viernes, 7 de junio de 2019

Cien años de la coronación canónica de la Virgen del Rocío

El acto de la coronación canónica de la Virgen del Rocío tuvo lugar hace un siglo, el 8 de junio de 1919, y es el timbre principal del canónigo Juan Francisco Muñoz y Pabón en su logro.
La corona de la Virgen fue hecha por los plateros de la Catedral, tomando como modelo la de la Concepción grande de la Seo hispalense, y la del Niño, costeada exclusivamente por doña Juana Soldán, viuda de Cepeda, es una magnífica reunión de perlas y brillantes, hechas por la Casa Reyes. La Corona de Virgen es de oro macizo, pesa 88 onzas, que equivalen a más de dos kilos y medio de oro. Y tiene montados 40 brillantes de diverso tamaño, 14 esmeraldas, 38 rubíes, 3 topacios, 5 perlas grandes y un gran número de diamantes y perlas pequeñas. Todo ello fruto de la cuestación popular que se venía haciendo desde un año antes.


–¡Van en ella –cuenta Muñoz y Pabón– tantos donativos de «a perra gorda» y hasta de «perra chica»! ¡Van jornales de siega!... ¡Va el huevo ofrecido por una infeliz!... ¡Va... hasta la limosna de alguno que vive de ella!... ¡¡la limosna de un mendigo!! Por eso esa corona vale más que si fuera de precio fabuloso y costeada sólo por potentados. Lleva gotas de sudor..., bostezos de hambre, ¡privaciones de pobrecitos desheredados de la fortuna, que le han dado a la Virgen hasta lo que no podían! ¡Exprimida esa corona, como se exprime una esponja..., ¡ah!, ¡cuántos chorros de sudor, convertidos en perlas; cuántas y cuántas lágrimas, trocadas en brillantes..., cuántas gotitas de sangre, cristalizadas en rubíes, rodarían por el rostro de la celestial Destinataria, que, como su Hijo santísimo, ante los «despilfarros» de María Magdalena, ha tenido que decirnos: «obra buena habéis obrado en mí»!!
El 6 de junio de 1919, a las dos de la tarde, partió Muñoz y Pabón hacia el Rocío en automóvil, acompañando al cardenal Almaraz, arzobispo de Sevilla.
Antes, ha dejado la siembra de unas coplas y seguidillas a la Virgen de las marismas, que se cantaron aquellos días y se seguirán cantando con el tiempo. Coplas como estas:

Desde Sevilla a Huelva,
Madre y Patrona,
a traerte venimos,
una corona.
¿Que un sol parece?
¡Pues, aunque más no cabe,
más te mereces!

El 7 de junio, sábado, a las 6 de la tarde, comenzó el desfile de las Hermandades, primer acto de la romería, asistiendo el cardenal. Las hermandades fueron recibidas como de costumbre en el atrio del templo. En total: 514 carretas, 120 coches y un sinnúmero de jinetes y romeros a pie. Hermandades que concurrieron: Triana, con 14 carretas. Se le agregaron algunas de Bormujos, Camas, Gines y otros pueblos. Rociana, 22 carretas. Villamanrique: 27 carretas. Benacazón: 7 carretas. Umbrete: 38 carretas. Coria del Río: 20. Pilas: 25. La Palma: sin concretar el número de carretas. San Juan del Puerto: 4 carretas y 6 carros. Sanlúcar de Barrameda: no utiliza carretas sino caballerías, 102 caballos. Huelva: 31 carretas y 3 coches. Moguer: 12 carretas, 3 coches y 150 jinetes. Y Almonte: la que llegó con el mayor número de romeros.
A las doce y media de la noche salió la procesión del Santo Rosario que recorrió los alrededores de la ermita. Y al día siguiente, 8 de junio, Domingo de Pentecostés fue el acto de la coronación. La función solemne tuvo lugar al aire libre, sacada la imagen muy de mañana de la ermita. Cuenta Muñoz y Pabón:
–El cardenal Almaraz leyó la autorización pontificia y bendijo las coronas y tomó juramento de que habían de custodiarla fielmente a los señores que actuaron: de notario, D. José Moreno Soldán, hermano mayor de La Palma; y de testigos: D. Manuel Márquez Gómez, cura párroco de Almonte; D. Juan Acevedo Medina, alcalde; D. José Villa Báñez, presidente de la Hermandad Matriz, y D. Ignacio de Cepeda y Sódan. A continuación, la misa que ofició don Miguel Castillo Rosales. Al finalizar, el cardenal pronunció unas palabras felicitando a las Hermandades por la coronación de su titular… y bendijo a los presentes. Subió al paso de la Virgen y colocó sobre su cabeza y la del Niño sendas coronas.
–Fue un momento –cuenta Muñoz y Pabón– en que, como diría el vate, «Sólo se oía un trémulo sollozo», pero un sollozo, que dejó de serlo, para trocarse en un ¡viva! ensordecedor..., imponente..., ¡infinito!; un «viva» de treinta mil gargantas, entre los aplausos frenéticos de sesenta mil manos, que movía el entusiasmo y las lágrimas copiosas de sesenta mil ojos, que preñaba de ellas la emoción; sollozo, grito, alarido, ¡jaculatoria enorme!, ¡formidable!, que no tuvo más remedio que llegar al cielo y repercutir en las entrañas de la Virgen, como repercuten en las entrañas de las madres los besos de los hijos; porque aquello, más que sollozo y más que viva, más que alarido y más que jaculatoria, fue un beso: un beso ardiente, prolongado, ¡inacabable!, y, por añadidura, mojado en lágrimas, con que «vio» la Paloma de las marismas cuánto y cuán honda y despropositadamente se la quiere, ¡se la idolatra!, por estas apasionadas tierras andaluzas.

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