martes, 1 de marzo de 2016

Historia de una alpargata andariega

Mañana, 2 de marzo, es el 84 aniversario de la muerte de Santa Ángela de la Cruz en 1932, cuando aún no se había cumplido el segundo año de la República y el gobierno republicano de entonces rotuló la antigua calle Alcáceres por el de Sor Ángela de la Cruz. Porque así de sorprendente fue la figura menuda de Madre Angelita en esta Sevilla de mis pesares.


Cuando hace unos años escribí la biografía de esta santa sevillana, me atreví a escribir en la primera página:

«Que pregunten a un sevillano quién es Sor Ángela de la Cruz.
»—Sor Ángela de la Cruz es Sor Ángela de la Cruz, y basta.
»Que una voz forastera trate siquiera de empañar su nombre, y verá.
»Amigos, en lo tocante a Sor Ángela, en Sevilla no existen montes­cos y capuletos, o séase, béticos y sevillistas, o si me apuran, y con perdón, de la Esperanza Macarena o de la Esperanza de Triana.
»Aquí todo el mundo en general es de Sor Ángela de la Cruz.»

Desgraciadamente, hace unos días –tan solo unos días–, unos mentecatos ediles del Ayuntamiento sevillano, salidos de las cloacas de la ciudad, se han erigido en portavoces de no sé qué para querer quitar los nombres religiosos de las calles y entre ellos el de Santa Ángela de la Cruz.
La respuesta ciudadana fue inminente. Una buena multitud de personas se dio cita al día siguiente ante el Ayuntamiento para manifestar el rechazo de estos ediles analfabetos de la ciudad y de sus tradiciones.
Pero yo quiero contar hoy –ya que en otra ocasión hablé de su santa muerte– de una curiosa anécdota de Sor Ángela.
Es la historia de una alpargata.
De una alpargata de Sor Ángela, sólo una, aparecida entre los es­combros de un viejo chalé de Madrid.
¿Acaso la perdió Madre Angelita correteando por el Madrid de entonces?
¿Por qué suya esa alpargata?
Esta bonita historia ocurrió en diciembre de 1980, en el lugar de San Rafael, zona residencial de Madrid. Bajo la chimenea de un de­rruido chalé que va a ser construido de nuevo, un albañil hurga entre los escombros y le llama la atención una caja rectangular de plástico transparente, muy deteriorada, con el fondo como de damasco muy deslucido, las paredes cosidas y unidas entre sí con hilo grana. Dentro de ella, en buen estado, se encontraba una alpargata negra, cosi­do sobre su empeine un trocito de seda blanca y escrito con tinta ne­gra: «Usada por Nuestra Madre Fundadora Sor Ángela de la Cruz». Y lacrada con el sellito «H.C.». La dejó allí. Creía que aquello no tenía la menor importancia. Pero se lo contó a una monjita amiga, Sor Josefa, de las Mensajeras de la Paz. Y ésta le animó a que le trajera lo que ha­bía encontrado. No conocía a las Hermanas de la Cruz, pero pensó que si se tratara de un objeto de la Fundadora de su Congregación, le gustaría conservarlo. Buscó a las Hermanas de la Cruz residentes en Madrid y le entregó, con el alborozo de éstas, la preciosa reliquia de Madre.
La alpargata fue traída enseguida a Sevilla. Es menuda, pequeña, como el pasito silencioso y menudo de Sor Ángela, con los laterales del esparto un poco carcomidos por el mucho andar.
Su par, que también se conserva, se encontraba en la Casa de Mon­tellano. También fue traída a Sevilla, para que así las alpargatas de Ma­dre reposen juntas e inspiren a sus Hijas, cuando las contemplen, el dulce caminar de su Fundadora.
Si esta alpargata de Sor Ángela aterrizó en Madrid se debió a una donación que en tiempos hicieron las Hermanas de la Cruz al general Gonzalo Queipo de Llano. Pero Queipo murió en 1951 y la reliquia pasó a alguien de su familia y aterrizó en un chalé de Madrid.
Es lo que ocurre. Las familias pasan, y el sentimiento de afecto ante esta reliquia se ador­mece en las siguientes generaciones.
Ya está en Sevilla la alpargata andariega, en la Casa Madre, junto a sus Hijas, que gustan de guardar con minuciosidad todo recuerdo, por mínimo que sea, de Madre. A este espíritu se debe el que conser­ven todo lo suyo: sus Papeles de Conciencia, salvo diez semanas que se supone que la misma Sor Ángela destruyó (conservándose el resto porque una Hermana la sorprendió y le arrancó el escrito de las manos); todos sus papeles, por minúsculos que sean, borradores en sobres vueltos, etc... Y todas sus pertenencias: sus vestidos, todo lo utilizado por ella ha sido siempre venerado por sus hijas, que lo han guardado como reliquias de su extraordinaria santidad. No pocos bienhechores de la Congregación han recibido a lo largo del tiempo algunos de estos inestimables objetos: la pluma con que escribía, un cubierto de madera, esta misma zapatilla...
La zapatilla andariega volvió tras muchos años a Casa.
Y las Hermanas de la Cruz, felices y contentas.
Fue como un regalo chiquito de Madre.
Casi como una travesura.

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