No, no ha sido ahora. La noticia apareció
en El Liberal, 27 de octubre de 1906: «De la Catedral de Sevilla se han
robado gran número de miniaturas que figuraban en los pergaminos de los libros
de coro y en los libros de rezo, y que eran una excelente prueba de la pericia
de los antiguos iluminadores y de los pintores que en nuestra ciudad
florecieron en los siglos XV y XVI».
La cosa venía de tiempo atrás. Cuando se
descubrió, se pretendió llevar las averiguaciones con el mayor sigilo. Pero
llegó a la prensa, y el escándalo estalló.
«Manos criminales –continúa el periódico–
han cortado y arrancado bellísimas miniaturas, que han pasado a poder de
anticuarios y negociantes de Sevilla, Madrid y Barcelona. Según nuestros
informes, un comendador del coro llamado Baltasar es el autor de los robos… Este
individuo, a cuyo alcance estaban tales riquezas, parece que se servía para
venderlas de un corredor conocido por Tirado y el cual enajenó algunas a precio
muy inferior al que tienen. Más de cuarenta preciosas miniaturas en pergamino
con letras, imágenes y adornos del mejor gusto, fueron a parar a poder de
chamarileros y anticuarios, de Sevilla algunos, y cuyos nombres es necesario
que salgan a la vergüenza pública».
El empleado Baltasar fue detenido por la
policía como autor de tales desafueros. Hacía meses que venía vendiendo estas
miniaturas de los libros de coro a anticuarios y personas particulares. Incluso
un cuadro de Alonso Cano había ido a parar a un anticuario de la calle
Placentines y un retrato de Argote de Molina había sido encontrado en el
domicilio del tal Baltasar.
Las miniaturas, que en aquel entonces
podrían tener un valor de unas 4.000 pesetas, llegaron a ser malvendidas al
precio de catorce duros.
Al día siguiente, 28 de octubre, el mismo
periódico recogió sendas cartas de anticuarios de Sevilla, donde confesaban su
participación ignorante en este suceso. Firmadas por Ricardo Barrón y Agustín
Tirado, muestran haber sido sorprendidos en su buena fe. Otras personas que han
adquirido hojas sueltas miniadas de los libros de coro de la Catedral comienzan
a aflorar. Pero son solamente algunos nombres, dispuestos a devolver lo
adquirido a su lugar de origen. Otras muchas miniaturas han volado más lejos,
Madrid, Barcelona, incluso París, y será imposible de recuperar.
Encargados por el Cabildo Catedral para
entender del asunto del robo se hallaban los canónigos González Merchant y
Flaviano Sánchez.
El lunes, 29 de octubre, aparece en el
periódico la carta de otro aludido. Se trata de don Francisco Palomares, pastor
de la iglesia protestante de la calle Relator. Cuenta que se ha presentado en
casa del anticuario Ricardo Barrón, «manifestándole que los pergaminos que
había comprado los ponía a disposición de dicho señor, para ser entregados sin
retribución alguna a los señores que estuvieren encargados por el Cabildo Catedral
de recogerlos».
El martes 3 de noviembre, la carta del
corredor de una casa de antigüedades de París, que no quiere dar a conocer su
nombre, revela otras pistas inquietantes. «Con motivo del affaire del
robo de la Catedral, puedo añadir algo al asunto, manifestando que ciertos
documentos y pergaminos se vendieron en un hotel de la calle Méndez Núñez a un
corredor de una importante casa de Madrid por un corredor muy conocido en esta
plaza por Rata blanca, el cual sabe también el nombre de una señora
francesa, la cual adquirió también algunos. El citado corredor puede aclararlo
todo, puesto que con el Baltasar andaba siempre, y la mayor parte de los
pergaminos se vendieron por tal sujeto y un francés corredor, que intervinieron
en ciertas ventas a extranjeros sirviendo de mediadores».
El miércoles 7 de noviembre aparece en el
diario El Liberal la última de las cartas sobre este engorroso asunto.
Es de José Calvo y Ramos, aludido en el periódico en los días anteriores. «En
el año de 1886 el que tiene el honor de dirigirse a usted compró a un conocido
librero, establecido en esta ciudad, siete preciosísimos libros antiguos y de
extraordinaria rareza, por los que abonó una muy respetable cantidad en varias
veces y partidas. Transcurrido algún tiempo, se enteró de que aquellos libros
se habían sustraído de la Biblioteca Colombina, y se apresuró, sin perder un
instante, a devolverlos a tan preciado depósito… Ahora, como entonces, ha
tenido lugar un desgraciado accidente, y aludido en las cartas dirigidas a
usted, por dos anticuarios con motivo de la adquisición de las hojas de libros
corales, debo hacerle presente que compré algunas hará dos meses próximamente a
don Manuel de la Oliva y Carmona y a don Federico Alonso, honrados
industriales, el primero de los cuales tiene un establecimiento de ventas
públicas, y el segundo un acreditado establecimiento de ultramarinos en esta
capital. Ausente yo de ella después, en el momento de mi regreso he entregado
las seis hojas que tenía al canónigo don Juan Flaviano, representante del
Cabildo Catedral, espontáneamente también y sin querer percibir ninguna
cantidad por ellas, y tendré la satisfacción más completa en conseguir que
alguna otra hoja, del mismo modo que los que indica don Ricardo Barrón, sean
recuperadas por el Cabildo Catedral».
Y aquí termina la información del periódico
sobre este notable robo de la Catedral de Sevilla.
¿Qué sucedió después? ¿Qué proceso se
siguió? ¿Qué condena recibió el tal Baltasar?
Los libros miniados del coro de la Catedral
de Sevilla, notable colección de más de 200 libros, de ellos 106 con
ornamentación preciosista desde el siglo XIV al XVIII, estaban siendo
fraudulentamente deshojados y diseminados entre coleccionistas espabilados.
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