Dentro de unos días, el próximo
miércoles, 21 de diciembre, cumplo 50 años de cura. En la catedral de Sevilla,
fui ordenado de sacerdote por el cardenal Bueno Monreal, del que siempre he
guardado un gran recuerdo. En agradecimiento publiqué en 2012 el libro
titulado: José María Bueno Monreal.
Semblanza de un cardenal bueno, que, más que una biografía, es en gran
parte recuerdos de mis encuentros con el cardenal en Sevilla.
Fuimos ordenados ese día de presbítero 9
diáconos diocesanos. Con el tiempo, seis se secularizaron, y de los tres que
hemos permanecido de presbítero solo quedo yo vivo. De los secularizados,
también hay tres fallecidos. Sic transit
gloria mundi…
Llegado este día, llamado de las Bodas
de Oro, lo celebraré en la intimidad. Solo os pido, si os parece bien, una
oración por este cura que se arroga meter las narices, como un pesado, en
vuestros ordenadores con sus sermones semanales.
No celebré tampoco las Bodas de Plata, a
mis 25 años de cura. Los dos meses previos fueron dolorosos para mí. En octubre
de 1991 dejé el palacio arzobispal, donde llevaba la Oficina de Prensa, la Hoja
parroquial y el Boletín del arzobispado desde hacía 7 años, por los que me
daban la cantidad, a mis cincuenta años, de 17.000 pesetas. (Para que notéis la
diferencia, en aquel entonces, un canónigo amigo, ya fallecido, además de su
sueldo de canónigo –misterioso, porque nadie sabía qué ganaban entonces los
canónigos ni tampoco creo que hoy se sepa– y un magnífico piso en el centro de
Sevilla, tenía un suplemento de 40.000 pesetas por pasarse dos mañanas a la
semana de guardia en el templo catedralicio). Prosigamos. Acompañaba, a mi
sueldo ridículo, clases de Religión en un instituto por las tardes. Pero aquel
año, por eso de reducciones de clases auspiciadas por la Junta de Andalucía, me
quedé prácticamente sin ellas. Y yo no podía ni quería vivir a costa de mis
padres. Solicité un aumento de sueldo. Y el arzobispo de turno me contestó –él,
que cambiaba su auto Renault de la más alta gama cada dos años–, que eso era lo
que había. Tomé entonces mis papeles de mi despacho en el arzobispado y me
marché a mi casa. La despedida fue gloriosa. Me dijo el mitrado:
–No nos vamos a molestar más en la vida.
Tú por tu camino y yo por el mío.
Y en mi casa sigo sin ningún cargo
pastoral desde hace 25 años. Aunque sí pude al año siguiente repescar algunas
clases que me ayudaron hasta mi jubilación algo prematura por mi primer infarto
a la salida, precisamente, de una clase.
En la siguiente publicación de la Guía diocesana, donde tras el nombre y
apellidos aparece el cargo (párroco, coadjutor, canónigo, vicario, capellán, etc.),
a mí me colocaron «Situación especial». Yo sabía más o menos qué debe hacer un
párroco u otro cargo, pero me resultaba difícil cumplir el inédito cargo,
exclusivamente para mí en la Guía, de «Situación especial». Y escribí al
vicario general, que él sí, ostentaba hasta seis renglones de cargos: párroco,
deán, vicario general, moderador de la curia y no recuerdo qué cosas más. Se
cumplía así, pensé, el dicho evangélico de que «al que tiene se le dará y al
que no tiene se le quitará lo poco que tiene» (Lc 8, 18). Pero no tuve
respuesta, demostrando él también la elegancia curial. O dicho en latín: Stilus curiae.
Desde entonces, creo que he molestado bien
poco a la Iglesia institucional, a la que alguna vez he sentido más como
Madrastra que como Madre.
Mi salida del arzobispado fue noticia en
la radio y en la prensa y se hizo eco de ella incluso una televisión de Madrid.
Para desgracia, aparecí también en los papeles cuatro o cinco días después,
cuando la Eta mató en Madrid a un primo hermano mío militar. Me correspondió la
homilía en el entierro de mi primo, que fue reproducida y hube de salir de
nuevo en los papeles.
Como comprenderéis, a finales de 1991 no
tenía humor de celebrar nada. Ni siquiera se lo recordé a mis padres, para que
no sufrieran. Aquel 21 de diciembre de 1991, dije la misa de 8 tarde en la
parroquia de San Pedro y recuerdo que en la acción de gracias después de la
comunión sentí como un sentimiento de soledad y se me saltaron las lágrimas.
Fue solo un instante, un momento de debilidad, porque mi vida, que ha rozado la
disidencia, tenía que seguir adelante fortalecida en el carácter.
Y aquí seguimos.
Puedo decir que, a pesar de todo, en la
Iglesia es donde he encontrado verdaderos compañeros, unos viejos compañeros de
sotana, otros de mi estilo, que, de una u otra manera, han sentido como nadie
su vocación sacerdotal y han mantenido su fidelidad a la Iglesia. Y no solo
ellos. Cuántos religiosos amigos y cuántas monjas y religiosas fieles a su
vocación me he topado en mi vida. Y laicos también…
Por eso creo que, a pesar de todo, la
aventura que ahora llega a sus cincuenta años ha merecido la pena.
No cincuenta, sino ochenta años celebra
hoy el papa Francisco. Cuán lejos este pastor que huele a ovejas de ciertos
purpurados, celosos cumplidores del derecho canónico, como los fariseos del
tiempo de Jesús, celosos ellos del cumplimiento de la Ley mosaica. Sepulcros
blanqueados los llamó Jesús, que, como veis, no tenía pelos en la lengua.
Ya que mi Parroquia es de Papel me doy vacaciones en estas Navidades y no os molesto con sermones. Retomaremos el pulso pasadas las Fiestas si en verdad tengo fuerzas para ello y me toleráis. Que tengáis una FELIZ NAVIDAD.
Ya que mi Parroquia es de Papel me doy vacaciones en estas Navidades y no os molesto con sermones. Retomaremos el pulso pasadas las Fiestas si en verdad tengo fuerzas para ello y me toleráis. Que tengáis una FELIZ NAVIDAD.
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