Hoy se cumplen 60 años de la llegada a Sevilla de José
María Bueno Monreal como arzobispo coadjutor con derecho a sucesión del
conflictivo cardenal Segura.
Mientras Segura se hallaba en Roma presidiendo la
peregrinación diocesana de las cofradías de la archidiócesis que ha acudido a
la Ciudad Santa para celebrar la institución de la fiesta de la Realeza de
María, el 2 de noviembre de 1954 aparecía en Sevilla Bueno Monreal, obispo de
Vitoria, con carta de presentación del nuncio ante el cabildo catedral de
Sevilla.
Los acontecimientos que se desarrollarán a partir de
estos momentos son de película. Bien vale ese dicho de que «Quien se fue de
Sevilla, perdió su silla». Porque a Segura, Roma le había removido la silla y
había colocado a Bueno Monreal, quien, aunque solo ostentara el título de
arzobispo coadjutor, las bulas que llegarían de Roma con dos meses de retraso
–de aquí lo rocambolesco del asunto– le daban a Bueno la dirección plena de la
diócesis.
Roma llevaba ya años muy inquieta por el gobierno
pastoral de Segura. Incluso trató de ponerle un obispo auxiliar (año 1950), en
la persona de Tineo Lara, párroco de Omnium Sanctorum, a lo que se opuso
tenazmente el cardenal. No amigo de delegar funciones, se creía con fuerzas
para llevar la díócesis por sí mismo. En verdad, no quería a su lado sino
súbditos, que así trataba a los sacerdotes de Sevilla, a los que no tuvo nunca particular
afecto. Siempre se rodeó de sacerdotes traídos de fuera, a los que,
curiosamente, fue cercenando uno tras otro. Cito solamente, como los casos más
sangrantes, a Tomás Castrillo, su vicario general, y a Javier Alert, canónigo
que fue de su íntima confianza.
A partir de 1950, debilitado por la edad, su gobierno
autoritario se fue acentuando. Baste repasar los boletines de la diócesis para
darse cuenta del disparatado gobierno pastoral de Segura. Su obsesión contra el
protestantismo tuvo un colofón desgraciado con la quema de una capilla
protestante en marzo de 1952 por universitarios. La prensa de Sevilla no se dio
por enterada de este lamentable suceso, ni Segura aludió a ello en su órgano
oficial, el Boletín del arzobispado. En la primavera de 1953, Franco acude a
Sevilla para anunciar la construcción del canal Sevilla-Bonanza. Y Segura le
hizo el desplante de recluirse en el Cerro de San Juan de Aznalfarache a dar
ejercicios. La moral pública fue otra de sus batallas, con admoniciones
pastorales contra los bailes y baños en las playas. Coinciden sus delirios
inquisitoriales con la primera apertura del régimen hacia el exterior en 1953:
el Concordato con la Santa Sede (27 agosto) y el Pacto con los Estados Unidos
(26 septiembre). A Madrid viene un nuevo nuncio, Antoniutti, que asumirá la
tarea de solucionar el caso Segura.
A todo ello, se une en Segura otro factor (no aireado
hasta ahora, ni yo lo airearé) que influirá decisivamente en la postura radical
de Roma para destituirlo. Pero este factor no saldrá a luz hasta que pasen los
años y se abran los archivos vaticanos a los investigadores. Pero, para
entonces, como dice el dicho popular, estaremos todos calvos.
Pero describamos
sucintamente esta tragicomedia. A finales de octubre, Pío XII había firmado la
bula de nombramiento de Bueno Monreal como arzobispo coadjutor con derecho a
sucesión. El 2 de noviembre, tomó posesión ante el cabildo sevillano. Segura,
en Roma, se entera por una llamada telefónica que le da la noticia desde
España. Ese día la carta que recibe de la Secretaría de Estado, firmada por
Montini (futuro Pablo VI), no hace referencia a este hecho consumado. En el
mejor estilo diplomático le da las gracias de parte del papa por «su caritativo
homenaje» (limosna ofrecida al papa) con motivo de la peregrinación.
La bula de
presentación del nuevo arzobispo coadjutor era terminante: «Te nombramos
Coadjutor con derecho de futura sucesión de nuestro querido Hijo, Pedro, de la
Santa Romana Iglesia Cardenal Segura y Sáenz, con todos aquellos derechos y
potestades que competen a los Obispos residenciales... Y para que desempeñes
este cargo con la debida dignidad Nos ha parecido, venerable Hermano,
promoverte a la Iglesia arzobispal de Antioquía de Pisidia».
Fíjense que, siendo
coadjutor, la bula pontificia le asigna el gobierno de la diócesis. A Segura le
queda sólo el título. Como parece ser una contradicción, un año después, Roma
nombra a Bueno Monreal administrador apostólico, más acorde este nombramiento
con su poder jurisdiccional de la misma.
¿Fue elegante la forma
como se llevó a cabo la defenestración del cardenal Segura? Tal vez le tenían
cierto miedo en Roma y aprovecharon el momento de su ausencia de Sevilla para
dar el golpe de gracia. Pero esto lo tendrán que decir los papeles secretos cuando
salgan a la luz. Segura no fue recibido por Pío XII y en la visita a un
dicasterio (pienso que para preguntar qué hay de lo mío) llegó a amenazar con
pedir asilo político en Moscú. En Roma tomaron en serio la amenaza. Imaginen la
fecha. Hacía un año que había muerto Stalin. Nos hallamos en lo más caliente de
la guerra fría. Rige los destinos de la URSS Nikita Kruschev, el del zapato en
la ONU; en Estados Unidos, el general Eisenhower. Y el cardenal Segura amenaza
con tomar un avión y aterrizar en Moscú… Todo un esperpento.
Segura volvió a
Sevilla y encontró que el arzobispo coadjutor sólo portaba una carta de la
Nunciatura en la que le acreditaba para el nuevo cargo. Como buen canonista le
recordó que aquel papel no servía de nada, eran necesarias las bulas. Y rompió
la carta. Bueno Monreal pidió con urgencia las bulas a Roma y cuando llegaron,
—cosa que tardó un tiempo, obligándole a salir de Sevilla hasta su llegada—
Segura se plegó en obediencia. Vivió en su palacio arzobispal y el arzobispo
Bueno en el Seminario de San Telmo. Aunque pervivió un par de años más, la
artritis, las dolencias renales y la pesadumbre de verse desposeído por segunda
vez de una archidiócesis (en la República lo fue de Toledo), debilitaron
notablemente su salud. Murió en Madrid el 8 de abril de 1957. Franco tardó casi
un día en dar su condolencia y el gobierno se oponía a ofrecer a Segura el
entierro debido a la dignidad de un cardenal de la Iglesia. Fue Pla y Deniel,
arzobispo de Toledo, quien asumió la responsabilidad de dar digna sepultura al
difunto cardenal. Traído a Sevilla, fue enterrado en el Cerro de los Sagrados
Corazones por él levantado.
Puedo decir que
Bueno Monreal llevó con exquisita prudencia la vejez del cardenal Segura y
ciertas intemperancias de sus sobrinos y allegados. Pausadamente fue templando
los ánimos exaltados y conduciendo la diócesis a un ritmo nuevo mientras vivió
el viejo cardenal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario