martes, 15 de mayo de 2018

Por nombre Isidro, patrono de Madrid


La villa de Madrid celebró en 1982 el noveno centenario del nacimiento de Isidro Labrador. Pero no existe documento histórico que avale esta fecha. Ni se sabe el año de su naci­miento ni el de su muerte. Isidro debió nacer en una fecha incierta de finales del siglo XI o tal vez en los primeros años del XII. Y su muerte debió ocurrir hacia el año 1170. Digamos, pues, que su vida transcurre en los dos primeros tercios del siglo XII.


Nació en Madrid, de esto nadie duda. Un Madrid recién conquistado por las huestes cristianas de Alfonso VI. Un Ma­drid pequeño y murado, como un enclave al norte de Toledo, creado por los árabes como avanzadilla de defensa de la ciu­dad imperial. La conquista de Madrid, hacia 1083, servirá a Alfonso VI de base para la acariciada conquista de Toledo, que tiene lugar el 25 de mayo de 1085. Cristianizada la vi­lla, convertidas las mezquitas en iglesias, a principios del siglo XII, Madrid cuenta con una población cercana a los dos mil habitantes y una serie de iglesias que harán las delicias de Isidro en su paseo matinal antes de acudir al trabajo. En el fuero de Madrid, concedido por Alfonso VIII en 1202, cuando ya Isidro había muerto, aparece la lista de sus igle­sias parroquiales. Eran éstas: Santa María, San Salvador, San Andrés, San Miguel de los Octoes, San Juan, San Miguel de la Sagra, San Pedro, San Justo, San Nicolás y Santiago. En esta relación no aparece la iglesia de Santa María Magdalena, referida por Juan Diácono, su primer biógrafo, donde Isidro solía refugiarse a rezar y donde le ocurrió el prodigioso suceso del lobo que se quería comer a su borrico.
Santa María, la primera en la relación de iglesias madrileñas, llamada de la Almudena, ocupaba el lugar de la mezquita principal del Madrid moro y estaba regida por canónigos regulares que observaban la regla de san Benito. Cuenta la leyenda que una imagen de la Virgen apareció al derruirse un muro de la muralla, junto a la Alhóndiga del trigo, cuyas medidas se llaman en árabe almudes. Y almudit, la casa del depósito del trigo. De ahí el nombre de Almudena dada a la Virgen hallada en ese lugar. Esto debió ocurrir hacia el año 1085, cuando tal vez Isidro Labrador aún no había nacido. Pero su parroquia es San Andrés, situada cerca de la Puerta de Moros, al otro extremo de la ciudad. Junto a ella se hallaba la casa de su amo Iván de Vargas, donde moró Isidro y donde le ocurrió el milagro del pozo, rememorado en lienzo precioso por Alonso Cano, conservado en el Museo del Prado.
Que volvía Isidro de las faenas del campo y encontró a su mujer llorosa y afligida porque el niño había caído al pozo. Se pusieron ambos esposos de rodillas, rogaron a Dios, y las aguas subieron hasta el brocal devolviendo al niño sano y salvo.
En San Andrés, su parroquia, será enterrado Isidro. Pero no se sabe dónde fue bautizado. Sus padres le ponen por nombre Isidro, por Isidoro (Isidro) de Sevilla, tal vez porque naciera el 4 de abril, festividad del santo sevillano, o porque aún estaba en la mente de todos ese traslado de los restos de san Isidoro de la Sevilla mora a León.
En la tradición madrileña ha quedado que el cuerpo del santo pasó por Madrid –todavía bajo dominio moro– y las auto­ridades musulmanas no pusieron inconvenientes de que fuera reverenciado por los cristianos madrileños. Si fue así, los padres de Isidro, cristianos mozárabes, debieron venerar el cuerpo del santo arzobispo hispalense y, llegado el tiempo, dar al hijo el nombre de Isidro.
Sevilla, gobernada por al-Mutadid, era a mediados del si­glo XI el reino de taifa más importante de al-Andalus, junto a Toledo y Zaragoza. Pero al otro lado del Duero, Fer­nando I, rey de Castilla y León, ha iniciado sus campañas guerre­ras de reconquista. Toledo y Zaragoza han conocido su pre­sencia. Pronto le llegará el turno al reino de Sevilla. En 1063, Fernando I hizo una incursión por tierras sevilla­nas y sin apenas lucha logró hacer tributario del reino de Casti­lla a al-Mutadid.
Una condición más le impuso: la entrega de los restos de santa Justa, una de las hermanas mártires sevillanas –la otra se llamaba Rufina– de tiempos de la persecución de Diocleciano. Para ello envió una embajada a Sevilla presi­dida por el obispo de León, Alvito, el obispo de As­torga, Ordoño, y algu­nos magnates del reino. Pero al no encontrar los restos de santa Justa, llevaron a León el cuerpo de san Isi­doro. Alvito tuvo la desgracia de morirse en Sevilla (5 septiembre 1063), siendo llevado junto a san Isidoro a León, donde recibieron un apo­teósico recibimiento.
Lope de Vega, en su poema El Isidro, adorna este pasaje con quintillas ingeniosas. Relata cómo recibe de san Isidoro de Sevilla el nombre:

Que aunque el nombre fue verdad
que le vino de su herencia,
por su humildad e inocencia
imitó su santidad,
pero no imitó su ciencia.

No importa que Isidro Labrador no sepa «filosofía, física ni teología» como el santo patrono del que tomó el nombre, porque le iguala en la «escuela de la caridad».

Así que por ignorante
no es Isidro desigual
a su heroico original,
mas retrato semejante
en su parte principal.

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