martes, 4 de agosto de 2015

Misa en gallego

Recojo de la prensa de días pasados una noticia que me hace recordar el primer artículo o crónica que escribí para un periódico. Hay que remontarse a 48 años atrás.
Decía la noticia: «En honor de Rosalía de Castro, 50 años de la primera misa oficial en gallego». Se celebró el 25 de julio de 1965 –aún no había finalizado el Concilio Vaticano II– en el Panteón de Galegos Ilustres en la iglesia de San Domingos de Bonaval, con la aprobación del entonces arzobispo de Santiago, cardenal Fernando Quiroga Palacios.
Sin embargo, la aprobación de los textos litúrgicos en las lenguas vernáculas no vendría sino después de la celebración del Concilio.
Vino primero la aprobación de Roma de los textos litúrgicos en castellano, después en catalán y vasco, y faltaba la aprobación en gallego. Llegó a Roma en octubre de 1967 el cardenal Quiroga para participar en el Sínodo de Obispos y aprovechó para solicitar la licencia del culto litúrgico en gallego a la Comisión de Liturgia que dirigía el cardenal Lercaro. Ya una comisión no oficial estaba traduciendo los textos.
Yo acababa de llegar a Roma ese mes de octubre y de Sevilla recibí el encargo del director del periódico «El Correo de Andalucía» de enviarle crónicas romanas. No tenía ninguna experiencia periodística y en mis nervios primerizos de escribir algo decente me puse primero a estudiar las crónicas del «Corriere della Sera», fijándome no tanto en lo que decían sino en cómo lo decían. Puedo decir que el «Corriere» fue mi particular profesor de periodismo antes de echarme al monte de las noticias romanas.
Tenía que escribir sobre temas un tanto atemporales, que no envejecieran en el transcurso de una semana, porque los tenía que enviar por correo y las cartas tardaban varios días en llegar a Sevilla. Mi primer artículo –recuerdo bien– versó precisamente sobre el tema gallego y «El Correo de Andalucía» lo publicó el 22 de noviembre de 1967 con el título: «Se ha pedido a la Comisión de Liturgia autorice la lengua gallega en la misa».
¿Qué decía yo en esa crónica?
–En un pueblo surgen los problemas cuando algo que estaba adormecido toma actualidad y conciencia en la comunidad. Y es curioso que la revitalización de la liturgia, el gran «aggiornamento» conciliar, haya servido de fuerza impulsora para vitalizar valores humanos de un grupo de hombres que piensan y hablan en gallego, porque esa ha sido su lengua de siempre. Si algo se encuentra en crisis en Galicia es su lengua, pero crisis de maduración. Hoy día no se pueden olvidar las palabras del Papa Juan XXIII en la «Pacem in terris», donde recoge el espíritu de unos tiempos, los nuestros, que miran con sumo respeto a las minorías étnicas, con sus valores humanos, su lengua, cultura y tradiciones. Y la Iglesia debería estar presta a poner en práctica su pensamiento conciliar cuando una comunidad le pide el practicar la liturgia en su lengua materna. ¿Qué pasa pues? No se puede negar que el gallego es una lengua viva. ¿Por qué entonces no ha corrido la misma suerte que la liturgia catalana o vasca?
La crónica terminaba así:
–¿Por qué la liturgia no se expresa en la lengua del pueblo? ¿Existen presiones en contra? Se sabe que ya se ha pedido la licencia a la Comisión de Liturgia que dirige el cardenal Lercaro. Se sabe que el cardenal de Santiago tiene un decidido interés por ello. Se sabe que hace unas semanas, con motivo del Sínodo, el cardenal de Santiago tuvo frecuentes contactos con el cardenal Lercaro. Se sabe que ha habido un movimiento que ha recogido miles de peticiones de todos los estratos sociales para que se implante el gallego en la liturgia. Pero también se sabe que existe una gran pasividad en una gran parte y no precisamente del pueblo llano. La Comisión de Liturgia, que ha recibido todos los plácemes de los obispos sinodales, por su labor en pro de la renovación del culto, tendrá que acceder a un legítimo derecho de la comunidad gallega. El que no se realice me hace suponer que puedan existir presiones. Pero todas se disiparían si hubieran escuchado la poesía, todo música, que oí a una niñita de siete años en un pueblo perdido de las rías gallegas. Y pensé que a Dios le gustaría que la niña se lo recitara a Él en una de sus pequeñas iglesias.
Un artículo normal, sin mayor importancia, dirán ustedes.
¡Ya, ya!
Estamos en los tiempos de Franco, no lo olviden.
Al día siguiente de salir el artículo en Sevilla, es decir, el jueves 23 de noviembre, apareció por el Colegio Español, donde yo residía, monseñor Marcos Ussía, consejero eclesiástico de la Embajada de España cerca del Vaticano, que los mayores recordarán que fue secuestrado por el Grupo Primero de Mayo y lo tuvo retenido del 29 de abril al 11 de mayo de 1966.
Era mediodía. Estábamos en el comedor. Y apareció el tal monseñor preguntando por un tal Carlos Teixidor, seudónimo con el que firmé el artículo. Yo me callé como un muerto, lógico, pero me di cuenta que el artículo había salido y que la maquinaria franquista había comenzado a actuar para fichar esa nueva firma que escribía desde Roma. Y diciendo cosas que al Régimen no gustaban.
Supongo que me localizarían rápidamente y me harían la correspondiente ficha –una más, que ya tenía una de la Guardia Civil de Fuentes de Andalucía, donde había estado ese año unos meses como coadjutor–, porque yo seguí escribiendo y daba señales en mis artículos de mi vida personal y de mi estancia en Roma.
Moraleja: Ved para qué servían entonces los monseñores al servicio de la Embajada de España. Para ser correveidiles y chivatos del Régimen.

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