jueves, 19 de enero de 2017

Un Centenario de Murillo atropellado

La Congregación de Jóvenes de la Inmaculada Concepción, creada por el jesuita Juan Bautista Moga con estudiantes de distintos centros escolásticos sevillanos, quiere conmemorar el II Centenario de la muerte de Murillo, el pintor de las Inmaculadas. Los festejos consistirán en unas veladas literarias, misa solemne, funeral por Murillo y procesión «cívico-religiosa» por las calles de Sevilla. Tendría lugar los días 19, 20 y 21 de mayo de 1882. El padre Moga tuvo la ocurrencia de unir a la exaltación de Murillo, la de la Inmaculada y la figura de Pío IX. Sería una conmemoración religiosa, realizada por jóvenes católicos, sin connotación política alguna.


 El matiz político se lo dieron otros. Entre los jóvenes de la Asociación los había carlistas y mestizos, es decir, del área liberal. Pero en la Asociación estaban por el hecho de ser católicos. Sin embargo, la voz corrió por Sevilla: el Centenario de Murillo pretende ser una exaltación del carlismo.
Las celebraciones comenzaron bien. El 19 de mayo, hubo misa solemne en el trascoro de la Catedral, presidida por una Inmaculada de Murillo. Por la tarde, velada literaria en el patio de las Doncellas del Alcázar. Presidió el obispo auxiliar, Marcelo Spínola, y entre poesías, discursos y piezas musicales en honor de la Inmaculada y en recuerdo de Pío IX transcurrió el acto.
Al día siguiente, funeral por Murillo en la parroquia de la Magdalena por la mañana y nueva velada en el Alcázar por la tarde. Preside el arzobispo Lluch, Su Eminencia. Se le da ya este tratamiento, como cardenal de la Iglesia. Aunque el Consistorio en el que será nombrado no se celebrará hasta dentro de unos días, 28 de mayo, ya se sabe de su nombramiento.
La velada transcurrió con cierta normalidad, quebrada un tanto por la excitación de un joven orador, de signo carlista. Al final hubo vivas a todo el mundo, al Papa, al P. Moga, a la Compañía de Jesús, a Murillo, a la Inmaculada... menos al arzobispo. Y le sentó fatal. Desde ese momento, las reticencias que el arzobispo mostraba hacia esta conmemoración y hacia sus organizadores se convirtió en terca hostilidad.
Lo cuenta su auxiliar, don Marcelo Spínola: «Hubo que algunos jóvenes se excedieron en aplausos, prodigándolos a los disertadores que tenían significación carlista, con preferencia a los que nunca manifestaron opinión política; hubo que las más calurosas aclamaciones se dirigieron a las estrofas o párrafos que más analogía guardaban con la divisa o lema y con las doctrinas del partido tradicionalista; hubo que se dieron vivas a Sevilla, a Murillo, al P. Moga, a la Compañía de Jesús, al Papa Rey, y se hizo caso omiso del Sr. Arzobispo. No hubo más: los vivas que se suponían dados a la intransigencia no sonaron en aquel ámbito, por más que lo asegure quien lo asegure».
Al día siguiente, domingo 21 de mayo, salía la procesión de la iglesia del Salvador. En el ambiente se mascaba el drama. Los niños con las banderas, los cofrades con sus insignias... al final, una carroza con un lienzo de la Concepción, que reproduce una Inmaculada de Murillo. Rodean la carroza los sacerdotes cofrades de San Pedro Advíncula. Entre ellos, como un cofrade más, el obispo auxiliar, don Marcelo Spínola. Momentos antes de ponerse en marcha la procesión, aún dentro de la iglesia, el obispo auxiliar recibió una comunicación de palacio: que no represente en la procesión al arzobispo. Don Marcelo, siguiendo los dictados de su conciencia, decide salir en nombre propio, como un cofrade más de la Hermandad de San Pedro Advíncula. Sale la procesión. Marcha hacia la plaza del Museo, donde se halla la estatua en bronce de Murillo.
En aquel momento, Luis Montoto tomaba posesión de una plaza de académico en la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla. Se celebraba el acto en el salón de la Academia de Medicina, en el antiguo Colegio de Ingleses, calle de las Armas (actual Alfonso XII). Hora, tres de la tarde. Comenzó Montoto la lectura de su discurso de ingreso sobre la poesía lírica del siglo XIX. Llevaba unas páginas leídas cuando notó que el público se revolvía en sus asientos y muchos salían precipitadamente del salón. La voz del director se alzó para poner orden y silencio al toque de la campanilla. «¡Que si quieres! –cuenta el propio Montoto–. Momentos después quedaba yo solo en la sala de actos, más muerto que vivo y diciendo entre mí: Dios mío, ¿tan malo es mi discurso que he ahuyentado al auditorio y a la misma Academia en pleno?».
Pero no era el discurso de Montoto. «La causa fue la noticia, que corrió de boca en boca, de que las turbas –el noticiero anónimo exagera siempre la importancia de los hechos– apaleaban, herían y aun mataban a todos los jóvenes católicos y a todos los sacerdotes que, honrando a Murillo, iban en procesión desde el Museo a la Catedral, para depositar coronas al pie de los mejores cuadros del pintor de la Inmaculada».
Poco después se reanudó el acto académico. Montoto acabó su discurso como pudo y la gente volvió a casa rápidamente para ponerse a seguro.
Al llegar la procesión a la plaza del Museo, hubo un alboroto y alguna que otra piedra. Los insultos de cierta chusma se sucedieron contra los curas, la Inmaculada, los jesuitas, el carlismo. En el revuelo, asoman los gritos de las madres que buscan a sus hijos pequeños que, vestidos de angelitos, forman en la procesión. A pesar del tumulto y la confusión, la procesión no se descompuso, acortó su recorrido, y por el camino más corto se metió de nuevo en la iglesia del Salvador. Don Marcelo Spínola, subido en el púlpito, calmó las ansias de los jóvenes, alabó su paciencia durante la procesión y les exigió promesa formal de no vengarse.
En el Diario de los niños, del colegio de los jesuitas, se lee lo ocurrido: «Por la tarde salieron los niños a las tres y cuarto a ver la procesión artístico-religiosa conmemorativa del II Centenario de Murillo. Aunque la vuelta se había fijado para las seis y media, casi todos volvieron antes, a causa de las patrullas que comenzaron a recorrer las calles de la ciudad gritando «¡Viva la República!» «¡Mueran los curas...! ¡Mueran los jesuitas!».
En los días siguientes, el colegio de los jesuitas estuvo amenazado de incendio. Por fortuna, la cosa no pasó a mayores. Pero todo quedó enrarecido desde entonces. El arzobispo, que no andaba en sus cabales –murió en septiembre, tres meses más tarde, debilitado su cerebro, dicho con caridad cristiana–, retiró las licencias de confesar y predicar al padre Moga y disolvió la Congregación de Jóvenes de la Inmaculada. Los jesuitas plegaron velas, cerraron el colegio y lo trasladaron a Málaga.
Este año de 2017 se celebra otro Centenario de Murillo, el IV Centenario de su nacimiento. Pero no noto mucho eco ni entusiasmo en Sevilla por su celebración. Una lástima.

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