Hoy, 10 de mayo, festividad de San Juan de
Ávila, patrono del clero español, quisiera fijarme en la relación del Maestro
Ávila y Teresa de Jesús. Aunque no se conocieron personalmente, tuvieron una
relación lejana cuando ella le envío la redacción segunda del Libro de la Vida.
Pasó por Ávila el inquisidor Francisco de
Soto y Salazar y Teresa le dio cuenta de su alma. El inquisidor no es ajeno a
Teresa. Relacionado con su familia, casó en Alba (1553) a su hermana Juana de
Ahumada con Juan de Ovalle. Inquisidor en Toledo y Sevilla, llegará a ser
obispo de Salamanca, donde Teresa encontrará la oposición del prelado a sus
intentos de fundación. Pero en estos momentos le debe la segunda redacción del Libro de la Vida, lo que es un gran
mérito.
–Señora, esto no es cosa que toque a mi
oficio de inquisidor –dijo Soto a Teresa, cuando ella trataba de comunicarle
sus experiencias místicas–. Vuestra merced escriba al maestro Ávila, que es
hombre que entiende mucho de oración, y con lo que le conteste sosiéguese.
Acompañan a Teresa la hermana Antonia del
Espíritu Santo y el cura de Malagón, licenciado Juan Bautista. Llegaron a
Toledo montadas en mulos y se hospedaron en el palacio de doña Luisa.
Doña Luisa de la Cerda, señora de Malagón y
amiga de Teresa, marcha a Andalucía con su hijo mayor Juan de Tavera para tomar
las aguas termales de Fuentepiedra, cerca de Antequera. Lleva un recado
importante de Teresa. Hacer llegar al santo Juan de Ávila, que reside en
Montilla, su Libro de la Vida.
Ante la parsimonia que doña Luisa parece
tomarse en hacer llegar el libro al maestro Ávila, con más prisa la apremia
Teresa de Jesús.
–No puedo entender por qué dejó vuestra
señoría de enviar luego mi recaudo al maestro Ávila– le escribe Teresa, aún
desde Malagón.
No hay más de una jornada desde Antequera a
Montilla, le dicen a Teresa. Por eso recalca:
–Mire que importa más de lo que piensa.
Ya en Toledo, Teresa recibe carta de doña
Luisa. Teresa le contesta el 27 de mayo de 1568. Ha llegado enferma de Malagón,
hará siete días.
–El dolor que tenía cuando vuestra señoría
estaba en Malagón me creció de suerte que, cuando llegué a Toledo, me hubieron
de sangrar dos veces, que no me podía menear en la cama según tenía el dolor de
espaldas hasta el cerebro.
Teresa piensa marchar al día siguiente para
Ávila. Y le comenta:
–Parto bien enflaquecida, porque me sacaron
mucha sangre.
Y del Libro
de la Vida, ¿ha hecho algo doña Luisa? ¿Lo ha enviado al maestro Juan de
Ávila?
Teresa aún no tiene constancia de ello.
–Pienso que el demonio estorba que ese mi
negocio no vea el maestro Ávila. No querría que se muriese primero, que sería
harto desmán. Suplico a vuestra señoría, pues está tan cerca, se lo envíe con
mensajero propio, sellado, y le escriba vuestra señoría encargándosele mucho,
que él tiene gana de verle y lo leerá en pudiendo.
El Libro
de la Vida llegó al fin a manos de san Juan de Ávila. El 12 de septiembre, el
Maestro Ávila devolvía el manuscrito unido a una carta de aprobación con
ciertas precisiones.
–El libro no está para salir a manos de
muchos, porque ha menester limar las palabras de él en algunas partes; en
otras, declararlas; y otras cosas hay que al espíritu de vuestra merced pueden
ser provechosas, y no lo serán a quien las siguiese; porque las cosas
particulares por donde Dios lleva a uno, no son para otros...
Y añade:
–La doctrina de la oración está buena por
la mayor parte, y muy bien puede vuestra merced fiarse de ella y seguirla; y en
los raptos hallo señas que tienen los que son verdaderos.
El Maestro Ávila se excusa de que a causa
de sus achaques ha leído el libro «no con el reposo que era menester». Pero se
muestra agradecido y edificado de haberlo podido leer.
–Heme consolado, y podría sacar
edificación, si por mí no queda.
Teresa se sentirá gozosa con la carta del
santo Ávila. El 2 de noviembre, desde Valladolid, escribe a doña Luisa:
–Lo del libro trae vuestra señoría tan bien
negociado que no puede ser mejor, y así olvido cuántas rabias me ha hecho. El
maestro Ávila me escribe largo y le contenta todo; sólo dice que es menester
declarar más unas cosas y mudar los vocablos de otras, que esto es fácil. Buena
obra ha hecho vuestra señoría; el Señor se lo pagará...
Esta magistral carta de vida espiritual de
san Juan de Ávila ha consolado a Teresa y borrado sus dudas.
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