Edith
Stein (para la Iglesia, santa Teresa Benedicta de la Cruz) es uno de mis personajes
preferidos. Judía de nacimiento, cabeza pensante, discípula predilecta de
Husserl, convertida al catolicismo y dedicada a la enseñanza en un colegio de
la Iglesia, ya que por ser judía y por ser mujer no podía optar a cátedra
universitaria. Con deseos de encerrarse en un Carmelo, sus confesores la
apremian a que siga en el mundo, porque así puede dar gloria a Dios con sus
conferencias. Entraría de carmelita cuando Hitler llegó al poder y fue
despojada de su categoría de maestra.
Pues en sus conferencias, Edith Stein resalta siempre los valores espirituales de la mujer. Será su tema recurrente: Un corazón femenino…
Pues en sus conferencias, Edith Stein resalta siempre los valores espirituales de la mujer. Será su tema recurrente: Un corazón femenino…
Edith
rompe su enclaustrado silencio de profesora de alemán en Espira y se lanza por
los caminos de media Europa a hablar a las mujeres precisamente de la mujer.
Llegó a ser en sus tiempos universitarios una feminista extrema. Lo confiesa
ella:
—Como
estudiante y joven universitaria he sido feminista radical.
Era
un feminismo joven, inmaduro, de inquieta estudiante, que buscaba la total
emancipación de la mujer frente al varón. Pero después el tema le dejó de
interesar.
–Ahora
busco, porque creo que ha de ser así, soluciones lo más objetivas posibles.
Se
trata de cultivar los valores femeninos resaltando lo peculiar de la mujer en
un mundo dominado por el hombre. Toda mujer está capacitada para cualquier
profesión y la discriminación de la mujer debe ser eliminada.
–En
parte como consecuencia de la ideología romántica, en parte también como reminiscencia
de una mentalidad racista, y, finalmente, mediante la referencia a la situación
actual de la economía, se quiere borrar la evolución de las últimas décadas y
se pretende recluir a la mujer en el campo de actuación circunscrito a la casa
y a la familia. Pero entonces no se tiene en cuenta la naturaleza espiritual de
la mujer ni las leyes de la evolución histórica.
Para
Edith es un hecho evidente que ninguna mujer es únicamente mujer.
–Cada
una tiene su especificidad y su disposición individuales con el mismo título
que el hombre, y cada una tiene la competencia para ejercer, según esta
disposición, tal o cual actividad profesional.
Edith
se deja conocer en todos los círculos católicos de Alemania. Y la prensa se
hace eco de ello. Un periodista del Heidelberger Bote escribió:
–La
conferencia de Edith Stein resultó convincente porque no cayó en el pathos del
movimiento feminista y porque la conferenciante era una encarnación
perceptible y visible de sus propias ideas.
Pero
también recibía críticas. Sus modales reposados, su timidez… Decía ella:
—En
el fondo, lo que yo tengo que decir es siempre una verdad pequeña, sencilla:
cómo se puede comenzar a vivir de la mano del Señor.
Y
también de su forma pía de hablar… Maria Offenberg, alumna suya, se encontró
con Edith en una comisión cultural en Bendorf en 1928. Edith habló de la
formación cristiana de la mujer. Y Maria Offenberg quedó extrañada:
—No
la veía desde 1918 y tuve con Edith Stein una controversia en 1928. Era muy
distinta, llena de tacto y objetividad, si bien algunas de nosotras no
llegábamos a comprender este cambio total producido en ella.
Sin
proseguir en un análisis exhaustivo de su visión del hecho femenino en la sociedad
de su tiempo, solo quiero dejar constancia de dos interrogantes que formuló en
alguna ocasión.
—¿Cómo
se comporta la Iglesia con las mujeres?
Que
puede ir unida a esta otra formulada en otro momento:
—La
cuestión difícil y comprometida del sacerdocio femenino.
El
solo hecho de formularlas, ya me parece audaz para su tiempo.
—En
el actual derecho canónico —dice Edith— no se puede, ciertamente, hablar de una
equiparación de la mujer con el hombre, puesto que ella está excluida de todos
los oficios consagrados de la Iglesia… Su situación actual ha empeorado
respecto de los tiempos primitivos de la Iglesia, en los cuales las mujeres
tenían funciones oficiales como diaconisas consagradas. El hecho de que aquí se
haya seguido una mutación gradual muestra la posibilidad de una evolución en
sentido opuesto. Y la vida eclesial de la actualidad apunta a que tenemos que
esperar una evolución similar, pues podemos constatar cómo las mujeres se
sienten llamadas en número creciente a tareas eclesiales: caridad, ayuda
pastoral, actividad didáctica. Las normas jurídicas son, empero, normalmente la
fijación jurídica que sigue a formas de vida que ya se han impuesto prácticamente.
No puede preverse cuán lejos podría ir una evolución semejante. En otra ocasión
he dicho que yo personalmente no creo en una evolución hasta la posibilitación
del sacerdocio de la mujer.
Pues
habrá quien lo piense. Hace unos años, el cardenal Tarancón (habrá ya quien no
lo recuerde o haya conocido), en un programa nocturno dominical de Radio Nacional
llamado “Hola, grandullón”, pronunció la siguiente afirmación:
–Creo
que la utopía de la mujer sacerdote se hará realidad, aunque yo ya no lo veré,
porque las cosas de palacio van despacio.
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