sábado, 16 de noviembre de 2019

Pío XII pudo venir a España refugiado


Fue un objetivo programado por la Santa Sede y Sor Pascalina, la monja alemana que cuidaba de Pío XII, cuando Roma, caído Mussolini, fue ocupada por las tropas alemanas el 12 de septiembre de 1943. Pío XII podía contemplar desde su ventana a la guardia nazi montada en la Plaza de San Pedro, lo que en principio parecía ser un reconocimiento alemán de la neutralidad del Vaticano. Dentro de sus muros, se han refugiado los embajadores Tittmann, de Estados Unidos, y Osborne, de Gran Bretaña, entre otros.
Pero me interesa proponer un tema que se ha sabido cuando el general Karl Friedrich Otto Wolff, treinta años después, decidió hablar bajo juramento en la causa de beatificación de Pío XII. Lo ocurrido en su encuentro con Hitler a propósito del Papa y del Vaticano.


Pío XII y Sor Pascalina.

Karl Wolff, comandante de las SS y hombre de confianza de Heinrich Himmler, fue nombrado jefe supremo de la policía alemana en Italia, al tenerse noticias de la ruptura de la alianza italiana. El 9 de septiembre pisó Italia con instrucciones de organizar las SS en la turbulenta situación italiana, pero sin ninguna orden en concreto respecto al Vaticano.
Dos o tres días después, fue llamado por su superior Himmler. Tomó un avión y se dirigió a la Prusia oriental, a la Guarida del Lobo, donde se hallaba Hitler. Himmler le informó de que Hitler le esperaba con urgencia para encargarle un asunto extremadamente secreto: la ocupación del Vaticano y la deportación del Papa.
–Deseo –le dijo Hitler– que ocupe con sus tropas la Ciudad del Vaticano. Ponga al seguro los archivos y los objetos de arte y deporte hacia el norte al Papa Pío XII y a la Curia «para su protección». Según el desarrollo político y militar que derivará de esta operación decidiré luego el lugar de alojamiento del Papa: posiblemente en Alemania o tal vez en la neutral Liechtenstein. ¿Cuánto tiempo cree que le será necesario para la preparación del plan?
–Pienso que para esta operación necesitaré de cuatro a seis semanas.
Wolff marchó a Roma con este encargo terrible que él, confiesa, no quería ejecutar.
Hitler hablaba de «entrar en el Vaticano y echar toda aquella gentuza de rufianes». Aparte del testimonio del general Wolff, hay otros testigos que confirman la existencia de un complot nazi para secuestrar a Pío XII. Giulio Andreotti, que mantuvo relaciones con él, confesará:
–Durante la ocupación alemana de Roma, tuve muchas veces ocasión de ser recibido en audiencia privada por Pío XII… Recuerdo claramente que el Papa me dijo un día que había sido amenazado de arresto y deportación, pero que su puesto era el Vaticano y jamás huiría o se escondería. Si querían hacerle prisionero, lo encontrarían en su puesto.
El conde Enrico Galeazzi, arquitecto de los Palacios Apostólicos, ideó un proyecto con Sor Pascalina de esconder al Papa y trasladarlo a España. Pensaron primero transferirlo clandestinamente a la villa que los Galeazzi tienen en San Felice Circeo, una localidad balneario a 120 kilómetros de Roma. Era una roca sobre el mar, de difícil acceso. Sor Pascalina fue a ver la residencia y le pareció acertada. Allí permanecería refugiado Pío XII durante un par de días hasta poder embarcase en un barco de bandera española y refugiarse en España. Estaban convencidos de que el general Franco, de conocidos sentimientos católicos, se sentiría honrado de hospedar en secreto a Pío XII sustrayéndole así de las fuerzas nazis. El abogado Carlo Pacelli, sobrino del Papa, consejero general del Estado de la Ciudad del Vaticano, aprobó la solución española. Pero no habían contado con la personalidad de Pío XII que se negó rotundamente. En declaración a su maestro de Cámara, monseñor Arborio Mella di Sant’Elia, le dijo:
–No me moveré de Roma. He sido puesto en la sede de Pedro por voluntad de Dios y por consiguiente no la dejaré por mi voluntad o con mi consentimiento. Tendrán que atarme y llevarme a rastras, porque yo no me moveré de aquí.
Por fortuna, no se dará en Pío XII las deportaciones que sufrieron Pío VI y Pío VII por obra de Napoleón, ni la fuga de Pío IX el 24 de noviembre de 1848, vestido de simple clérigo, después del asesinato de su primer ministro, para refugiarse en Gaeta ante el furor de la Revolución Romana. Pío XII podría haber cumplido aquella máxima de Jesús, cuando dice en el Evangelio de Mateo 10: «Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra».
Pero no fue necesario. Roma será pronto tomada por los aliados, que han desembarcado en Sicilia. Y curiosamente, en una Roma recién liberada, mientras los embajadores Tittmann, de Estados Unidos, y Osborne, de Gran Bretaña, salían de su refugio en el Vaticano, se acogían bajo sus muros el embajador alemán Weizsäcker y el embajador japonés. Éste ocupará la estancia que el embajador Tittmann tenía en Santa Marta, residencia actual del Papa Francisco.

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