El 1 de marzo, el presidente mexicano,
Andrés Manuel López Obrador, envió al Rey de España y al papa Francisco una
misiva en la que reclama la necesidad de "reconocer y pedir perdón"
por los abusos cometidos por los españoles en la conquista de México. También la
protesta feminista del 8 de marzo exigía entre otras propuestas una que afecta
directamente a la celebración de la Fiesta Nacional. Proponen cambiar
el relato del 12 de octubre, conocido como Día de la Hispanidad, por un día de memoria y reconocimiento del genocidio sufrido
por la población del continente americano y la lucha anticolonialista de sus
territorios.
Por otro lado, la historia «brutal y
sangrienta» de Cristóbal Colón será objeto de una serie de televisión
estadounidense. Obra de la productora USA Cavalry Media, que trabaja en un
drama sobre el célebre navegante basado en el polémico libro de Hans
Koning Colón: el mito al descubierto.
La serie se
titulará Hispaniola, en castellano La Española, la isla del Caribe donde Colón fundó el
primer asentamiento europeo en el Nuevo Mundo tras explorarla en 1492, y donde
hoy se sitúan los estados de República Dominicana y Haití.
John Fusco, creador de Marco Polo,
como guionista y productor de la serie, será el encargado de la adaptación.
–Dada mi larga relación y alianza con la
comunidad de nativos americanos –ha afirmado–, hace años que quiero contar esta
historia. La oscura y brutal
verdad detrás de Colón –no el mito que se enseña en los colegios– ha encontrado
su momento y su medio.
Quisiera desde aquí echar humildemente una
lanza a favor de Cristóbal Colón, cuyos restos, a pesar de lo que digan los de la
isla de Santo Domingo, creemos que se encuentran en la catedral de Sevilla, en
ese majestuoso sarcófago que ideara Arturo Mélida. Y nerviosos e inquietos
deben hallarse en su tumba ante tanta miseria intelectual como ha aparecido por
el ancho mundo para restar cicateramente importancia a la gesta del
descubrimiento de América.
En 1492 se inició esa hermosa aventura
hacia lo desconocido en el puerto de Palos. Tres cascarones de madera se dieron
a la mar océano, adentrándose en las tenebrosas aguas más allá del Finisterre,
al socaire de la loca idea de un marino genovés. La empresa estaba financiada
por la reina de Castilla, Isabel la Católica. Y la tripulación, gente bragada
de nuestra Andalucía.
Pues resulta, para los historiadores
revisionistas norteamericanos, no sólo Hans Koning, que Colón fue un
invasor. (¡Y lo dicen ellos, precisamente ellos!). Lo de Colón no fue una
«proeza», fue una «barbaridad» y la celebración del Quinto Centenario en 1992 una
«farsa».
Colón dio inicio al colonialismo moderno,
según Ricardo Levins, y se convierte en un monstruo que arruinó el paraíso
perdido, según el historiador Kirpatrick Sale, que ha escrito La conquista
del paraíso, aprovechando la coyuntura del tema con un contenido
escandaloso que le ha proporcionado sus buenos dólares. Él parte de una
interpretación «ecológica» de la Historia. Ahora que la interpretación
«marxista» se encuentra en el cubo de la basura, nos viene este nuevo enfoque
ecológico que desea interpretar con mentalidad de hoy los sucesos acaecidos
hace quinientos años. «América –nos dice– estaría hoy mucho mejor sin la
intervención europea. Con Colón no sólo se destruyó el mundo y la naturaleza de
los indios sino también la relación cuidadosa y respetuosa que existía entre
ellos y su entorno». El Consejo Nacional de Iglesias de los Estados Unidos se
unió también a esta orquesta y calificó la llegada de Colón como una
«invasión». A esta nota no se unieron los obispos católicos norteamericanos,
que redactaron un documento más sensato.
¡Pobre Colón, la de tortas que le vinieron
encima! ¿No os parece que la historia de este hombre es más sencilla? Tuvo una
genial idea y logró un sponsor (ahora se dice así) en la reina Isabel la
Católica y un pueblo que lo realizó. Barbaridades hubo, claro que sí, y ahí
están, entre otras, las denuncias de ese sevillano que se llamó Bartolomé de
las Casas. Pero no echen las culpas a Colón, que fue sencillamente un navegante
avezado, y le inculpen aviesamente de invasor, como si hubiera programado
sádicamente esta incursión continental desde la Casa Blanca de hace quinientos
años.
Francia, cómo no, se unió también a esta
orquesta en el Centenario de 1992. Y por ahí apareció el diario Le Figaro
con un amplio dossier, donde la malevolencia se unió a la ignorancia. Franceses
y norteamericanos se podrían mirar su propio ombligo, que debe andar bastante
lleno de pelusas históricas. Y aplicarse la interpretación «ecológica» a ellos
mismos. El corazón de Europa no latía en 1492 en Italia, Francia o Inglaterra,
sino en España, dicen estos franceses. Por ello no se sienten responsables de
esta «tragedia»...
Ni falta que hace. Porque no fue una
tragedia. Fue una gran hazaña histórica. Sería apasionante colarse en el túnel
del tiempo y recoger las primeras emociones de un Colón que ha vuelto de su
primer viaje. Cuando llegó a Palos, de donde partiera, el 23 de marzo de 1493.
O cuando unos días después, el 31 de marzo, domingo de Ramos, entró en Sevilla
«donde le fue fecho buen recibimiento», según cuenta el Cura de los Palacios,
testigo presencial de este momento. «Trujo diez indios, de los quales dejó en
Sevilla quatro y llevó a Barcelona a enseñar a la Reyna y al Rey seis, donde
fue muy bien recibido, y el Rey y la Reyna le dieron gran crédito y le mandaron
aderezar otra armada mayor y volver con ella, y le dieron título de Almirante
mayor de la mar Océano, de las Indias, y le mandaron llamar Don Cristóbal
Colón, por honra de su dignidad...».
Ese domingo de Ramos en Sevilla se supo que
existía un mundo desconocido, al fondo mismo de ese océano impenetrable. La
historia cambia de página en ese momento y comienza una nueva era. Sevilla lo
sabe antes que nadie. Pero no hay perspectiva histórica para calibrar entonces
la trascendencia de ese retorno de Colón y de esa exótica muestra de indios que
pasean por las calles de Sevilla.
Las cenizas del hombre que realizó hazaña
tal se encuentran ahí, en un soberbio mausoleo, a hombros de los reyes de
armas, que parecen caminar hacia el interior del templo desde la puerta de San
Cristóbal de la catedral de Sevilla.
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