miércoles, 9 de abril de 2014

Un corazón femenino

Edith Stein (para la Iglesia, santa Teresa Benedicta de la Cruz) es uno de mis personajes preferidos. Judía de nacimiento, cabeza pensante, discípula predilecta de Husserl, convertida al catolicismo y dedicada a la enseñanza en un colegio de la Iglesia, ya que por ser judía y por ser mujer no podía optar a cátedra universitaria. Con deseos de encerrarse en un Carmelo, sus confesores la apremian a que siga en el mundo, porque así puede dar gloria a Dios con sus conferencias. Entraría de carmelita cuando Hitler llegó al poder y fue despojada de su categoría de maestra.



Pues en sus conferencias, Edith Stein resalta siempre los valores espirituales de la mujer. Será su tema recurrente: Un corazón femenino…
Edith rompe su enclaustrado silencio de profesora de alemán en Espira y se lanza por los caminos de media Europa a hablar a las mujeres precisamente de la mujer. Llegó a ser en sus tiempos universitarios una feminista extrema. Lo confiesa ella:
—Como estudiante y joven universitaria he sido feminista radical.
Era un feminismo joven, inmaduro, de inquieta estudiante, que buscaba la total emancipación de la mujer frente al varón. Pero después el tema le dejó de interesar.
–Ahora busco, porque creo que ha de ser así, soluciones lo más objetivas posibles.
Se trata de cultivar los valores femeninos resaltando lo peculiar de la mujer en un mundo dominado por el hombre. Toda mujer está capacitada para cualquier profesión y la discriminación de la mujer debe ser eliminada.
–En parte como consecuencia de la ideología romántica, en parte también como reminiscencia de una mentalidad racista, y, finalmente, mediante la referencia a la situación actual de la economía, se quiere borrar la evolución de las últimas décadas y se pretende recluir a la mujer en el campo de actuación circunscrito a la casa y a la familia. Pero entonces no se tiene en cuenta la naturaleza espiritual de la mujer ni las leyes de la evolución histórica.
Para Edith es un hecho evidente que ninguna mujer es únicamente mujer.
–Cada una tiene su especificidad y su disposición individuales con el mismo título que el hombre, y cada una tiene la competencia para ejercer, según esta disposición, tal o cual actividad profesional.
Edith se deja conocer en todos los círculos católicos de Alemania. Y la prensa se hace eco de ello. Un periodista del Heidelberger Bote escribió:
–La conferencia de Edith Stein resultó convincente porque no cayó en el pathos del movimiento feminista y porque la conferenciante era una encarnación perceptible y visible de sus propias ideas.
Pero también recibía críticas. Sus modales reposados, su timidez… Decía ella:
—En el fondo, lo que yo tengo que decir es siempre una verdad pequeña, sencilla: cómo se puede comenzar a vivir de la mano del Señor.
Y también de su forma pía de hablar… Maria Offenberg, alumna suya, se encontró con Edith en una comisión cultural en Bendorf en 1928. Edith habló de la formación cristiana de la mujer. Y Maria Offenberg quedó extrañada:
—No la veía desde 1918 y tuve con Edith Stein una controversia en 1928. Era muy distinta, llena de tacto y objetividad, si bien algunas de nosotras no llegábamos a comprender este cambio total producido en ella.
Sin proseguir en un análisis exhaustivo de su visión del hecho femenino en la sociedad de su tiempo, solo quiero dejar constancia de dos interrogantes que formuló en alguna ocasión.
—¿Cómo se comporta la Iglesia con las mujeres?
Que puede ir unida a esta otra formulada en otro momento:
—La cuestión difícil y comprometida del sacerdocio femenino.
El solo hecho de formularlas, ya me parece audaz para su tiempo.
—En el actual derecho canónico —dice Edith— no se puede, ciertamente, hablar de una equiparación de la mujer con el hombre, puesto que ella está excluida de todos los oficios consagrados de la Iglesia… Su situación actual ha empeorado respecto de los tiempos primitivos de la Iglesia, en los cuales las mujeres tenían funciones oficiales como diaconisas consagradas. El hecho de que aquí se haya seguido una mutación gradual muestra la posibilidad de una evolución en sentido opuesto. Y la vida eclesial de la actualidad apunta a que tenemos que esperar una evolución similar, pues podemos constatar cómo las mujeres se sienten llamadas en número creciente a tareas eclesiales: caridad, ayuda pastoral, actividad didáctica. Las normas jurídicas son, empero, normalmente la fijación jurídica que sigue a formas de vida que ya se han impuesto prácticamente. No puede preverse cuán lejos podría ir una evolución semejante. En otra ocasión he dicho que yo personalmente no creo en una evolución hasta la posibilitación del sacerdocio de la mujer.
Pues habrá quien lo piense. Hace unos años, el cardenal Tarancón (habrá ya quien no lo recuerde o haya conocido), en un programa nocturno dominical de Radio Nacional llamado “Hola, grandullón”, pronunció la siguiente afirmación:
–Creo que la utopía de la mujer sacerdote se hará realidad, aunque yo ya no lo veré, porque las cosas de palacio van despacio. 

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