Iván de Vargas, donde moró Isidro y donde le
ocurrió el milagro del pozo, rememorado en lienzo precioso por Alonso Cano,
conservado en el Museo del Prado.
Que volvía Isidro
de las faenas del campo y encontró a su mujer llorosa y afligida porque el niño
había caído al pozo. Se pusieron ambos esposos de rodillas, rogaron a Dios, y
las aguas subieron hasta el brocal devolviendo al niño sano y salvo.
En San Andrés, su
parroquia, será enterrado Isidro. Pero no se sabe dónde fue bautizado. Sus
padres le ponen por nombre Isidro, por Isidoro (Isidro) de Sevilla, tal vez
porque naciera el 4 de abril, festividad del santo sevillano, o porque aún
estaba en la mente de todos ese traslado de los restos de san Isidoro de la
Sevilla mora a León.
En la tradición
madrileña ha quedado que el cuerpo del santo pasó por Madrid –todavía bajo
dominio moro– y las autoridades musulmanas no pusieron inconvenientes de que
fuera reverenciado por los cristianos madrileños. Si fue así, los padres de
Isidro, cristianos mozárabes, debieron venerar el cuerpo del santo arzobispo
hispalense y, llegado el tiempo, dar al hijo el nombre de Isidro.
Sevilla, gobernada
por al-Mutadid, era a mediados del siglo XI el reino de taifa más importante
de al-Andalus, junto a Toledo y Zaragoza. Pero al otro lado del Duero, Fernando
I, rey de Castilla y León, ha iniciado sus campañas guerreras de reconquista.
Toledo y Zaragoza han conocido su presencia. Pronto le llegará el turno al
reino de Sevilla. En 1063, Fernando I hizo una incursión por tierras sevillanas
y sin apenas lucha logró hacer tributario del reino de Castilla a al-Mutadid.
Una condición más
le impuso: la entrega de los restos de santa Justa, una de las hermanas
mártires sevillanas –la otra se llamaba Rufina– de tiempos de la persecución de
Diocleciano. Para ello envió una embajada a Sevilla presidida por el obispo de
León, Alvito, el obispo de Astorga, Ordoño, y algunos magnates del reino.
Pero al no encontrar los restos de santa Justa, llevaron a León el cuerpo de
san Isidoro. Alvito tuvo la desgracia de morirse en Sevilla (5 septiembre
1063), siendo llevado junto a san Isidoro a León, donde recibieron un apoteósico
recibimiento.
Lope de Vega, en su
poema El Isidro, adorna este pasaje con quintillas ingeniosas. Relata
cómo recibe de san Isidoro de Sevilla el nombre:
Que aunque el
nombre fue verdad
que le vino de su
herencia,
por su humildad e
inocencia
imitó su santidad,
pero no imitó su
ciencia.
No importa que
Isidro Labrador no sepa «filosofía, física ni teología» como el santo patrono
del que tomó el nombre, porque le iguala en la «escuela de la caridad».
Así que por
ignorante
no es Isidro
desigual
a su heroico
original,
mas retrato
semejante
en su parte
principal.
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