miércoles, 4 de enero de 2017

Los Reyes Magos

La tradición cuenta que los Magos que adoraron al Niño fueron instruidos más tarde por santo Tomás, consagrados obispos y murieron mártires. Santa Elena, madre del emperador Constantino, trajo sus restos a Constantinopla. De Constantinopla pasaron a Milán, trasladados por el obispo san Eustorgio. Y el emperador Federico Barbarroja, al hacerse dueño de la ciudad de Milán, los regaló en 1164 a la ciudad de Colonia, donde reposan en una hermosísima capilla, detrás del altar mayor de la catedral las tumbas de los tres Reyes Magos.


 Pero, ¿fueron tres? ¿Fueron Reyes?
El relato del Evangelio de san Mateo (2, 1-12) habla de Magos, sin especificar número. Es decir, gente docta y versada en las ciencias astronómicas. No dice que fueran Reyes.
Unos piensan que los Magos eran ilusionistas, que engañaban con sus trucos. Los que defienden esta tesis se apoyan en el pasaje de Mateo, que dice: «Viendo Herodes que había sido engañado por los magos».
Otros creen que eran unos hechiceros maléficos, al estilo de los encantadores que servían al Faraón, ejerciendo la magia para causar maleficios. Orígenes (185-254) defendía que eran idólatras y profesaban las ciencias ocultas. San Juan Damasceno (s. VIII): «Cristo quiso convertir a estos magos y mediante la revelación de su nacimiento los apartó de sus malas artes y los santificó».
Los más creen que son sabios. Donde magos es voz equivalente a la de los escribas en los hebreos, filósofos entre los griegos y sabios entre los latinos.
No creo que Mateo empleara esta palabra mago en sentido peyorativo. Se referiría sin duda a la tercera acepción.
Las pinturas de las catacumbas representan a los Magos sin atributos reales. El primero que lo afirma es san Cesáreo de Arlés, ya en el siglo VI.
Tampoco se dice en el Evangelio de Mateo el número de Magos. Habla indeterminadamente de unos magos. Diversas tradiciones cuentan 2, 3, 4, 6, 8, 12 y hasta 15. Pero el número que ha prevalecido ha sido el de 3, tal vez por aquello de las tres ofrendas: oro, incienso y mirra. Las pinturas de las catacumbas representan en número de 3 ordinariamente. En el siglo V, san León habla formalmente de 3.
Y sus nombres:
En hebreo: Gálgala, Malgalat y Sarathin.
En griego: Apelio, Amerio y Damasco.
En latín: Gaspar, Baltasar y Melchor.
Estos nombres latinos se hallan por primera vez en un códice de la Biblioteca Nacional de París, del siglo VII. El venerable Beda describe así a los Magos: «Melchor es anciano, de luenga barba poblada; Gaspar, joven, lampiño y rubio; y Baltasar, negro y de espesa barba».
Sin embargo, en las pinturas de los primeros siglos del cristianismo no se observa diferencias raciales entre ellos.
¿Y de qué país venían?
El Evangelio dice que venían de Oriente, pero no determina el país. La tradición habla de Persia.
Motivo de la visita:
–¿Dónde está ese rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a rendirle homenaje.
Sobre la estrella, la leyenda cuenta que los Magos eran descendientes de Balaam y conocían su profecía: «De Jacob nacerá una estrella; un hombre procederá de Israel...» (Núm 24, 17). Balaam fue un profeta bíblico, enviado por Balak a maldecir a los hebreos; su burra, dotada de palabra por un prodigio, le convenció de que los bendijese.
San Juan Crisóstomo (+407), en su comentario al Evangelio de Mateo, dice:
–Según una tradición antigua, un grupo de astrólogos, dedicados a descubrir el futuro a través de las estrellas, acordaron nombrar una comisión formada por doce de ellos para que los miembros de la misma observasen permanentemente el cielo, hasta que descubriesen la aparición de la estrella de que había hablado Balaam; si morían estos astrólogos, deberían ser reemplazados por alguno de sus hijos, y éstos por otros descendientes suyos. Todos los años, cada año en un mes distinto, siguiendo en la ordenación de los meses un ciclo rotativo, subían los doce de la comisión al monte de la Victoria y permanecían en su cima tres días consecutivos haciendo abluciones y pidiendo a Dios que les mostrara la estrella cuya aparición había sido vaticinada por el profeta. En una de aquellas ocasiones, precisamente el mismo día en que nació el Señor, cuando estaban entregados a estas prácticas de oración, vieron un astro que por encima del monte avanzaba hacia ellos, y quedaron sumamente sorprendidos al advertir que, al aproximarse al sitio en que se encontraban, la estrella se transformaba en la cara de un niño hermosísimo con una cruz brillante sobre su cabeza; su sorpresa fue aún mayor al oír que la estrella hablaba con ellos y les decía: Id prontamente a la tierra de Judá; allí encontraréis ya nacido al Rey a quien buscáis. Los astrólogos, obedientes a este mandato, inmediatamente se pusieron en camino hacia el país que la misteriosa estrella les había indicado.
Oro, incienso y mirra… El oro, todos sabemos lo que es. El incienso es una resina de goma, que se produce en Arabia e India, y forma granos redondos, blanco-amarillentos o rojizos. Al quemarse desprende fragancia. La mirra es una sustancia vegetal parecida a la goma arábica, usada en fumigaciones.
Costumbre en los pueblos antiguos: Nadie comparecía ante Dios o ante el rey con las manos vacías. Parece ser que los persas y caldeos solían presentar ante el rey estas tres ofrendas. San Bernardo dice que los Magos ofrecieron al Señor: Oro, para socorrer la pobreza de la Virgen María; Incienso, para contrarrestar el mal olor del establo; Mirra, para ungir al Niño, fortalecer sus miembros e impedir que se acercaran a Él insectos y parásitos.

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