sábado, 27 de agosto de 2016

Bajo palio

Hoy Sevilla y media España están llenas de tiendas de chinos. Es una invasión. Pero a mediados del siglo pasado no era así. Al menos, que se sepa, había por entonces un chinito en Sevilla que en el tórrido verano que padecemos se pasaba las horas de la siesta en la catedral. Intrigado don Tomás Castrillo Aguado, canónigo y vicario general del cardenal Segura, se le acercó un día y le preguntó:
–¿Chinito ser cristiano?
Y el chinito le respondió:
–No, chinito estar fritito.
Y es que en Sevilla el lugar más fresco en verano era acogerse a la sombra de los muros de la catedral. Hoy se ha secularizado el lugar y la gente mayor prefiere El Corte Inglés.
Tomás Castrillo Aguado perdió el puesto de vicario general en 1953 por haber introducido a Franco en la catedral bajo palio. El Caudillo había llegado a Sevilla con su esposa doña Carmen y su nieta Carmencita para pasar la Feria de Abril. Y el cardenal Segura, en prevención, se quitó de en medio y se dio tres semanas de ejercicios espirituales a señoras y señoritas, a sacerdotes, y a caballeros y jóvenes en el Cerro de los Sagrados Corazones.


 El día antes de su marcha de Sevilla, Franco acude a la catedral y el cabildo le abrió la Puerta de los Príncipes, recibido el Caudillo y señora por el vicario general Castrillo Aguado y los canónigos, que los llevaron bajo palio hasta la Virgen de los Reyes, donde se cantó una salve.
Días más tarde, cuando Segura bajó del Cerro, tuvo a bien cesar en su cargo de vicario general a Castrillo Aguado y nombrar a un hombre gris adicto a la púrpura.
Esto del palio, por asociación de ideas, me lleva a don Silvestre, cura de pueblo, de un pueblo andaluz, que al decir de José María Pemán, predicaba «el evangelio de los analfabetos».
–El padre Silvestre –cuenta Pemán–, pequeño y ágil, es un manojillo de nervios, tembloroso como un flan de huevos y embutido en una sotana y una bufanda que fueron negras, pero que hoy son, como las hojas de otoño, pardas como tornasoles de oro.
Y cuenta curiosidades de este padre Silvestre, del que no se conoce apellido alguno.
–Añadirle un Pérez o un Rodríguez sería inferirle el agravio de suponer que en el mundo pudiera haber otro padre Silvestre que no fuera él. Además (esto os lo revelo en secreto), el padre Silvestre, en este punto, guarda un doloroso secreto. Aunque es andaluz, tiene un duro y áspero apellido vasco. Se llama Exangoitia. Y él, conocedor de esta raza andaluza, burlona y artista, comprende perfectamente que aquel absurdo montón de letras, con su X y sus diptongos, pudiera ser una barrera infranqueable entre su rebaño de fieles y él. Por eso lo oculta cuidadosamente, como un pecado.
El padre Silvestre recibe dos revistas: el boletín de Propaganda Fidei y un semanario taurino. Le gustan los toros, es belmontista. Pero ocurre que para las fiestas de la patrona se va a lidiar un toro y viene nada menos que Joselito.
Le llega una comisión del Ayuntamiento a su despacho.
–¿Sabe usted, padre Silvestre, que viene Oselito…?
–Sí, sí; ya sé que viene para la feria ese larguirucho. ¿Y qué?
–Como Oselito es el rey del toreo, queremos se le reciba «divinamente», como a un rey. Y habíamos pensado que quizá…, si usté no tiene reparo…, podríamos ir a recibirlo…, si usté nos lo presta…, con el palio.
El padre Silvestre se levantó del sillón de su despacho y les dijo:
–¡Fuera de aquí, calabazas! ¿Atreverse a pedirme el palio para recibir a Joselito? ¡El palio nada menos! Pero, ¿saben ustedes lo que es el palio? ¡Fuera de aquí, profanadores!
Y cuando se fueron, profirió para sus adentros:
–Todavía… ¡si fuera para Belmonte!
El día de la patrona, sale la Virgen en procesión por las calles. Todos los años, se producía un atasco a la salida de la procesión. Todas las mujeres se hacían las remolonas para salir las últimas junto al paso de la Virgen y no había manera de que la procesión saliera de la iglesia. Pero don Silvestre supo resolverlo de inmediato el primer año de su curato en el pueblo. Subió al púlpito y comenzó a dar las órdenes pertinentes a la organización procesional:
–¡Salga primero la Cruz!... ¡Ahora, los ciriales!...
Llegó el turno de las señoras. Don Silvestre continuó:
–Ahora las señoras… Salgan formando por orden de edad. Primero las más jovencitas… Las viejas junto al paso…
Asunto resuelto. Desde ese momento, todos los años la procesión salía con fluidez y casi con mal disimulada precipitación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario