sábado, 8 de noviembre de 2014

El mal de gota

Me topé el otro día con un amigo que se hallaba el pobre fastidiado y quejoso de un ataque de gota. Y lo que son las cosas: uno comienza a recordarle, en un afán tonto de consolarle, que es un mal de gente ilustre. Eso, al menos, es lo que se dice y uno recuerda el sillón articulado de Carlos V –«hijo de la Loca de Castilla y del Hermoso de Alemania», como le definiera Unamuno–, que se conserva en el monasterio de Yuste, con un artilugio para que el emperador pudiese descansar recta su pierna derecha. Enfermedad que heredó su hijo Felipe II, para quien el obispo de Albarracín, fray Bernardino Gómez, escribió todo un tratado con el pomposo título de Henchiridion, manual instrumento de la salud contra el morbo articular que llaman gota, y al parecer consistía en unas friegas desde la cabeza a los pies durante treinta días.
Dicen que Felipe II mejoró. Evidentemente, con la medicina de aquellos tiempos, unos buenos masajes eran lo mejor. Y si no, que se lo digan a fray Diego de Deza, arzobispo de Sevilla en los inicios del siglo XVI, magnifico teólogo y propulsor ante los Reyes Católicos de las ideas oceánicas de Cristóbal Colón, que padecía también este mal. Le regalaron un cachorro de león, porque se pensaba que poniendo los pies sobre su melena, se curaba el mal de gota. Menos mal que al león lo desdentaron y le arrancaron las zarpas, que buena la hubiera hecho en el palacio arzobispal. Y lo llegó a hacer. Cierta tarde el duque de Arcos hizo una visita al arzobispo. Cuando salió, encontró en el patio del palacio a su caballo tan mal herido que murió a los pocos días.
Peor es lo que le pasó al cardenal fray García de Loaysa, también, como fray Diego de Deza, arzobispo de Sevilla, dominico e inquisidor general. Siendo presidente del Consejo de Indias y hallándose en Madrid, topó con un enanillo contrahecho, con gran bocio, que se apodaba «el maestre de Roa». Hernán Cortés lo había llamado a México para que le curase un brazo que se había partido por caída de caballo. Vuelto a la península, seguía con sus trucos y brujerías embaucando a la gente. Al serio de fray García de Loaysa le sacó unas prebendas en México, pero el cardenal no mejoró con las pócimas que le recomendó el enano charlatán.
Y ya que hablamos de arzobispos de Sevilla, contemos los casos de otros dos que me sé. Uno fue el cardenal Agustín Spínola, que regentó la diócesis hispalense de 1645 a 1649. Este último año fue de gran mortandad en Sevilla, a consecuencia de la peste. Pero el cardenal Spínola no murió de ella. Refugiado en su residencia de Umbrete, soportaba cristianamente los fuertes dolores de gota, que trataba de atenuar tomando borujo, masa que resulta del hueso de la aceituna después de molida y prensada. Los médicos dirán si esta receta casera que tal vez le recomendaron los lugareños de Umbrete resulta eficaz para aliviar el dolor; pero lo cierto es que el cardenal se murió.
Y vayamos al último. Para ello hay que remontarse al momento más esplendoroso de la Iglesia de Sevilla. Me refiero al paso del siglo VI al VII, con aquellas dos lumbreras que fueron san Leandro y san Isidoro. Pues bien, san Leandro también fue gotoso. Este dato ha quedado reflejado en una carta de san Gregorio Magno a san Leandro. Le dice el Papa a nuestro arzobispo:
–Sobre la enfermedad del mal de gota que aqueja a vuestra santidad, debo deciros que yo también me encuentro enormemente oprimido por un constante dolor producido por esa misma enfermedad. Pero nuestro consuelo será fácil, si en medio de los castigos que padecemos, traemos a nuestra memoria los pecados que hemos cometido.
Si no mis palabras, que estas de san Gregorio Magno sirvan de consuelo a cuantos padecen de este mal, que yo también lo he padecido y a veces, como este mismo verano, me vino un acceso del mal, aunque fue pasajero. Según dicen los médicos, viene por exceso de la mesa o alimentación suculenta. No es mi caso. Y creo que el padecimiento que han tenido tantos prohombres, como los aquí reseñados, viene más bien por alimentarse con carne de caza. Un mal que en lo antiguo no era exclusivo de la grandeza. Lo que ocurre es que el pueblo llano, que también se alimentaba de animales de caza, no asomaba a la historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario