¿Cómo era María, la Madre del Señor? ¿Pequeñita,
alta, sonrosada, morena, rubia? Esos «periodistas» –y lo pongo entre comillas porque, en verdad,
no pretendían hacer de reporteros– llamados Mateo, Marcos, Lucas y Juan, nos
dejaron poquísimos datos de la Virgen. Se pueden contar con los dedos de la
mano las veces que María es citada en los Evangelios. Pero así es mejor, porque
lo mismo que su Hijo, cada cristiano va formando en sí el retrato vivo de la
figura de la Madre.
Virgen de los Reyes, patrona de la Archidiócesis de Sevilla.
Recuerdo que, hace unos años, compré en el mercado
artesanal de Abidján, capital de Costa de Marfil, una imagen de la Virgen.
Estilizada, en madera de caoba, toda negra, se halla en estos momentos en un
lugar bonito del monasterio de Santa Inés de Sevilla. Virgen negra en África,
rosada la Virgen de los Reyes, patrona de Sevilla, mestiza la Guadalupana de
México o morena la Montserratina de Cataluña, con perfiles de angustia nuestras
Dolorosas o con aire de resplandor las Inmaculadas de Murillo. María, tan
discreta Ella en las Escrituras, ocupa plaza de honor en el corazón de los creyentes.
Miles y miles de capillas, ermitas, iglesias, santuarios están dedicados a
advocaciones marianas o poseen imágenes de la Virgen. Numerosas congregaciones
religiosas llevan su nombre y se acogen a su amparo. Millones de mujeres, y
también de hombres, son reconocidos desde el Bautismo con el nombre de María...
Negra, blanca, mestiza, de Este a Oeste, de Norte a Sur, por todo el planeta,
María es reconocida y venerada.
Y en nuestra España, ¿para qué hablar? Todo huele a
María: cante, copla, música de iglesia, poesía, pintura, escultura... No se
puede comprender nuestro país sin referencias a María. María cala hondo en
nuestro pueblo, y este pueblo, tan mariano, sabe cantarla desde siempre. Sería
hermoso hacer un estudio de la copla popular andaluza, por ejemplo, en su
referencia a María y se vería qué hondura teológica nace de esas letras nacidas
en el anonimato del pueblo. Los villancicos, por ejemplo, o las saetas. Uno se
pregunta, desde su teología, de dónde sale una verdad tan tierna sobre María, tan
amorosamente filial. O esos pueblos de nombre mariano. Cuenta José Augusto
Sánchez Pérez en su libro El culto
mariano en España:
–No existe nación alguna que pueda presentar como
España tantos centenares de nombres geográficos de villas, lugares y aldeas,
caseríos, ermitas y términos, que se conocen con el nombre de Santa María
seguido de la indicación del lugar. Ni existe nación alguna con el número de
leyendas y tradiciones marianas que España conserva.
Y los obispos españoles:
–¿Cómo no recordar el extraordinario
patrimonio literario, artístico y cultural que la fe en el Dogma de la
Inmaculada ha producido en nuestra patria? A la protección de la Inmaculada se
han acogido desde época inmemorial Órdenes religiosas y militares, Cofradías y
Hermandades, Institutos de Vida Consagrada y de Apostolado Seglar, Asociaciones
civiles, Instituciones académicas y Seminarios para formación sacerdotal.
Numerosos pueblos hicieron y renovaron repetidas veces el voto de defender la
Concepción Inmaculada de María. Propio de nuestras Universidades era el
juramento que, desde el siglo XVI, profesores y alumnos hacían en favor de la
doctrina de la Inmaculada. Como propio también de nuestra tradición cristiana
es el saludo plurisecular del «Ave María Purísima...». Siguiendo una
antiquísima tradición el nombre de la Inmaculada Concepción ha ido acompañando
generación tras generación a los miembros de nuestras familias. A cantar sus
alabanzas se han consagrado nuestros mejores músicos, poetas y dramaturgos. Y a
plasmar en pintura y escultura las verdades de la fe contenidas en este dogma
mariano se han entregado nuestros mejores pintores y escultores.
Quisiera invocar a Santa María en las mil
advocaciones de nuestra tierra; las más maravillosas advocaciones que un pueblo
haya podido imaginar para piropear a una madre: Almudena, Arantzazu, Begoña,
Covadonga, Desamparados, Fuencisla, Guadalupe, Macarena, Montserrat, Pilar,
Rocío, Sonsoles, Valme, Valvanera...
En fin, Santa María de todos los colores y de todos
los nombres, ruega por nosotros.
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