En San Juan de
Aznalfarache se halla el Monumento a los Sagrados Corazones, donde está
enterrado el cardenal Segura, que lo ideó e inauguró. Ahora el municipio de San
Juan, amparado en la Ley de Memoria Histórica, ha
borrado «Calle Cardenal Segura» y cambiado por el de «Paseo de las nueve
aceituneras», asesinadas el 24 de octubre de 1936, en plena guerra civil.
Creo que suprimir del callejero del pueblo
al cardenal Segura se deba a que el municipio piensa que, a tenor de la Ley de
Memoria Histórica, hay que hacer desaparecer todo vestigio del franquismo y personajes
adictos al Caudillo. Pero da la casualidad de que el cardenal Segura, aun
siendo un purpurado muy polémico, ciertamente no fue franquista. Y el pueblo de
San Juan de Aznalfarache le debe estar agradecido, porque el Monumento levantado
en su cerro se debe a la voluntad férrea del cardenal.
A raíz de las Misiones celebradas en 1940,
el cardenal Segura vio la necesidad de tener en la diócesis una Casa de
Ejercicios y también un Monumento al
Sagrado Corazón de Jesús, como ya lo hiciera en Cáceres y proyectara en Toledo.
No había Casa de Ejercicios Espirituales en
la diócesis. Se aprovechaba el Seminario de San Telmo para los sacerdotes y
casas religiosas para los fieles. Había en Marchena, de iniciativa particular,
en Valverde del Camino, diocesana, y en Chipiona, de propiedad particular. Pero
la lejanía y otros inconvenientes...
Y se fijó en el Cerro de San Juan de
Aznalfarache, al otro lado del Guadalquivir, donde hubo en la época medieval un
castillo moro y en el siglo XV se asentó un convento franciscano de Terceros
Descalzos, que acabó en ruinas tras la exclaustración del XIX.
Levantada la iglesia y añadida una Casa de
Ejercicios sobre el antiguo convento, el complejo fue inaugurado y bendecido
por el cardenal Segura en la tarde del 14 de diciembre de 1941 con función
eucarística y tedeum.
El Monumento al Sagrado Corazón lo piensa a
lo grande. Y estamos en tiempos de penurias, postguerra, 1941… Pero aquel
alcor, que se alza como una cornisa que divisa Sevilla, era propiedad del
Ministerio del Aire. Y Segura, sin pudor, después de sus desavenencias con el
Gobierno de Franco (en una Sabatina de 1940 había identificado la palabra
Caudillo con el demonio, citando una frase de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola, lo que provocó el
furor de Franco, que a punto estuvo de expulsarlo de España), le escribe una
carta al general Vigón, ministro del Aire, fechada el 8 de enero de 1942,
solicitando ese terreno para erigir el Monumento junto a la Casa de Ejercicios.
El 28 de marzo de
1942, el Boletín Oficial del Estado publicó el decreto de cesión al Arzobispado
de Sevilla de una parcela de terreno destinada al emplazamiento del Sagrado
Corazón de Jesús en el Cerro de San Juan de Aznalfarache, propiedad del
Ministerio del Aire. Segura
puede comenzar las obras. El Monumento, diseñado por él, fue realizado por el
arquitecto Aurelio Gómez Millán. De forma semicircular es un gran patio
porticado con balconada hacia Sevilla, en cuyo centro se levanta la estatua del
Sagrado Corazón. En la ladera anterior, en camino serpenteante, discurre un
Viacrucis y el monumento al Sagrado Corazón de María. Por ello, a partir de su
inauguración, se llamará: Cerro de los Sagrados Corazones.
El domingo 24 de mayo de 1942, Pascua de
Pentecostés, tuvo lugar la bendición y colocación de la primera piedra de la
capilla votiva del Monumento oficiando de pontifical el cardenal Segura,
asistido por el Cabildo metropolitano, con gran asistencia de fieles.
