Recojo
de la prensa de días pasados una noticia que me hace recordar el primer
artículo o crónica que escribí para un periódico. Hay que remontarse a 48 años
atrás.
Decía
la noticia: «En honor de Rosalía de Castro, 50 años de la primera misa oficial
en gallego». Se celebró el 25 de julio de 1965 –aún no había finalizado el
Concilio Vaticano II– en el Panteón de Galegos Ilustres en la iglesia de San
Domingos de Bonaval, con la aprobación del entonces arzobispo de Santiago, cardenal
Fernando Quiroga Palacios.
Sin
embargo, la aprobación de los textos litúrgicos en las lenguas vernáculas no
vendría sino después de la celebración del Concilio.
Vino
primero la aprobación de Roma de los textos litúrgicos en castellano, después
en catalán y vasco, y faltaba la aprobación en gallego. Llegó a Roma en octubre
de 1967 el cardenal Quiroga para participar en el Sínodo de Obispos y aprovechó
para solicitar la licencia del culto litúrgico en gallego a la Comisión de
Liturgia que dirigía el cardenal Lercaro. Ya una comisión no oficial estaba
traduciendo los textos.
Yo
acababa de llegar a Roma ese mes de octubre y de Sevilla recibí el encargo del
director del periódico «El Correo de Andalucía» de enviarle crónicas romanas. No
tenía ninguna experiencia periodística y en mis nervios primerizos de escribir
algo decente me puse primero a estudiar las crónicas del «Corriere della Sera»,
fijándome no tanto en lo que decían sino en cómo lo decían. Puedo decir que el
«Corriere» fue mi particular profesor de periodismo antes de echarme al monte
de las noticias romanas.
Tenía
que escribir sobre temas un tanto atemporales, que no envejecieran en el
transcurso de una semana, porque los tenía que enviar por correo y las cartas
tardaban varios días en llegar a Sevilla. Mi primer artículo –recuerdo bien– versó
precisamente sobre el tema gallego y «El Correo de Andalucía» lo publicó el 22
de noviembre de 1967 con el título: «Se ha pedido a la Comisión de Liturgia
autorice la lengua gallega en la misa».
¿Qué
decía yo en esa crónica?
–En
un pueblo surgen los problemas cuando algo que estaba adormecido toma
actualidad y conciencia en la comunidad. Y es curioso que la revitalización de
la liturgia, el gran «aggiornamento» conciliar, haya servido de fuerza
impulsora para vitalizar valores humanos de un grupo de hombres que piensan y
hablan en gallego, porque esa ha sido su lengua de siempre. Si algo se
encuentra en crisis en Galicia es su lengua, pero crisis de maduración. Hoy día
no se pueden olvidar las palabras del Papa Juan XXIII en la «Pacem in terris»,
donde recoge el espíritu de unos tiempos, los nuestros, que miran con sumo
respeto a las minorías étnicas, con sus valores humanos, su lengua, cultura y
tradiciones. Y la Iglesia debería estar presta a poner en práctica su
pensamiento conciliar cuando una comunidad le pide el practicar la liturgia en
su lengua materna. ¿Qué pasa pues? No se puede negar que el gallego es una
lengua viva. ¿Por qué entonces no ha corrido la misma suerte que la liturgia
catalana o vasca?
La
crónica terminaba así:
–¿Por
qué la liturgia no se expresa en la lengua del pueblo? ¿Existen presiones en
contra? Se sabe que ya se ha pedido la licencia a la Comisión de Liturgia que
dirige el cardenal Lercaro. Se sabe que el cardenal de Santiago tiene un
decidido interés por ello. Se sabe que hace unas semanas, con motivo del
Sínodo, el cardenal de Santiago tuvo frecuentes contactos con el cardenal
Lercaro. Se sabe que ha habido un movimiento que ha recogido miles de
peticiones de todos los estratos sociales para que se implante el gallego en la
liturgia. Pero también se sabe que existe una gran pasividad en una gran parte
y no precisamente del pueblo llano. La Comisión de Liturgia, que ha recibido
todos los plácemes de los obispos sinodales, por su labor en pro de la
renovación del culto, tendrá que acceder a un legítimo derecho de la comunidad
gallega. El que no se realice me hace suponer que puedan existir presiones.
Pero todas se disiparían si hubieran escuchado la poesía, todo música, que oí a
una niñita de siete años en un pueblo perdido de las rías gallegas. Y pensé que
a Dios le gustaría que la niña se lo recitara a Él en una de sus pequeñas
iglesias.
Un
artículo normal, sin mayor importancia, dirán ustedes.
¡Ya,
ya!
Estamos
en los tiempos de Franco, no lo olviden.
Al
día siguiente de salir el artículo en Sevilla, es decir, el jueves 23 de
noviembre, apareció por el Colegio Español, donde yo residía, monseñor Marcos
Ussía, consejero eclesiástico de la Embajada de España cerca del Vaticano, que
los mayores recordarán que fue secuestrado por el Grupo Primero de Mayo y lo
tuvo retenido del 29 de abril al 11 de mayo de 1966.
Era
mediodía. Estábamos en el comedor. Y apareció el tal monseñor preguntando por
un tal Carlos Teixidor, seudónimo con el que firmé el artículo. Yo me callé
como un muerto, lógico, pero me di cuenta que el artículo había salido y que la
maquinaria franquista había comenzado a actuar para fichar esa nueva firma que
escribía desde Roma. Y diciendo cosas que al Régimen no gustaban.
Supongo
que me localizarían rápidamente y me harían la correspondiente ficha –una más,
que ya tenía una de la Guardia Civil de Fuentes de Andalucía, donde había estado
ese año unos meses como coadjutor–, porque yo seguí escribiendo y daba señales
en mis artículos de mi vida personal y de mi estancia en Roma.
Moraleja:
Ved para qué servían entonces los monseñores al servicio de la Embajada de
España. Para ser correveidiles y chivatos del Régimen.
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