Existe una referencia árabe (Ibn Abi Zar, Rawd
al-Quirtas) que afirma que la Torre del Oro fue construida en el año 617 de
la era musulmana, que corresponde al período comprendido entre el 8 de marzo de
1220 al 24 de febrero de 1221. Haciendo cuentas, vemos que la Torre del Oro fue
poquísimos años mora, veinticuatro exactamente, ya que pasó a poder de los
cristianos en 1248 al ser conquistada Sevilla por Fernando III.
La misma referencia árabe dice que
Abu-l-Ula, gobernador almohade de Sevilla y califa desde 1227, la mandó
construir cuando gobernaba esta ciudad, con un marcado carácter defensivo del
puerto. Se hallaba unida por un lienzo de muralla con la Torre de la Plata y
con el Alcázar.
¿Por qué su nombre?
Una bonita teoría afirma que en sus inicios
tenía unos azulejos dorados que brillaban al sol, y de ahí el nombre. Gestoso,
que recoge el parecer de Peraza y Zúñiga, cuenta que esta torre «es labrada por
fuera de azulejos, en los cuales dando el sol reverbera con agradable
resplandor y tiene otras pinturas coloradas por fuera». Pero me inclino más
bien por la opinión que sostiene Julio González en su magnífico libro Repartimiento
de Sevilla. Aclara que «desde un principio se dice ‘Torre del Oro’
(Borg-Al-dsayeb), con lo cual se excluye la gratuita afirmación de que ese
nombre se impuso por un hipotético revestimiento de reflejos dorados, pues en
este caso mejor se hubiera dicho ‘de Oro’ o ‘Dorada’. Decir ‘del Oro’ parece
lógico que se refiere en realidad al metal encerrado en ella. Consta que los
castellanos la llamaban ‘torre del Oro’ en el libro del Repartimiento y
en diplomas, al menos desde el 29 de diciembre de 1253. No debe sorprender esta
solución porque en esa época era costumbre depositar los tesoros y documentos
valiosos del señor en torres fuertes, que generalmente eran albarranas respecto
al castillo o palacio de que dependían; así se ve la torre del tesoro en Lisboa
y en otros sitios. Es más, durante la época cristiana hay constancia de haber
sido la Torre del Oro la del tesoro, incluso con ese metal, como se ve en los
días de Pedro I».
La Torre, hoy Museo Naval (desde 1944), ha
servido a lo largo de su existencia de múltiples usos: baluarte defensivo,
destino primero desde su construcción, almacén, depósito, bastimento, capilla,
embarcadero, faro...
Tras el terremoto de Lisboa (1755) hay un
intento de demolición, pero la torre se salvó con una restauración llevada a
cabo en 1760, agregándose un tercer cuerpo con claraboya y cupulinos con
azulejos amarillos. En 1821 fue demolido el lienzo de muralla que lo unía al
Alcázar, pasando desde entonces a llevar una existencia solitaria, como mástil
enhiesto a la orilla del Guadalquivir.
El 5 de junio de 1931 fue declarada la
Torre del Oro Monumento nacional.
El rey don Pedro el Cruel, cuyos restos
reposan en la cripta de la Capilla de los Reyes, en la catedral de Sevilla,
utilizaba la Torre del Oro para sus menesteres. Y la heroína sevillana doña
María Coronel, que se quemó el rostro con aceite hirviendo para huir de la
lascivia del monarca, bien pudo considerar esta torre como lugar maldito.
En ella, según el analista Zúñiga, fue
traído prisionero don Juan de la Cerda, esposo de doña María Coronel, y
decapitado. En ella, jugaba Pedro I a la tabla, una de sus grandes aficiones, y
guardaba parte de su tesoro, custodiado por el judío Samuel Leví. Y en ella
tuvo uno de sus amores. Dice Ayala en su Crónica
que, «maguer que al comienzo a ella non placía», allí tuvo, y esto es lo
chocante y triste, a doña Aldonza, hermana de doña María Coronel. La cosa no
duró mucho. Ninguno de los amores de Pedro I duró gran cosa sino el tiempo de
probar la fruta, salvo el permanente amor, el más sentido, de doña María de
Padilla. «Es la historia de una pobre mujer que fue débil, fue mujer y fue
piadosa en aquel mismo trance», como la describe Chaves en su fino análisis de
la ciudad de Sevilla. Y continúa: «¡Larga y porfiada lucha la de esta mujer, en
la que al fin venció lo que era más humano entre aquella concreción de
inhumanidades del medievo!... Doña Aldonza Coronel está mucho más cerca de
nosotros que su hermana. Si aún se admitiera el símbolo, nosotros
pretenderíamos hacer simbólica la figura de esta querida de don Pedro que en la
Torre del Oro sucumbió dolorida llorando ella sola la infelicidad de todas las
sevillanas que fatalmente han ido sucumbiendo».
Como cantó otra
poetisa sevillana, Isabel Cheix Martínez:
María, flor de los cielos,
Aldonza, flor de la tierra.
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