Hay un problema. En los aledaños al
Monumento está el cementerio del pueblo de San Juan, contiguo a la Casa
Diocesana de Ejercicios y en medio de la barriada que pretende construir el
Ministerio del Aire. El cementerio será clausurado el 24 de junio y trasladado
a otro lugar, obligado el vecindario a remover los restos de sus mayores por
cuenta propia y construcción y embellecimiento de los nuevos panteones.
El eco de las quejas de los vecinos se ha
perdido en el espacio infinito del tiempo. No hay constancia gráfica del
malestar que suscitó en la población. Porque eran tiempos de ordeno y mando y
de una censura imperante. Como tampoco queda constancia escrita de la avidez faraónica
del cardenal Segura con esa obra colosalista que pretende llevar adelante.
En noviembre de 1942, en la festividad de
Cristo Rey, será la inauguración de la Capilla Votiva, y el 31 de diciembre,
solemne bendición e inauguración de la estatua del Sagrado Corazón de Jesús.
En años sucesivos, hasta su terminación en
1948, Segura no dejará de inaugurar las distintas fases de un Monumento que
sigue en persona casi día a día. Es su paseo de tarde. Con su chofer y su
secretario, toma su Mercedes y se planta en el Cerro a contemplar cómo
discurren las obras de un Monumento construido a la mayor gloria del cardenal
Segura. Perdón, de los Sagrados Corazones. Con el tiempo, pícaramente llamarán
al Monumento el «Valle de los Caídos del cardenal Segura». En
realidad, tal Monumento se convirtió en el gran mausoleo donde yacen junto al
cardenal Segura los restos de sus padres y hermanos y costará sudores y
lágrimas en aquellos tiempos de penurias tras la guerra.
El
Monumento se inauguró solemnemente
el domingo 10 de octubre de 1948, con misa en la puerta
de la capilla votiva del Monumento y
asistencia de Franco y señora, el Gobierno en pleno, autoridades y
ejército, los obispos de Badajoz y Canarias, el arzobispo de Methynne, el
cabildo catedral y fieles.
Terminada
la misa, estaba programada una comida… que no se llegó a tener.
En
los días previos, llegó de Madrid el jefe de protocolos del Gobierno para
programar con Segura los actos del Monumento. Y se llegó al momento de la
comida, en la que Segura era el anfitrión, puesto que se daba en la Casa de
Ejercicios del Cerro.
El
jefe de protocolos le dice que la mesa será presidida por el Generalísimo y por
la señora de Franco, frente a él, y que Su Eminencia se sentará a la derecha
del Jefe del Estado.
–Eso
no puede ser –contestó Segura–. He jurado al recibir la púrpura los estatutos
por los que se rige el Sacro Colegio y los Cardenales no ceden puesto más que
al Rey, Reina, Jefe del Estado y Príncipe heredero. La señora del Jefe del
Estado, por muy respetable que sea, no ocupa ninguno de estos cargos.
–Pero
mire Vuestra Eminencia que hemos traído el protocolo de Madrid…
–Por
mí se lo pueden llevar. Yo no tengo más protocolo que las leyes de la Iglesia.
–¡Ay,
Señor! ¡En qué conflicto sin salida nos pone! No vemos solución.
–Pues
yo veo tres, por lo menos. Primera: que la señora del Jefe del Estado no asista
al banquete. Segunda: que no asista yo. Tercera: que el banquete no se celebre.
Y el
banquete no se celebró.
No
se verán más las caras Franco y Segura. Cuando Franco vuelva a Sevilla en abril
de 1953, Segura se hallará en el Cerro dando Ejercicios espirituales. Y el
distanciamiento y ruptura será total.
Dicho
lo cual, no veo motivo para que el Ayuntamiento de San Juan de Aznalfarache se
haya amparado en la Ley de Memoria Histórica para borrar de un plumazo a quien
le debe el monumento más colosal del que puede gloriarse el pueblo. Porque
Segura será lo que sea, pero no fue franquista. Y un año más tarde, en 1954,
cuando lo destituya de su diócesis la Santa Sede, escribirá una carta a Domenico Tardini, prosecretario de
Estado, en la que le dice:
–Estoy solo, Franco me ha aislado.
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