El tiempo de Pascua es tiempo de las
Primeras Comuniones. Y se me ocurre contaros cómo fue la Primera Comunión de
aquella santa llamada Teresita del Niño Jesús.
Año 1884. Teresita tiene once años. El catecismo
es parecido a los conocidos entre nosotros de los padres Ripalda y Astete, con
preguntas y respuestas. Su profesor será el capellán de las benedictinas, donde
ella estudia, el abate Domin, un cura chapado a la antigua. A Teresita la
llamará su «pequeño doctor», por las respuestas certeras que siempre ofrece.
Pero hay algo en lo que Teresita no está de acuerdo. Enseña ese día el
catecismo la madre San Francisco de Sales.
Decía
el catecismo en la página 136:
Pregunta:
¿El bautismo es necesario para salvarse?
Respuesta:
Sí, porque por el bautismo nos convertimos miembros de Jesucristo, que él sólo
puede salvarnos.
P.
Los niños que mueren sin bautismo, ¿se salvarán?
R.
No. Ellos no verán jamás a Dios durante toda la eternidad.
Esta
respuesta choca en la mente de Teresita. No concibe que vayan al limbo o al
infierno los niños que mueren sin bautismo. Le parece injusto. Muy severo por
parte de Dios. Y pregunta a la religiosa:
–Entonces,
¿los niños pequeñitos muertos sin el bautismo no verán nunca a Dios?
Y
la madre San Francisco de Sales le responde:
–¡Jamás,
jamás!
–¡Pero
si no han pecado!
La
monja repitió la respuesta del catecismo:
–No.
Ellos no verán jamás a Dios durante toda la eternidad.
Y
Teresita, con cara de tristeza, contestó:
–¡Si no ver a Dios es una desgracia¡ ¡Si la mayor
alegría es ver a Dios, ellos no estarán nunca alegres!
Y con gesto de disgusto, exclamó:
–¡Vaya!
¡Pues si Dios lo puede todo, en su lugar yo me dejaría ver!
La
primera comunión está fijada para el 8 de mayo en la capilla del colegio. Lo
hará con otras seis alumnas de su clase. Pasados los tres meses de preparación,
Teresita tuvo que entrar en el colegio como interna durante tres días para
hacer un retiro preparatorio. Predicaba el retiro el abate Domin, capellán de
las benedictinas. Gracias a su cuaderno de apuntes sabemos de las pláticas de
este cura tremebundo.
5 de mayo, meditación de la mañana:
–El señor abate nos dijo que éramos como los servidores
del Evangelio, y que al final de nuestra vida Dios nos pediría cuentas de las
gracias que nos ha concedido...
2ª charla:
–El señor abate nos ha hablado de la muerte y nos
ha dicho que no había manera de hacernos ilusiones, que era segurísimo que teníamos
que morir, y que quizás habría alguna que no terminase el retiro.
3ª
charla:
–Esta
tarde la meditación fue sobre el infierno. El señor abate nos representó las
torturas que se sufren en el infierno...
7
mayo, 1ª charla:
–El
señor abate nos ha hablado de la primera comunión sacrílega. Nos ha dicho cosas
que me han dado mucho miedo.
El
domingo 4 de mayo, murió la madre Saint-Exupère, priora de las benedictinas y el abate Domin faltó a las charlas.
Anota Teresita en su cuaderno:
–Durante
el retiro, nos han faltado muchas charlas, porque ha muerto la señora priora y
el señor abate no ha podido ocuparse mucho de nosotras.
Menos
mal, digo yo. A unas niñas de diez y once años, que se están preparando para su
primera comunión, sólo se le ocurre a este capellán ceporro hablarles de la
muerte, del infierno y de la comunión sacrílega. Es lógico que Teresita
escribiera:
–Nos
ha dicho cosas que me han dado mucho miedo.
Teresita
descubrirá con el tiempo que Dios es lo contrario de ese tirano sádico con que
es presentado. Pero pasará un calvario hasta despojarse de esta educación
jansenista que imperaba entonces en Francia.
A
pesar de esos sermones cavernarios del abate Domin, Teresita guarda bellos
recuerdos de los tres días en que por primera vez vivió en un internado.
Inés de Jesús, su hermana carmelita, que el mismo
día iba a profesar en el Carmelo de Lisieux, escribió a Teresita:
–Sólo unas horas nos separan a las dos del Gran
Día...
Y ese Gran Día llegó. El día feliz de la primera
comunión. Una fiesta sin nubes....
–¡Qué
inefables recuerdos han dejado en mi alma hasta los más pequeños detalles de
esta jornada de cielo...!
Vuelve
de la comunión, envuelta en su vestido blanco.
–¡Qué dulce fue el primer beso de Jesús a mi
alma...! Fue un beso de amor. Me sentía amada, y decía a mi vez: «Te amo y me
entrego a ti para siempre».
Sin
embargo, unas lágrimas corren por su rostro. Las monjas y compañeras piensan
que está recordando a su madre difunta.
–¡Oh,
no! La ausencia de mamá no me entristecía el día de mi primera comunión: ¿el
cielo estaba en mi alma y acaso no estaba mamá en él desde hacía tiempo? Siendo
así, al recibir la visita de Jesús, recibía también la de mi querida madre.
¿Por
qué llora en realidad?
–Cuando toda la alegría del cielo baja a un
corazón, este corazón desterrado no puede soportarlo sin deshacerse en
lágrimas...
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