El
16 de agosto de 1810 se puede leer en el libro de actas del cabildo catedral de
Sevilla: «Los cuadros que se llevó el Mariscal Soult son: La Natividad de la
Virgen (llamado La Noche de Murillo), La Muerte de Abel, El
descenso de la Virgen (también de Murillo) y otros dos de San Pedro y de
San Pablo».
No
se dice aquí que por el mismo procedimiento se llevó la famosa Concepción
de Murillo, de la iglesia de los Venerables. Y El Descendimiento de
Pedro de Campaña, de la parroquia de Santa Cruz, hoy en la sacristía mayor de
la catedral, se hallaba almacenado en el Alcázar dispuesto a su traslado a
Francia. Se salvó este maravilloso cuadro, que entusiasmaba a Murillo, por la
precipitada huida de los franceses, cuando en 1812 tuvieron que salir de
estampida de Sevilla. Al mariscal Soult habría que calificarlo, por su devoción
a los cuadros religiosos, como un ladrón «muy devoto».
Pero
basta repasar las actas capitulares del cabildo catedral para intuir la
insaciable ansia de dinero y de toda suerte de rapiña del duque de Dalmacia,
gobernador y general jefe del ejército francés en Andalucía. El palacio
arzobispal le sirvió de morada, donde ofrecía fiestas en su patio hasta hacer
correr el vino por los surtidores de las fuentes.
Se
lee en el acta del 17 de mayo: «El Mariscal Soult pide los bancos de la
festividad del Corpus para el baile que prepara en su palacio para el día 15,
en celebridad del cumpleaños del Emperador y de los días de la Emperatriz». Con
largo tiempo prepara el mariscal Soult la fiesta. El Corpus aún no se ha
celebrado y la onomástica de Napoleón es el 15 de agosto, lástima, el mismo día
de la Asunción, festividad de la Virgen de los Reyes. Y le dieron los bancos.
El canónigo Bucareli, comentando este hecho años después con el deán Miranda,
refugiado en Cádiz durante la ocupación francesa de la ciudad, le dijo:
–Si
su señoría hubiese visto los mostachos de Mr. Mayer, que vino por los bancos,
habría hecho lo que nosotros: llorar, refunfuñar y... laiser faire.
Y
añadió:
–Pues
no es eso todo, señor deán. La bacanal estuvo suntuosa. ¡Lástima que no hubiese
usted podido ver, en el jardincito de Palacio, la ingeniosa perspectiva del
templo de Himeneo y unas bellísimas pirámides con estrofas de nuestros primeros
poetas líricos alusivos a los goces del amor!
Meses
antes, durante la estancia del rey José Napoleón en Sevilla, se habían pedido
otros enseres a la catedral para adornos de la fiesta que ofreció el rey. Se
lee en el acta del 13 de marzo: «El Gobierno pide al Cabildo un buen dosel,
algunas arañas, blandones y alfombras, etc., con el fin de decorar el salón
para la fiesta en los próximos días del rey José. Y se dio todo, menos las
arañas, que no las hay en la Santa Iglesia».
Y
sigue la petición de más dinero: «15 junio: El Gobierno pide otra vez dinero.
Item: se acuerda reducir los gastos de culto: ha habido que vender muchas
fincas para salir de compromisos». «22 de junio: El Mariscal Soult quiere
cuadros, y avisa que hoy vendrá por cinco, entre ellos La Noche de Murillo».
«2 de julio: Piden un millón más para el ejército...»
El
expolio artístico durante la ocupación francesa fue tan manifiesto como
criminal. Por eso duele leer este pasaje del acta capitular: «31 de diciembre:
El Cabildo, sabiendo que Soult deseaba también el excelente cuadro de Santa
Marta, que estaba en el Hospital de su nombre, se lo regala al Mariscal en
prueba de su adhesión».
¡Tiene
narices la cosa! ¡Al expoliador mayor de los tesoros de Sevilla se le regala un
excelente cuadro en prueba de adhesión! Se llamaba tan nefasto personaje
Nicolás Juan de Dios Soult, nacido en Saint-Amans-la-Bastide, en 1769 y muerto
en el castillo de Soultberg (Tarn) en 1851.
Al
poco de morir se vendió su magnífica colección de cuadros robados en España,
alcanzando entonces la venta de la Concepción de Murillo la suma de
586.000 francos. Adquirida por el gobierno francés, fue más tarde devuelta a
España, pudiéndose contemplar en el museo del Prado, ¡otra gracia!, cuando su
emplazamiento justo es Sevilla, de donde no debió salir.
Otros
dos soberbios Murillos se llevó el mariscal de la catedral: la Natividad de
la Virgen (Museo del Louvre) y la Huida a Egipto (Museo del
Ermitage). Fueron escondidos por los canónigos para librarlos de la voracidad
del francés, pero recibió un soplo traidor y el mariscal «dio a entender –según
cuenta el conde de Toreno– que los quería para sí y que si se los negaban,
mandaría a buscarlos».
Se
vanagloriaba en París el mariscal Soult con su colección de pinturas cuando se
detuvo ante un Murillo y dijo:
–Aprecio
muchísimo este cuadro porque salvó la vida de dos personas dignas de estima.
Y
su ayudante de campo murmuró:
–Amenazó
con fusilarlos si no le daban el cuadro.
Cuando
el mariscal Soult salió precipitadamente de Sevilla el 27 de agosto de 1812, en
huida sin retorno, dejó abandonados en el Alcázar más de mil quinientos
cuadros, prueba de su amor «por la buena pintura y por el octavo mandamiento»,
que diría Richard Ford. Tal era su codicia.
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