sábado, 23 de noviembre de 2019

Tener más paciencia que el Santo Job


Hay un dicho popular que dice: «Tener más paciencia que el Santo Job».
¿Por qué el hombre justo sufre y el malo es feliz en este mundo?
Acabo de releer el Libro de Job y me ha parecido tan actual ese grito de un Job que vive una dura prueba en su fe con Dios: pérdida de sus bienes, familia, ganado…
Me voy a limitar a subrayar solamente algunos pasajes y que sea el lector quien saque las consecuencias propias. A mí me ha parecido de máxima actualidad ese clamor de Job ante el silencio de Dios.


 Job considera injustos los sufrimientos que Dios le envía:
–«¿Hasta cuándo pensáis atormentarme, aplastándome con tanta palabrería? Ya me habéis humillado diez veces, me habéis atacado sin pudor. Aun en caso de haber pecado, solo a mí afectaría mi culpa. Pero ya que queréis someterme usando mi dolor como prueba, sabed que Dios me ha hecho daño, que me ha copado en sus redes. Si grito “Violencia”, no oigo respuesta; imploro “Socorro”, pero no hay justicia. Ha vallado mi camino para que no pase, ha velado mi senda con densa oscuridad. Me ha despojado de mi honor, dejando mi cabeza sin corona. Me socava por doquier y me deshago, ha arrancado la raíz de mi esperanza. Ha atizado su cólera contra mí, me tiene como un enemigo. Sus tropas han venido en masa, construyen terraplenes de ataque, asedian mi tienda por doquier. (19, 2-12).
Se lamenta Job:
–Te has convertido en mi verdugo y me atacas con tu brazo musculoso. Me levantas a lomos del viento, sacudido a merced del huracán. Ya sé que me devuelves a la muerte, donde todos los vivos se dan cita. ¿No tendí yo la mano al afligido que me pedía ayuda en la desgracia? ¿No lloré por el que vive en la penuria?, ¿no mostré compasión por el pobre? Esperaba la dicha, me vino el fracaso; anhelaba la luz, llegó la oscuridad. Me hierven las entrañas sin cesar, enfrentado a días de aflicción. Mi vida es sombría, sin sol; pido auxilio, de pie, en la asamblea. Me he vuelto hermano de chacales, comparto la amistad con avestruces. Mi piel ha quedado ennegrecida, mis huesos arden por la fiebre. Mi lira está afinada para el duelo, mi flauta acompaña a plañideros. (30,21-30).
 Y siguen los lamentos:
–¿Qué es el hombre para que te ocupes tanto de él, para que pongas en él tu interés, para que le pases revista por la mañana y lo examines a cada momento? ¿Por qué no apartas de mí la vista y no me dejas ni tragar saliva? Si he pecado, ¿en qué te afecta, Guardián de los humanos? ¿Por qué me has tomado como blanco y me he convertido en tu carga? (7, 17-20).
Job está seguro de su inocencia y lanza un reto a Dios:
¿Qué suerte reserva Dios en el cielo, qué herencia guarda el Todopoderoso en lo alto? ¿No reserva la desgracia al criminal?, ¿no le aguarda el fracaso al malhechor? ¿No observa mi conducta?, ¿no conoce mis andanzas? ¿Acaso caminé con el embuste?, ¿han corrido mis pies tras la mentira? Que me pese en balanza sin trampa y así comprobará mi honradez. (31, 2-6). ¡Ojalá hubiera quien me escuchara! ¡Aquí está mi firma, que responda el Todopoderoso! ¡Que mi rival escriba su alegato! (31-35).
Los amigos le acusan de blasfemo. Elifaz de Temán le dice:
–¿Por qué dejas que tu pasión te domine y miras con ojos desorbitados, para dirigir tu cólera contra Dios y lanzar tales palabras por tu boca? (15, 12-13).
Job, finalmente, se arrepentirá de haber hablado mal de Dios y responderá al Señor:
–Reconozco que lo puedes todo, que ningún proyecto te resulta imposible. Dijiste: “¿Quién es ese que enturbia mis designios sin saber siquiera de qué habla?”. Es cierto, hablé de cosas que ignoraba, de maravillas que superan mi comprensión. Dijiste: “Escucha y déjame hablar; voy a interrogarte y tú me instruirás”. Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos; por eso, me retracto y me arrepiento, echado en el polvo y la ceniza. (42, 2-6).
Resumo la problemática del Libro de Job con un texto de mi entrañable profesor de la Universidad de Comillas, P. José Alonso, S.J.:
–¿Por qué Dios hace que sufra el justo y que prospere el malvado?... La naturaleza y sabiduría de Dios solo imperfectamente pueden ser conocidas «por los contornos de su obra» (26, 14), pero en su plena realidad son un misterio. «Nosotros no percibimos más que un débil eco, pero el trueno de su poder, ¿quién lo comprenderá?», había dicho ya Job hablando con sus amigos.
Dios, que lo había puesto a prueba, devolverá finalmente a Job la felicidad que gozaba antes.


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