Esto de pintar obscenidades y blasfemias en
las fachadas de los templos parece ser que se ha convertido de un tiempo a esta
parte en deporte nacional.
En la noche del domingo pasado, dos niñatas
hermanas (no sé si menores de edad) pintaron en la iglesia de San Martín de
Sevilla la frase «La única iglesia que ilumina es la que arde», con un símbolo
anarco-feminista. Se hicieron un “selfie” y colgaron en Instagram su “proeza”. Montaron
tal revuelo que pronto lo borraron de Instagram, pero su gamberrada ya corría
por las redes sociales. Buscadas por la policía, una de ellas se presentó con
su madre en comisaría y tendrá que pagar por lo menos el coste de la reparación
de la fachada que le exigirá el Ayuntamiento.
También en el pasado fin de semana un caso
similar ha ocurrido en dos templos de pequeñas localidades de la provincia de
Ávila, Gil García y Umbrías, en los que se puede leer «Iglesia que ilumina es
la que arde» y también «Ni Dios ni Cristo, creo en Evaristo».
La iglesia del Santo Ángel, de carmelitas
descalzos, sufrió también hace un tiempo la pintada "Arderéis como en el
36". La iglesia de Santa Marina sufrió un intento de incendio. Solo ardió
la puerta. San Andrés, San Juan de la Palma, o la capilla de la Pastora de la
calle Amparo, también han sufrido pintadas. En la Macarena, algo más
pintoresco: el 24 de mayo de 2014, un grupo de mujeres vestidas de luto
irrumpió en el templo con la idea de escenificar un taconeo sobre la tumba de
Queipo de Llano. Tras ser desalojadas por la seguridad de la Hermandad,
realizaron la protesta frente a la basílica sobre una réplica de la lápida. El
lema de su pancarta: "Las mujeres no olvidamos. 1936-2013".
Y no hablemos de los robos sufridos… El
monasterio de San Clemente sufrió no pocos en 2016 de un voluntario que hacía
trabajos de mantenimiento en el convento y aprovechaba las horas de rezo de las
monjas para sustraer unas llaves y llevarse esculturas, cuadros y casullas que
luego vendía a anticuarios. O la iglesia del Corpus Christi, donde un ladrón se
quedó un domingo después de la última misa para robar copones, cálices,
bandejas, manteles y hasta el vino de consagrar.
No es nuevo nada de esto. Va en nuestra
sangre. Podría reseñar aquí la matanza de frailes en el Madrid de 1834 o la
quema de conventos en la Barcelona de 1835. Se celebraba una corrida de toros
en Barcelona, que resultó un petardo, y un gracioso gritó: “¡A por los
frailes!”, y aquello fue una verdadera matanza de frailes, uno setenta, y quema
de conventos. Uno que se salvó saltando por la tapia de su convento fue con los
años arzobispo de Sevilla: el carmelita cardenal Lluch y Garriga.
O recordar las quemas de conventos en buena
parte de España en mayo de 1931, al mes de proclamarse la República, los
sucesos de Asturias en 1934 o el Frente Popular y la Guerra Civil de 1936. La
diócesis de Sevilla, que escapó mejor que muchísimas otras diócesis españolas,
tuvo que reseñar, en la guerra del 36, 156 iglesias parroquiales desvalijadas,
30 de ellas incendiadas; 90 iglesias y capillas públicas desvalijadas, 5 de
ellas incendiadas. Y en lo humano, 24 sacerdotes y 3 seminaristas asesinados.
En fin, un asco.
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