La
tradición cuenta que los Magos que adoraron al Niño fueron instruidos más tarde
por santo Tomás, consagrados obispos y murieron mártires. Santa Elena, madre
del emperador Constantino, trajo sus restos a Constantinopla. De Constantinopla
pasaron a Milán, trasladados por el obispo san Eustorgio. Y el emperador
Federico Barbarroja, al hacerse dueño de la ciudad de Milán, los regaló en 1164
a la ciudad de Colonia, donde reposan en una hermosísima capilla, detrás del
altar mayor de la catedral las tumbas de los tres Reyes Magos.
Pero, ¿fueron tres?
¿Fueron Reyes?
El
relato del Evangelio de san Mateo (2, 1-12) habla de Magos, sin especificar
número. Es decir, gente docta y versada en las ciencias astronómicas. No dice
que fueran Reyes.
Unos
piensan que los Magos eran ilusionistas,
que engañaban con sus trucos. Los que defienden esta tesis se apoyan en el
pasaje de Mateo, que dice: «Viendo Herodes que había sido engañado por los
magos».
Otros
creen que eran unos hechiceros maléficos,
al estilo de los encantadores que servían al Faraón, ejerciendo la magia para
causar maleficios. Orígenes (185-254) defendía que eran idólatras y profesaban
las ciencias ocultas. San Juan Damasceno (s. VIII): «Cristo quiso convertir a
estos magos y mediante la revelación de su nacimiento los apartó de sus malas
artes y los santificó».
Los más
creen que son sabios. Donde magos es
voz equivalente a la de los escribas en los hebreos, filósofos
entre los griegos y sabios entre los latinos.
No creo
que Mateo empleara esta palabra mago en sentido peyorativo. Se referiría sin
duda a la tercera acepción.
Las
pinturas de las catacumbas representan a los Magos sin atributos reales. El
primero que lo afirma es san Cesáreo de Arlés, ya en el siglo VI.
Tampoco
se dice en el Evangelio de Mateo el número de Magos. Habla indeterminadamente
de unos magos. Diversas tradiciones cuentan 2, 3, 4, 6, 8, 12 y hasta 15. Pero
el número que ha prevalecido ha sido el de 3, tal vez por aquello de las tres
ofrendas: oro, incienso y mirra. Las pinturas de las catacumbas representan en
número de 3 ordinariamente. En el siglo V, san León habla formalmente de 3.
Y sus
nombres:
En
hebreo: Gálgala, Malgalat y Sarathin.
En
griego: Apelio, Amerio y Damasco.
En
latín: Gaspar, Baltasar y Melchor.
Estos
nombres latinos se hallan por primera vez en un códice de la Biblioteca
Nacional de París, del siglo VII. El venerable Beda describe así a los Magos:
«Melchor es anciano, de luenga barba poblada; Gaspar, joven, lampiño y rubio; y
Baltasar, negro y de espesa barba».
Sin
embargo, en las pinturas de los primeros siglos del cristianismo no se observa
diferencias raciales entre ellos.
¿Y de
qué país venían?
El Evangelio
dice que venían de Oriente, pero no determina el país. La tradición habla de
Persia.
Motivo de la visita:
–¿Dónde
está ese rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella
y venimos a rendirle homenaje.
Sobre
la estrella, la leyenda cuenta que los Magos eran descendientes de Balaam y
conocían su profecía: «De Jacob nacerá una estrella; un hombre procederá de
Israel...» (Núm 24, 17). Balaam fue un profeta bíblico, enviado por Balak a
maldecir a los hebreos; su burra, dotada de palabra por un prodigio, le
convenció de que los bendijese.
San Juan Crisóstomo (+407), en su comentario al Evangelio
de Mateo, dice:
–Según
una tradición antigua, un grupo de astrólogos, dedicados a descubrir el futuro
a través de las estrellas, acordaron nombrar una comisión formada por doce de
ellos para que los miembros de la misma observasen permanentemente el cielo,
hasta que descubriesen la aparición de la estrella de que había hablado Balaam;
si morían estos astrólogos, deberían ser reemplazados por alguno de sus hijos,
y éstos por otros descendientes suyos. Todos los años, cada año en un mes
distinto, siguiendo en la ordenación de los meses un ciclo rotativo, subían los
doce de la comisión al monte de la Victoria y permanecían en su cima tres días
consecutivos haciendo abluciones y pidiendo a Dios que les mostrara la estrella
cuya aparición había sido vaticinada por el profeta. En una de aquellas
ocasiones, precisamente el mismo día en que nació el Señor, cuando estaban
entregados a estas prácticas de oración, vieron un astro que por encima del
monte avanzaba hacia ellos, y quedaron sumamente sorprendidos al advertir que,
al aproximarse al sitio en que se encontraban, la estrella se transformaba en
la cara de un niño hermosísimo con una cruz brillante sobre su cabeza; su
sorpresa fue aún mayor al oír que la estrella hablaba con ellos y les decía: Id
prontamente a la tierra de Judá; allí encontraréis ya nacido al Rey a quien
buscáis. Los astrólogos, obedientes a este mandato, inmediatamente se pusieron
en camino hacia el país que la misteriosa estrella les había indicado.
Oro,
incienso y mirra… El oro, todos sabemos lo que es. El incienso es una resina de
goma, que se produce en Arabia e India, y forma granos redondos,
blanco-amarillentos o rojizos. Al quemarse desprende fragancia. La mirra es una
sustancia vegetal parecida a la goma arábica, usada en fumigaciones.
Costumbre
en los pueblos antiguos: Nadie comparecía ante Dios o ante el rey con las manos
vacías. Parece ser que los persas y caldeos solían presentar ante el rey estas
tres ofrendas. San Bernardo
dice que los Magos ofrecieron al Señor: Oro, para socorrer la pobreza de
la Virgen María; Incienso, para contrarrestar el mal olor del establo; Mirra,
para ungir al Niño, fortalecer sus miembros e impedir que se acercaran a Él
insectos y parásitos.
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