El arcediano Vázquez de Leca, figura
capital en la defensa del dogma inmaculado en la Sevilla mariana del siglo
XVII, ha sido borrado del callejero sevillano para
ser sustituido por el de «Párroco Don Eugenio», referido a quien lo ha sido de
la parroquia de Santa Ana, en Triana. Con todos mis respetos a mi compañero en
el sacerdocio, tan familiarmente tratado en el nomenclátor, bien se merece una
calle, si lo cree el Ayuntamiento, pero respetando la calle de quien ha sido
parte importante en la defensa del dogma inmaculado. Solamente desde la
ignorancia se puede cometer semejante atropello.
Bernardo de Toro, predicador del púlpito de
la Granada en el Patio de los Naranjos, reunió en su casa a un grupo de amigos,
entre ellos Vázquez de Leca y Miguel Cid, para celebrar la pascua de navidad de
1614 ante un nacimiento, donde cantaban villancicos y coplas al Niño Dios. ¿Por
qué no hacer unas coplas a la Virgen en su misterio de la limpia concepción?,
se dijeron. Y sin «saber cómo» surgieron esas coplas, que comenzaron a
enseñarlas a los niños de las escuelas. Y estos a cantarlas por las calles. Y
los frailes dominicos a enfadarse con los niños.
Este es el arranque del conflicto
inmaculista que prendió fuerte en la ciudad de Sevilla en 1615 y se propagó por
todo el arzobispado. Nunca unos versos en noche inspirada darán tanta gloria y
renombre a sus autores: letra de Miguel Cid y música de Bernardo de Toro. El
estribillo es muy conocido: «Todo el
mundo el general / a voces, Reina escogida, / diga que sois concebida / sin
pecado original». Mateo Vázquez de Leca, el canónigo rico del grupo, lo
dio a la imprenta para que se imprimieran unas cuatro mil hojillas que se
repartieron por las escuelas de Sevilla, e incluso se enviaron a otros puntos
de España.
Había sucedido antes, 8 de septiembre de
1613, el sermón de un dominico en el convento de Regina, que cuestionaba la
Inmaculada Concepción de la Virgen y el escándalo que ello produjo en la
ciudad. Esta copla corría por la ciudad: «Aunque se empeñe Molina / y los
frailes de Regina / con su padre provincial, / María fue concebida / sin pecado
original».
Vázquez de Leca y Bernardo de Toro
marcharán a la corte de Felipe III, que se hallaba en Valladolid, y de allí a
Roma, comisionados para lograr del pontífice la declaración dogmática de la
Inmaculada Concepción.
En Roma lograron al menos un decreto de
Paulo V, dado en 1617, que prohibía públicamente, en las aulas o en los
púlpitos, se predicase la opinión rigurosa acerca de la Inmaculada Concepción,
es decir, que María fuese concebida en pecado original y santificada después en
el seno materno. Ese decreto produjo una conmoción enorme en Sevilla, por el
celo que esta ciudad mostraba en la defensa inmaculista y con dos peones enviados
a Roma, como eran Mateo Vázquez de Leca y Bernardo de Toro, para este cometido
concreto. El 8 de diciembre de 1617, Sevilla hizo voto solemne en la catedral en defensa de este misterio.
El arcediano Mateo Vázquez de Leca,
bautizado en Santa Ana de Triana el 22 de noviembre de 1573, era hijo de Andrea
Barrasi y María Vázquez de Leca. De él ofrece el analista Zúñiga este perfil:
«De mozo alentado, galán y lucido lo volvió Dios varón virtuoso, ejemplar y
limosnero». Palabras que sugieren la conversión que sufrió hacia el año 1602, a
la vuelta de siglo, cuando contaba veintinueve años.
Vázquez de Leca había pasado su juventud
halagado con todos los regalos que podía proporcionar la diosa fortuna. Su
tío, de igual nombre y apellidos, había sido secretario particular de Felipe
II y ostentaba una canonjía y el arcedianato de Carmona en la catedral
hispalense. El sobrino se crio en el palacio arzobispal de Sevilla, a la sombra
del célebre cardenal Rodrigo de Castro. A los 14 años ya era canónigo de la
Colegial del Salvador, y a los 18, muerto su tío en Madrid, heredó su canonjía
y arcedianato de Carmona, aunque no tenía la edad exigida.
Mateo Vázquez de Leca lo tenía todo:
juventud, fortuna familiar y cargo prestigioso. Ordenado tan sólo de epístola
(o de subdiácono), paseaba por Sevilla su porte señoritil. Aranda cuenta que
«como la edad era poca y la renta mucha, no fueron sus pasos tan ajustados a
las obligaciones en que el estado de Eclesiástico le ponía».
Pero sucedió, hacia 1602, su singular
conversión. Tras la procesión del Corpus de aquel año. Paseaba por las naves
de la catedral, ya atardecido, cuando sintió la llamada de una mujer tapada que
le hizo señas para que la acompañase. Vázquez de Leca la siguió, rumiando en su
mente cierta curiosidad morbosa. Ya en la capilla de la Virgen de los Reyes le
pidió que se descubriera. Ante el silencio de la señora, lo hizo él. Separó el
manto que le cubría el rostro y... se halló con la tétrica imagen de un
esqueleto.
El arcediano salió de la capilla gritando:
–¡Eternidad, eternidad, eternidad!
Se dirigió a su casa, una de las
principales de la collación de San Nicolás, se cambió de vestimenta tomando la
de un criado y, entrada ya la noche, acudió al padre Fernando de Mata,
«sacerdote el más ejemplar que reconocía por aquel tiempo Sevilla». Se acogió a
su dirección espiritual y la vida del arcediano cambió radicalmente.
Ordenado de sacerdote, encargó a Martínez
Montañés la factura de un Cristo con mirada compasiva hacia el penitente
orante. Es el Cristo de la Clemencia, que se halla en la catedral de Sevilla.
¡Cuántas oraciones no derramaría ante esta maravillosa imagen el converso
arcediano de Carmona! En septiembre de 1614, meses antes de la navidad coplera,
donó el Cristo de la Clemencia al monasterio de la Cartuja.
https://twitter.com/blogdelaunion/status/1124980914231095297?s=19
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