sábado, 14 de enero de 2017

Amor a los libros

Canta el salmista rey David:
Scribantur haec in generacione altera, et populus, qui creabitur, laudabit Dominum. Escríbanse estas cosas a la generación futura, y el pueblo, que ha de venir, alabe al Señor (Salmo 101).
Humildemente, algo de ello pretendo con mis libros y mis escritos. El legado que puedo dejar a las generaciones que vengan detrás de mí será únicamente mi producción literaria.
Aunque dudo un tanto de ello. Hace unos días, he recibido una carta de la Editorial San Pablo en la que me anuncia que va a proceder a descatalogar mi libro Salve Madre. La Inmaculada y España, publicado en 2013. Lo que quiere decir que ha tenido una existencia precaria de unos tres años largos. Y lo descatalogan porque la venta se ha paralizado y los libros que tienen en depósito –unos 500– los mandan a la guillotina.


¿Qué puede hacer un escritor ante semejante atropello? Nada. Les he comprado 20 ejemplares al precio prácticamente de su peso en papel para salvar algunas criaturas.
Yo creo que, si el subtítulo hubiera sido el título, como yo quería, hubiera tenido más recorrido, porque «La Inmaculada y España» atrae más la curiosidad del lector que el título impuesto por la Editorial: «Salve Madre» Pero ello ya no tiene remedio.
Puedo decir –ahora que ya está descatalogado– que es un libro interesante de historia mariana. Al menos, a mí me lo parece.
Y tras este responso por el libro fenecido antes que su autor, prosigamos. Porque con él, y mis otros libros, solo he pretendido recitar como el salmista:
–Escríbanse estas cosas a la generación futura, y el pueblo, que ha de venir, alabe al Señor.
Me ocurre lo que el obispo fray Antonio de Guevara (+1545) cuenta en sus sabrosas Epístolas familiares: «... leña seca para quemar, caballo viejo para cabalgar, vino añejo para beber, amigos ancianos para conversar y libros viejos para leer».
De ellos me rodeo preferentemente y como dice Tomás de Kempis:
In omnibus requiem quaesivi et nunquam inveni nisi in angulo cum libro. En todas partes busqué el reposo y nunca lo hallé sino en mi rincón con un libro.
Y espero, por la misericordia de Dios, que no me ocurra lo que al bueno de Don Quijote, que «del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio».
El célebre cervantista Francisco Rodríguez Marín, sevillano de Osuna, se expresó gráficamente cuando fue nombrado director de la Biblioteca Nacional. En su toma de posesión, satisfecho de su nombramiento, le dijo a don Natalio Rivas, entonces Subsecretario de Instrucción Pública:
–Imagine que a un ratón goloso, dado a la más desenfrenada gula, con salud rebosante y fuerzas digestivas resistentes a la hartura más devoradora, le encierran en el más rico y abundante almacén de exquisitos quesos; ese roedor afortunado soy yo recluido en la Biblioteca Nacional.
En otra ocasión tuvo a bien ponderar que:
–Los libros son los mejores amigos que puede tener el hombre: silenciosos cuando no se les inquiere; elocuentes cuando se les pregunta; sabios, como que jamás sin fruto se les pide consejo; fieles, que nunca vendieron un secreto de quien los trata; regocijados con el alegre; piadosos con el dolorido; y tan humildes, que nada piden y ambicionan, y, por ocupar poco espacio, se dejan estar de canto y estrechos en los estantes.
Y también en su discurso pronunciado en la Fiesta del Libro Español el 7 de octubre de 1926:
–Es comida que satisface y no harta, visita que no se enoja si la despedimos, vela siempre encendida, de cuya lumbre, sin menoscabarla, pueden tomar luz muchos entendimientos.
Tengo otro libro, último de los míos, que ha padecido críticas y censuras. También alabanzas, y no pocas. Es la biografía del cardenal Segura. Este libro no irá a la guillotina, porque ha sido editado por el propio autor y no está dispuesto a semejante parricidio. Y puede que le ocurra lo que le pasó a Talio Gémino con Nerón, cuando el emperador pirómano ordenó quemar uno de sus libros. Lo cuenta Tácito en sus Anales:
–Obra que se leyó con avidez, mientras hubo riesgo en procurársela, y cayó en el olvido cuando se pudo comprar con libertad.
Valga una última apreciación. Si me he quedado con 20 ejemplares de mi libro guillotinado, es sencillamente para regalos que pueda ir ofreciendo. Pero quizás valga también la observación última del Bachiller de Osuna, Francisco Rodríguez Marín, al recibir varios ejemplares del último libro de su amigo el canónigo sevillano Muñoz y Pabón:
–No le pido más ejemplares, ni los necesito, porque yo, aunque en la práctica soy infiel a mis teorías y regalo no pocos libros de mi cosecha, entiendo teóricamente que es absurdo regalarlos. Es casi seguro que quien no compra no lee. Quien recibe un libro regalado tal vez se ufana con la distinción y el obsequio que el autor le hace, pero en cuanto al libro, le desdeña, le olvida, no lee siquiera una de sus páginas y deja que al fin algún criado le venda en un baratillo por unas cuantas perras chicas, para comprar castañas o echar un trago en la taberna. Por lo general, solo gusta de un libro y le aprecia aquel que le compra.

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